Año de publicación: 2016
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
«El mundo ya no es el mismo porque ya no es diferente».
Con esta potente primera frase, arranca este libro de Eduardo Lalo en el que nos habla de la invisibilidad, de aquello que queda fuera de lo conocido, de lo imperante, de lo que rige el mundo. Una invisibilidad que viene de la mano de la globalización y su uniformización, a nivel urbanístico, pero también cultural. Una globalización voraz y sin escrúpulos.
Con esa prosa finísima, precisa y delicada que caracteriza al escritor puertorriqueño nacido en Cuba, Lalo estructura este libro en tres capítulos claramente diferenciados, pero relacionados entre ellos, en esa idea global recogida en el concepto de invisibilidad. Y parte, como elemento indiscutible de la invisibilidad, la globalización, un movimiento arrollador e imparable que diluye culturas, que uniformiza detalles, una globalización que queda patente al viajar; Lalo lo expone de manera elocuente al afirmar que «el viaje empieza a ser imposible (…) el contenido del mundo, la posibilidad de ver “algo” queda rezagada. Acaso solo quede ver a los países invisibles».
Lalo es consciente de ello, como portorriqueño y, por tanto, ciudadano de un país invisible y analiza el avance, que no progreso, de un mundo que parece mirar sólo hacia adelante, abordando la invisibilidad de los lugares, de esos países invisibles, poniendo como ejemplo Venecia que «ha muerto (…) al hacerse hipervisible. Hay tantos ojos en la ciudad, que la mirada se hace imposible» y que «tanto el exceso, como la falta de mirada y discurso, crean la condición invisible». «El mundo avanza hacia la exclusión del acto de mirar», avanza de manera inexorable hacia confirmación de sus ideas más que hacia el análisis o la observación.
Esa globalización, esa universalidad, afecta a los países y, por extensión, a sus culturas, en claro peligro de extinción a manos de intereses de los grandes países que imponen la suya y que el autor expone afirmando, sabiamente, que «los dueños del gran capital componen una suerte de nacionalidad universal, en la que las diferencias culturales y lingüísticas cuentan poco». Para luchar contra ello, hay que tener una actitud activa, una toma de consciencia de la situación y una reflexión que impida que esa invisibilidad se lleve por delante aquello que nos diferencia y, por tanto, nos enriquece.
Lalo ha escrito, en esta primera parte, un libro de viajes, físicos, pero también mentales, en los que recorre algunas grandes ciudades y observa sus cambios, las contempla a través de la invisibilidad a la que la globalización las ha empujado, de cambios que hacen que «la población se piense desde un lugar que más tiene que ver con Otros Grandes que consigo misma». Una invisibilidad que no sólo afecta a las ciudades a nivel arquitectónico, sino también a nivel cultural. Y critica a su vez la falsa seguridad y acomodamiento de las grandes sociedades, extendiendo la crítica a su cultura. Así, Lalo critica fuertemente la poca ambición de la literatura española del siglo xx, que vive de su esplendoroso pasado que contribuye a crear «un ámbito que se ilusiona con bastarse a sí mismo».
Y, hablando de España (país que conoce bien, pues vivió en él y en él nació su padre) también apunta a la invisibilidad de Valencia, oculta tras la potencia de Madrid o Barcelona, quienes «tienen la capacidad de hablar en nombre de los que no representan, pueden convertir un elemento local en una parte de la cultura de España, Europa o incluso del mundo, mientras que Valencia, y tantas otras ciudades como ella, aparentemente sólo pueden permitirse ser versiones de los gestos de otros. Existe también una geopolítica de la ceguera».
De esta manera, el viaje que emprende Lalo en este libro es un viaje a una tierra y un tiempo que añora, un viaje con la mirada puesta en un pasado que apenas se asoma por las ventanas acristaladlas de la deslumbrante fugacidad de una globalización mal entendida y peor interpretada. Los restos de una ciudad antes con vida reposan ahora en medio de una modernidad que borra su pasado y entierra los recuerdos. Sin importarle. Lalo construye así una obra a medio camino entre memorias y reflexión, entre añoranza y tristeza, y la reivindicación siempre necesaria de quien ha visto con sus ojos cómo desaparece una ciudad bajo los edificios que se alzan majestuosos sobre las ruinas de quien no las echa en falta, sino simplemente las echa.
Ya en el segundo capítulo de este libro, o segunda parte, Lalo nos habla de la sociedad y su cultura, y expone que la cultura dominante en Estados Unidos es «la cultura blanca, europea, etc. Todos los demás (afroamericanos, hispanos, asiáticos) tendrán para siempre el adjetivo identitario atado a sus esfuerzos». Y nos habla de la Odisea y la Ilíada, de Ulises y el viaje como experiencia, no por su vivencia en el mundo sino por «su capacidad de escapar de él: no el viaje, sino la travesía y sus peligros hasta la liberación final». Hablando de la sociedad, Lalo también critica la estigmatización de la sociedad rural «que queda como un estigma en la memoria de tantos pueblos» para concluir, acertadamente, que «una sociedad que ha sido modernizada en apenas una generación, se convierte en un espacio paranoico que teme perder todo lo que tenga un motor. Así se construye un nuevo estado natural que se define por la separación extrema de la tierra».
Finalmente, en el tercer y último capítulo del libro, Lalo nos narra el experimento que quiso llevar a cabo: dejar de comprar libros, salir de las novedades, leer lo pendiente y, si cabe, releer. Siendo consciente de la dificultad para llevarlo a cabo, sabiendo además que «existe la posibilidad además de abandonar el mundo de la literatura porque éste también es el mundo. Esto lo descubro con dolor, pero también con alivio, aun si sé que probablemente esta paz no solamente nunca podrá ser mía, sino que, de tenerla a mano, la rechazaría». Una autocensura en comprar libros que le abre un espacio, para explorar, para evaluar, para «entender, reflexionando sobre el mundo desde cierto lugar y deseo, exhibiéndome en la vitrina de este texto».
Lalo viaja a través de esos libros almacenados y en algún caso olvidados en su biblioteca, y recorre ese viaje hablando de diferentes autores orientales que invitan a la reflexión de otros tiempos y también de los nuestros, claro reflejo de un pasado que se parece más a nuestros días de lo que aceptamos creer. Reivindicando la literatura como parte de uno mismo, como espacio de reflexión, porque «el pensamiento es un acto de supervivencia: le permite a ciertos hombres y mujeres vivir hacia dentro en un mundo en el que apenas pueden encontrarse».
En mi opinión, este tramo final es el menos logrado, entrando en reflexiones filosóficas vinculando esa invisibilidad del autor y las letras a textos que el autor lee al escribir las últimas líneas del libro. Así, entra en exceso en disquisiciones sobre la literatura y la invisibilidad, pero ubicando el marco mental en Ulises, en Sísifo, En Diógenes, pero también en obras de Cioran, Kertész, Kapuscinsky o Sloterdijk. Demasiado denso y filosófico, excesivo, el autor intercala textos para que sustenten sus reflexiones, que gira y extiende en torno a ellos.
En resumidas cuentas, un libro recomendable, pues la prosa de Lalo y sus reflexiones siempre merecen una lectura, ya que además de disfrutar con su estilo delicado nos invita a cuestionarnos los efectos de la globalización y qué significa y nos aporta la cultura y, especialmente, la literatura, afirmando en su caso que su «despropósito inevitable» ha sido «escribir desde el lado oscuro de la geografía, que quizá significa estar aún más lejos que en el lado oscuro de la vida». Es posible que sea así, pero a pesar de esa oscuridad de la lejanía, de la invisibilidad desde la que parte, sus textos arrojan una luz que puede que lo aparten de su propósito, pero no del nuestro: dar visibilidad a los buenos libros, porque, tal y como dice Lalo citando a Piglia, «el crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee». Creo que gran parte de los que aquí estamos podríamos subscribir esta afirmación. Y este libro es un claro ejemplo de ello.
También de Eduardo Lalo en ULAD: Simone
Hola, Marc:
ResponderEliminarEsta reseña se ha publicado justo en un momento en el que estoy dedicándome a leer lo pendiente de casa, salvo las lecturas imperiosas que me asaltan por pura necesidad. Qué coincidencia, ¿no? Lo de releer ya no lo comento, porque me encanta releer, es viajar a tu sitio favorito, como volver al pueblo todos los veranos.
Me ha hecho pensar mucho tu reseña, puesto que a veces no encuentro las palabras para expresar lo fuera de lugar y de tiempo que me hallo y me pregunto si al autor habrá logrado poner por escrito estas emociones tan encontrada. Siento que el mundo en que nací y crecí ya no existe, pero ni siquiera soy anciana. Si antiguamente las personas vivían casi todos sus días de modo parecido, vamos a ver cómo a lo largo de nuestras vidas todo cambia varias veces. Es vertiginoso y necesitamos asideros ante el cambio permanente. Para mí, en gran medida, leer libros antiguos es volver a conectar con una vida que no existe, o está desapareciendo, pero que puedo reconocer por haberla conocido.
Por todo lo anterior, creo que este libro podría gustarme, incluso la parte densa, porque la literatura como disciplina de estudio es apasionante en todos sus aspectos.
Qué decir después de este rollo..no sé, te ha quedado una reseña "tierna", muy bonita.
Ha sido un placer leerla. Gracias
Un saludo
Hola, Lupita, buenas tardes.
ResponderEliminarDebo decir que, aunque releer no es mi punto fuerte (me da miedo releer libros que me encantaron por miedo a que no me causen la misma sensación y me decepcionen por ello) sí comparto tu opinión acerca de que vivimos con la sensación de que es el tiempo el que nos arca el ritmo y no al revés. Todo va muy rápido, los cambios cada vez son más y tenemos menos tiempo a adaptarnos a ello, y eso implica la lectura (la avalancha de novedades constante) pero también afecta a nosotros afán por conocer más (que no mejor): más viajes, más experiencias... todo rápida y todo de fácil acceso,
Y sí, este libro prime una pausa para pensar qué estamos haciendo y tomar consciencia de que la globalización implica también una homogeneización del mundo y, con ello, perder la singularidad que hace diferente a los pueblos, a sus culturas. Es una lástima, pero en parte (quien más quien menos) cada uno contribuye a ello.
En cualquier caso, el primer paso está hecho gracias a libros como este: tomar consciencia de ello.
Y, en un tono más literario, el libro se disfruta porque Lalo escribe muy bien, puede que incluso bonito y aquí gran parte del mérito de que te haya gustado la reseña es suyo, pues a menudo el estilo del autor se me contagia (en pocas dosis) al escribir la reseña.
Y, para terminar, no te dejes vencer por esa prisa que nos marca a todos, es la gente que pone pausa a quien hay que escuchar; el resto solo corre, sin saber hacia donde.
Saludos, y gracias por leernos y contribuir asiduamente con tus siempre acertados y enriquecedores comentarios.
Marc
Qué bonito lo que habéis escrito Lupita y Marc, un abrazo grande para cada uno
ResponderEliminarPaloma
Hola de nuevo:
ResponderEliminarLa prisa no me alcanza..jaja, ni la eficiencia ni la productividad. Bromas aparte, vivo rodeada de adolescentes que me conectan con el presente, pero cada vez más aprecio la vida lenta y la contemplación; quizás por eso uno de mis relatos favoritos es "Miro por la ventana", de Quim Monzó. Lo mínimo puede ser apasionante y hacer cosas sin parar porque sí, para acumular experiencias directamente se lo dejo a otros.
Buscando a qué aferrarse que no cambie, los libros a los que se vuelve son como paisajes a los que se viaja de nuevo. Por ejemplo, mi libro cochambroso de "Cien años de soledad" tiene recuerdos de cada vez que lo he leído: dibujos, anotaciones (Aureliano Buendía es imbécil:2016) hojas secas. Cada vez que lo vuelvo a leer, me encuentro con la historia conocida y con retazos de la que yo era. Tiene algo de ritual, de romántico o de maníaco quizás.
Por cierto, qué curioso que la música urbana actual haya puesto a Puerto Rico en el mapa. Supongo que eso no lo esperaba el autor.
Un saludo y a ver si encuentro el librp
Muchas gracias, Paloma, por tu comentario.
ResponderEliminarAquí el mérito es del autor, por el libro, y de Lupita, por sus experiencias. La reseña es únicamente un puente entre el libro y las vivencias de cada uno.
Saludos, y gracias por vuestros comentarios.
Marc
Buenas noches Marc y a quien aquí ha comentado tu artículo sobre el libro que recomiendas.
ResponderEliminarNo lo leído pero la temática que has expuesto me ha hecho reflexionar.
La globalización amplifica la invisibilidad aunque existen invisibilidades eternas desde el año cero hasta este segundo milenio... un paréntesis de tiempo que establece toda una paradoja de invisibilidad pues da la impresión en general, de ningún modo me refiero al libro que mencionas ni al artículo tuyo, que de la historia solo se hacen visibles e importantes estos últimos dos mil años a los que llaman civilización moderna.
Aunque la civilización antigua tenía los mismos problemas, inquietudes, calamidades, bonanzas, defectos y virtudes etc que la actual. Es decir que seguimos siendo los mismos aunque ahora tengamos una tecnología que por una parte nos esclaviza aunque supuestamente nos libera o al contrario.
Sigo pensando y se me ha ocurrido que a veces la invisibilidad no necesariamente es una maldición sino un don..
Suelo reeler cuando se me hace necesario y tengo suerte, ninguno de mis libros me ha decepcionado, son para mí patrias.
Gracias por tu escrito, por la lucidez y el ardor con que lo presentas, espero encontrarlo y leerlo.
Hola, Anónimo, buenas noches.
ResponderEliminarTienes razón en lo que expones acerca de la antigüedad de la invisibilidad de sociedades a lo largo del tiempo. Siempre ha existido, pero lo curioso del caso es que la globalización (y el acceso y desarrollo de la tecnología como elemento posibilitador de la misma) por una parte ayuda a conocer un territorio más extenso de lo que sería nuestro entorno más próximo, pero, a la vez, parece que todos nos fijamos en los mismos sitios (países, ciudades, etc). Así, con la globalización aumenta la separación entre países visibles (o hípervisibles) y países invisibles, y en lugar de equilibrar la situación entre todos lo que hacemos es crear dos espacios a cada vez más alejados.
Me consta que hay gente que necesita ir a esos sitios para desconectar, o reconectarse con ellos mismos, buscar una evasión, incluso una pérdida (en el sentido con el que Solnit lo dice en “el arte de perderse” que también reseñé en ULAD) y quizá, sólo quizá, llegaremos todos a ese punto. La cuestión es, que si finalmente lo hacemos, no convirtamos también esos sitios en hipervisibles. Guardémoslos para nosotros, y para los que en ellos habitan.
Saludos y gracias por el comentario.
Marc
Buenas.
ResponderEliminarSolo decir que te me has adelantado como suponía hace meses. No suelo leer reseñas de libros que estoy seguro leeré pronto, aunque di una ojeada a la tuya. Subieron las ganas de leerlo; punto para ti.
Me alegra que Lalo ya sea parte de las reseñas de Ulad. Vale la pena, reivindica ser un outsider escriba lo que escriba.
(Ahora solo falta que Koldo corrija la ausencia de Fogwill y ya podéis empezar a seguir sin ganar un duro por esto. Juas!).
El año próximo habrá comentario. Por lo pronto, y además de agradecer a Lupita su existencia, te agradezco a ti la reseña.
Hola, Diego, buenos días.
ResponderEliminarMe alegro de que la reseña te haya motivado (aun más) a leer el libro. Ciertamente, Lalo ya es uno de mis fijos y creo que tiene algún libro más publicado, aunque no me será fácil dar con él. Pero caerán más libros, estoy seguro.
Acerca de Koldo, ya sabes que le cuesta leer libros de autores poco conocidos, no se lo tengas en cuenta ;-)
Esperaré tu comentario con ganas, para ver si coincidimos en la valoración y amplíes esta charla que estamos teniendo acerca de los temas que trata.
Y claro, a Lupita hay que agradecerle siempre que colabore con sus opiniones, en eso también te doy la razón.
Saludos, y gracias por tu aportación.
Marc