Año de publicación: Dispersos: 1947-
1955, en forma de libro: 1974.
Valoración: Muy recomendable
Una vez leí en algún manual que la semilla del árbol contiene el árbol
completo, con sus raíces, tronco, ramas en que se va dividiendo y hasta la
menor de sus yemas, sin olvidar las flores y los frutos. No es que vayamos a
ver, claro está, una maqueta de ese árbol, ni siquiera microscópica, lo que posee
esa semilla son las instrucciones para transformarse en algo muy grande, igual
que un joven que busca su primer trabajo puede, si lo lleva en sus genes y
siempre que las circunstancias no lo impidan, convertirse en un genio. Ojos
de perro azul es algo más que una semilla del Gabriel García Márquez
posterior, los relatos que componen el volumen son en realidad pequeños poemas
en prosa –y si esperamos que nos cuenten una historia coherente quizá nos
defrauden un poco– en donde se encuentran perfectamente definidos: el realismo
mágico tal como el autor lo concibió y desarrolló en su obra más madura, sus mecanismos
mentales, fuentes de inspiración, obsesiones y recursos característicos de una prosa
perfectamente reconocible. En ellos no vamos a encontrar una historia al uso
porque no ocurre nada que pueda describirse con palabras, y cuando creemos estar
tocando, por fin, algo concreto, el desenlace se nos desintegra entre los dedos
ya que pertenece, una vez más, al reino de lo simbólico. El que se cuenta a sí
mismo es el propio autor, a él, sus contemporáneos y al devenir de la sociedad,
y lo hace mediante metáforas y símbolos, con el lenguaje ancestral de los
relatos de su tierra, que pertenecían al reino de lo mítico hasta que él los
desenterró y los dotó de una nueva vida, a su medida y a la de le época que le
tocó vivir.
No creo que nadie tuviese nunca la menor duda de que allí había
talento, de que ese misterio y esa magia debían darse a conocer, de que la
belleza del lenguaje y esa realidad tan íntima e inasible encerraban un valor evidente. Pero aunque había precedentes, pues el boom latinoamericano
estaba empezando a ser un hecho e incluso contaba con precursores que habían
anunciado su eclosión, G.M. no era aún más que un joven periodista que escribía
raro en el fondo y en la forma. Raro y bonito, sí, pero en definitiva raro. Y
difícil de entender, que casi es peor. (Y menos mal que en esa época lo monetario
no era tan prioritario como hoy día). Por eso fueron publicándose pero
esporádicamente en la prensa, y no llegaron a reunirse en un volumen hasta 1974,
cuando el éxito de Cien años de soledad (1967) era clamoroso y el
autor tenía ya otras obras en su currículum.
Así que, para situar a quien todavía no se haya acercado a ellos ni
conozca demasiado a G.M., podríamos decir que, en lugar de catorce relatos, Ojos
de perro azul reúne catorce fogonazos de ingenio, tan extraños y herméticos
que solo hay una forma de abordarlos: dejarse llevar por su belleza, por ese
torrente verbal e imaginativo concebido hace tres cuartos de siglo, como si
escuchásemos una melodía, sin hacernos preguntas para no interrumpir su trayectoria.
Solo entonces –y tampoco aseguro nada– lograremos encontrarle algún sentido.
Pero la prosa de G.M., sobre todo la de este libro, no solo se acerca a
la poesía moderna por su hermetismo, su carácter simbólico, su ritmo y la
belleza de sus imágenes, coincide también en la temática –amor y muerte– y en
el propósito de descubrir algo que permanece secreto y nunca pertenecerá al
mundo cotidiano. Y esto solo se consigue utilizando recursos rítmicos comunes a la
lírica: repeticiones, paralelismos, contradicciones, vueltas atrás en la línea
temporal etc., porque estas piezas son una pregunta continua acerca de esas dos
cuestiones que, por otra parte, son las que siempre han interesado a los poetas
y que se repetirán como un mantra a lo largo de toda su obra. Pues ¿qué es Cien
años de soledad sino una oda a lo efímero?
Es evidente que quien se hace preguntas es porque no tiene las
respuestas, de ahí que todo sea confuso, relativo y contradictorio. Los muertos
piensan (Eva está dentro de su gato), no saben si lo están (La
tercera resignación, Tubal-Caín forja una estrella y La otra
costilla de la muerte) o no lo están del todo (Alguien desordena estas
rosas), hay quien está muerto en vida (La noche de los alcaravanes y
Amargura para tres sonámbulos) o quien se vive a través de un espejo porque
está sepultado en la rutina y necesita un doble para desahogar con él su
frustración (Diálogo del espejo) o quien ha sido enclaustrado durante
décadas y acumula energía para resucitar de repente y con fuerzas renovadas (Nabo,
el negro que hizo esperar a los ángeles, donde encontramos, creo, la mayor
crítica social de todo el libro) o la vida no es vida porque consiste en una
espera permanente de algo que nunca llega a ocurrir (Un hombre viene bajo la
lluvia y Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, donde utiliza ya
el topónimo que luego convertiría en mítico) o porque es imposible comunicarse
con el otro (De cómo Natanael hace una visita). En cuanto al amor, se
vive como una danza entre dos seres que van y vienen por el tiempo y el espacio
observándose mutuamente (Ojos de perro azul) y si hay algún amor auténtico acaba frustrándose frente a quien lo utiliza como moneda de cambio (La mujer que
llegaba a las seis).
El tono es melancólico pero no triste, desencantado sin caer en la desesperación. Y es que siempre nos salvará la belleza.
Todas nuestras reseñas de Gabriel García Márquez: Aquí
Es una delicia cómo escribe usted, y cómo consigue transmitir sus ideas y emociones. Para los que amamos la poesía-y por ende, la prosa poética- este es un libro para el deleite estético, de una enorme y extraña belleza.
ResponderEliminarAnimo a los lectores a que lo lean en voz alta, al menos unos minutos.
Un saludo a todos los lectores.
Una perra azul.
Muchísimas gracias, P. A. Una buena recomendación la que haces y celebro que estemos de acuerdo en la valoración de la obra.
EliminarÍdem, Montengua... ;)
ResponderEliminarCualquier cosa que agregue sería como llegar a cantar después de Pavarotti.
¡Wao! Daniel. Yo tampoco me atrevo más que a darte las gracias después de una frase como esa.
EliminarMuchas gracias.
Que linda reseña Montuenga! Y que gran escritor GGM. Lo leí en mi post adolescencia.......es inolvidable.
ResponderEliminarSaludos
Yo leí Cien años de soledad a los 17 y ya fue un no parar. Si me faltaba algo, me obligaron a leerlo en la facultad.
EliminarNo soy de relecturas pero a veces hago una excepción.
Me alegro que te haya gustado la reseña y te agradezco el elogio.
Estupenda reseña montuenga.. Kempes 19
ResponderEliminarMuchas gracias, Kempes.
EliminarTomo la palabra del primer lector y leeré en voz alta... Mayor Thompson
ResponderEliminarYo también te lo recomiendo, es como se le saca todo el jugo, cuando sigues leyendo en silencio percibes mejor el ritmo.
ResponderEliminarHermosa reseña, Montuenga. En segundo año del colegio secundario tuve como lectura obligatoria El coronel no tiene quien le escriba, que me abrió las puertas al maravilloso mundo de GGM. Mundo que recorrí casi en su totalidad, con absoluto deleite. Un genio sin igual!
ResponderEliminarMe recuerdo leyendo Cien años de soledad, en la edición de Sudamericana, volviendo atrás una y otra vez para entender de qué Buendía se trataba!
Un gran saludo,
El Puma
Muchas gracias Puma.
ResponderEliminarYo tuve suerte, en mi colegio no nos obligaban a leer: cada año teníamos un libro (antología) con toda la historia de la literatura en fragmentos cortos, no nos examinaban de esto pero yo todos los años me leía la que tocaba una y otra vez.
Aparte, leía tantos libros por mi cuenta que en la adolescencia casi acabé con los clásicos y los que faltaban los tuve que leer en Hispánicas. O sea, lo que le contaba a Gabriel que me pasó con García Márquez, en realidad me pasó con todo. No es la primera vez que lo cuento aquí.
Y es un problema, no creas, porque después de un listón tan alto casi cualquier cosa no validada por el tiempo me parece mediocre, digo casi porque, conociendo esta tendencia mía, busco la objetividad dentro de lo posible.
También es una lata tener que releer cuando me apetece reseñar un clásico porque ya lo tengo leído.
Seguimos leyendo, saludos.