Título original: Поручик Киже (Porúchik Kizhé)
Traducción: Xènia Dyakonova
Año de publicación: 1928
Valoración: Está bien
Puede que mis opiniones sobre libros parezcan a veces algo primarias al insistir sobre el fondo y la forma. Pero creo que a veces es conveniente adoptar una perspectiva radical en el sentido etimológico de la palabra, es decir, yendo a la raíz del concepto, en este caso, del concepto de literatura. Desde este punto de vista, si aceptamos que la literatura es contar algo y contarlo de una determinada manera, las dos patas deben estar presentes para que la obra sea realmente valiosa. Al menos es lo que me permite disfrutar de verdad de un libro.
La historia del subteniente Talfin (o teniente Kizhé, ya lo explicaré al final) es relativamente conocida. Fue llevada al cine allá por 1934 (o sea, muy poquito después de publicarse el libro) y su banda sonora se reconvirtió en una suite por su autor, Sergei Prokófiev. Se trata de una pequeña novela satírica en la que un error burocrático origina la aparición en medios administrativos de un oficial del Ejército que en realidad no existe. La divertida secuencia inicial da lugar a un enredo que se complica sin cesar, aunque la comicidad del asunto reside, más que en el qué, en el por qué y en el quién.
Tyniánov sitúa la acción en el reinado del zar Pablo I, y la clave reside precisamente en que el documento con la errata fue firmado por el emperador y por consiguiente es imposible que algo que lleve tal firma contenga ningún error. Por tanto, aunque nadie conoce a Talfin y con el tiempo muchos son conscientes de que no existe, todo el mundo acepta sin rechistar la realidad paralela, la oficial, la que tiene la firma real. Así que esta especie de espectro castrense adquiere a veces utilidad para cargar con culpas ajenas o para llenar vacíos, mientras su figura crece a ojos del zar: es un servidor de la patria discreto y que siempre parece dispuesto a asumir las órdenes.
El relato tiene incluso una imagen especular en un soldado, quien debido a semejante embrollo es declarado muerto. El pobre hombre, abrumado y presa del desconcierto, es incluso rechazado en su propia casa. La verdad oficial se impone así a cualquier otra cosa, por tangible que sea. A nadie se le ocurre siquiera cuestionarla y quienes conocen el disparate a lo sumo se atreven a utilizarlo en su propio beneficio, o simplemente dejarlo correr. Ya sé que el comentario no es muy original, pero el relato tiene mucho que ver con El traje nuevo del emperador, el famoso cuento de Andersen en el que todo el mundo finge para no contrariar al soberano que ha sido objeto de engaño.
Es muy evidente el sarcasmo que utiliza Tyniánov contra el régimen autocrático y la propia personalidad del zar, hijo de Catalina la Grande, a quien retrata colérico y caprichoso, de modo que el relato tiene un componente crítico muy marcado y bien armado. Lo que ocurre –y a esto viene el comentario inicial sobre el fondo y la forma- es que el atractivo de la sátira central queda algo deslucido por una prosa que parece algo deslavazada, como improvisada y un punto arcaica. Da la sensación de que Tyniánov no se ha molestado mucho en pulir su idea inicial, en enriquecerla o darle un desarrollo armónico. Se suceden sin interrupción múltiples personajes y situaciones que quedan sin explicación, lo nuclear del relato se mezcla con lo accesorio, y todo ello hace perder peso a esa buena historia que se nos propone, y hasta le resta gracia. Interesante el fondo, pero perjudicado por la forma, a eso me refería. Desconozco si los principios del formalismo ruso, de los que Tyniánov era uno de sus principales exponentes, tiene alguna relación con este extraño efecto, pero la impresión es más bien de que este pequeño relato es más un divertimento del autor que una obra concienzudamente trabajada.
Algo similar ocurre con El joven Vitushíshnikov, la narración que completa el volumen. Es nuevamente un enredo lleno de malentendidos en el que vuelve a aparecer el zar, esta vez interviniendo en una tonta anécdota de un par de soldados que escapan a echar un trago a una taberna. El relato –creo que incluso más extenso que el principal- aporta una curiosa cadena de personajes que se ven involucrados en la trama, algo bastante original, y se mueve en registros similares a la anterior, con parecida acidez aunque con algo menos de gracia.
Para terminar es necesario hacer una mención sobre la traducción, y en concreto sobre el título. El libro (que creo que contaba con una única traducción anterior al castellano) es generalmente conocido como El teniente Kizhé, que correspondería más literalmente al original ruso. Sin embargo, como todo el relato tiene su origen en un error de transcripción, la traductora de esta edición ha adaptado esa confusión hasta el punto de alterar el título. Una decisión desde luego audaz, y que a la vista del texto me parece muy acertada.
Hola, compañero:
ResponderEliminarLa historia me recuerda en algo a la de Alan Smithee (creo que ya la he comentado alguna vez por aquí), el nombre de alguien inexistente que utilizaban los directires de Hollywood para firmar las películas de las que no se sentían demasiado orgullosos... Lo más gracioso es que una vez se hizo una película sovre este "personaje", pwro como el director discutió con el productor o algo así, acabó por firmarla...Alan Smithee...
Saludos desde la mazmorra.
Desde luego, lo del personaje imaginario y su carácter multiusos sí que tiene bastante similitud. En el caso de Talfin, el chiste y el enfoque crítico están justamente en cómo ha nacido ese personaje, producto de un error tonto y ascendido a realidad oficial con la firma del zar. Vamos, una historia con cierta gracia aunque en mi opinión no muy bien desarrollada.
ResponderEliminarVete por la sombra, hermano.
Muy interesante. La crítica a una burocracia ineficaz, absurda y que parece tener vida propia aparece bastantes veces en la literatura rusa. Recuerdo algunos cuentos de Chejov, como el pabellón número 6. Y también está la fecha de publicación de este libro: 1928. Ya habían pasado 11 años desde 1917. El entusiasmo revolucionario estaba dejando paso al totalitarismo. Y el totalitarismo es burocracia. Stalin, el tirano de despacho por excelencia, ya controlaba los hilos del poder en la URSS. Muy pronto la verdad oficial suplantaría a una realidad como para echarse a temblar. En este sentido, este es un relato premonitorio. ¿Qué destino tendría Yuri en la década de los 30?
ResponderEliminarPues murió en 1943 de esclerosis múltiple y no de un tiro en la nuca.
ResponderEliminarLos formalistas rusos fueron bien admitidos en una primera etapa de la Revolución de octubre, pero pasados unos años empezaron a caer en desgracia, barridos por el realismo social oficial. Como en tantos otros campos de la cultura, se empezó admitiendo a las vanguardias para posteriormente calificarlas de revisionistas, burguesas, etc. Realmente no sé cuál fue la trayectoria personal posterior de Tyniánov, pero me alegro que ni hubiese muerto en un páramo de Siberia, la verdad.
ResponderEliminarUn saludo, 1984.
A mí me gustó mucho leer esta novelita y cuando algo me divierte pierdo quizás algo de sentido crítico. En Argentina la editó Leteo, sin la 2da historia.
ResponderEliminarEse edición argentina era (si no estoy equivocado, que tampoco sería raro) la única en castellano hasta esta última con el título cambiado. Bueno, si que se puede decir que es un libro más o menos entretenido, o al menos con cierta chispa.
ResponderEliminarGracias por participar en el blog, Dr. Fabián.
Cuando veo un libro ruso mi imaginación me lleva a guerra y paz y al recientemente fallecido Eduardo zuñiga. Mayor Thompson ánimo a todos
ResponderEliminarPues nada que ver con 'Guerra y paz', Mayor, este es un libro más bien liviano en todos los aspectos, pequeño y ligero. Así que no te costará nada digerirlo ni te causará traumas por el volumen o intensidad.
ResponderEliminarSaludos. Tutto andrà bene. Espero.