Título original: 21 Lessons for the 21st Century
Año de publicación: 2018
Valoración: Bastante recomendable
A veces un título es el peor enemigo
del escritor. Así que aclaro, aunque este ensayo del historiador Yuval Harari
tiene un carácter didáctico, tanto por su carácter divulgativo como por la claridad
de exposición; no está aleccionando a los lectores y –en absoluto– contiene el
discurso plomizo que podría esperarse del término lección. Al contrario, se trata de disquisiciones muy personales -en las que ideas y trayectoria del autor sobrevuelan cada frase y acaban
enganchándonos- expuestas de forma muy amena y repletas de sugestivos ejemplos.
Aunque no sea un texto de ficción, se lee casi como un relato de intriga, pues
implica al lector en su propio futuro con una empatía nada frecuente en el
género. En estos 21 capítulos –que es lo que son, realmente–Harari pretende (y
consigue) condensar las preocupaciones del hombre contemporáneo. Empezando por
el aspecto más aparatoso: la tecnología, que a pesar de algunas previsiones
más que discutibles, tanto su audacia como el hecho de que se centre en los
peligros potenciales, resulta apasionante y nos mete de cabeza en el texto.
Desde luego, parte de una ideología
concreta e intenta cuestionarla planteando todos los factores que, a su entender,
han quedado obsoletos. O sea, desde el principio, las cartas están boca arriba:
escuchamos la voz de un amigo, con el que podemos o no estar de acuerdo, que
ofrece su visión del mundo con total sinceridad, o eso parece. Quizá consideren
que, por obvios, sobran algunos párrafos, pero como no serán los mismos para
todos los lectores, deducimos que el autor ha intentado ponerse en la piel de
un número lo más amplio posible de personas: de los que saben más y los que
saben menos, de los que opinan una cosa y su contraria.
Se plantea, por ejemplo, que quizá
no sea tan conveniente como parece el afán por globalizar a toda costa,
reflexiona sobre el desempleo masivo o la disminución del libre albedrío con
que amenazan los adelantos tecnológicos. Y, siempre que entendamos por humanos el grupo más hegemónico del
planeta, no se puede negar que:
“En 1938 a los humanos se les ofrecían tres relatos globales entre los que elegir, en 1968 solo dos y en 1998 parecía que se imponía un único relato, en 2018 hemos bajado a cero”.
O bien: “El sistema democrático todavía está esforzándose para comprender qué le ha golpeado”.
Eso sí, encuentro que todas esas
reflexiones sobre nuestro futuro tecnológico simplifican demasiado. Harari habla de la Inteligencia Artificial, por un lado, y de los seres
humanos, por otro, como si la primera procediera de algún germen extraterrestre
que hubiese aterrizado aquí sin previo aviso. Además, se refiere a ciertas
redes sociales o a generadores de algoritmos como si fueran eternos. Pero la IA
–como todo– se construye progresivamente, y es, como sabemos, el resultado de objetivos,
trabajo y talento exclusivamente humanos. Es decir, la deriva que tome no es inevitable.
Las oportunidades laborales serán distintas, pero estarán ahí, es verdad que la
IA expulsará a mucha gente no cualificada del mercado laboral, pero podría no
ser así, depende de cómo se gestione. Si el reparto fuese más equitativo –algo
poco probable pero no imposible– podría suponer mayor tiempo de ocio para
todos. En conjunto, ese apartado resulta impactante, aunque demasiado centrado
en las circunstancias actuales y bastante apocalíptico. Recordemos que estas
predicciones suelen equivocarse porque no tienen en cuenta innumerables
factores imposibles de predecir en su momento.
Sobre la cuestión de las identidades,
Harari sostiene que, en estos tiempos cada vez más globales, los humanos nos
parecemos más entre nosotros que a nuestros antepasados de una zona concreta, y
es el famoso relato, es decir, la
forma en que cada grupo se percibe a sí mismo, donde tenemos que buscar las
diferencias. (“Insistimos en que nuestros
valores son una herencia preciosa de antiguos antepasados. Pero eso solo
podemos decirlo porque nuestros antepasados hace mucho que murieron y no pueden
hablar por sí mismos”). Lo que nos acerca –siempre según el autor– es
afrontar desafíos comunes y discrepar sobre ellos. Como en este momento, las
tres grandes cuestiones del futuro son: el calentamiento global, la biotecnología
y la inteligencia artificial, sobre ellas nos pelearemos y estableceremos
consensos, ya que somos una gran familia. Sin olvidar la vieja amenaza nuclear,
que nos obliga a no fragmentarnos demasiado y a mantener el equilibrio por la
cuenta que nos tiene. Todo ello se ve afectado por terrorismo y contra-terrorismo,
con el coste económico y humano que ambos suponen, así como por los movimientos
migratorios, que plantean debates como la tolerancia y sus límites o el mito de
la superioridad cultural.
Frente a las éticas religiosas, que pretenden
mejorar la convivencia y acaban produciendo más perjuicios que bondades, sobre
todo los monoteísmos, la ética laica se apoya en valores como compasión, igualdad,
valentía, libertad y responsabilidad, de
modo que no necesitamos dioses. Aunque, cuidado, tampoco somos tan racionales
como creemos, tendemos a mimetizarnos con el grupo, que es, en realidad, quien
piensa por nosotros por medio de los mitos colectivos, que existen desde
siempre, se transforman con el tiempo y son transmitidos por el poder de cada
época y lugar. (“Cuando mil personas
creen durante un mes algún cuento inventado, esto es una noticia falsa. Cuando
mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión y se nos
advierte que no lo llamemos “noticia falsa” para no herir los sentimientos de
los fieles (o provocar su ira)”. ¿A qué es genial? Y, sin embargo, las religiones son un
elemento de cohesión social, como las ideologías, las marcas comerciales o el
dinero. Como necesitamos creer en algo, habitualmente mantenemos varios relatos
entrecruzados que a veces son incompatibles, pero los guardamos en compartimentos
cerrados y no nos damos cuenta. Cuando la religión ya no sirve y hay personas
que sienten terror ante la incertidumbre, surgen los totalitarismos modernos.
Conclusión, no hay que buscar
ningún sentido a la vida porque la vida es un conjunto accidental de elementos muy variados y no tiene sentido en sí misma. Por lo demás, esta búsqueda de
sentido suele tener un fondo egoísta. Lo fundamental es conocernos,
aprender a convivir y no dejar que piensen por nosotros.
A pesar de cierta
dispersión y de algunas reiteraciones casi obsesivas, este ensayo es un buen
pretexto para replantearnos algunas certezas y abrir la mente a nuevos enfoques.
Pero, muy especialmente, se lo recomendaría a los jóvenes y a todos los que se
inician en el género ensayístico.
Traducción: Joandomènec Ros
El único posible sentido de la vida, el único arte de vivir posibe (en mi opinión) es dis-frutar (sacar el fruto), jug-ar (sacarle el jugo), y hacerlo sin dañar ni herir a nadie.
ResponderEliminarDesde que triunfó con Sapiens es un autor al que tengo apuntado en la lista. Pero mis prejuicios al ser recomendado por Bill Gates, Obama y otros tantos "triunfitos" lo mantenían lejos de las próximas lecturas o compras.
ResponderEliminarDespués de leer dos veces tu reseña me quedo bastante igual. Quiero decir, que el libro pase lo que para mí es el filtro Montuenga sin duda le da créditos y lo hace subir en las listas. Sinembargo, me pregunto si el género ensayístico o divulgativo sumado a la importancia de su temática en particular no hacen de tu "bastante recomendable" un cinco justito. Si tu frase final no advierte más de lo que recomienda.
Y sí, ese título no ayuda nada.
Para mi la clave de este autor es hacer pasar por objetivos sus libros pero detrás tienen una ideología materialista capitalista, de ahí sus fans famosos, cuando empieza a hablar del dinero en Sapiens se le ve, todo antropólogo habla desde un paradigma y al menos debería advertirlo
EliminarWho knows?
ResponderEliminar¿Quién sabe?
...y, ¿Quién escribió este ensayo? Sólo se revela el traductor.
¿Mantenga es un algoritmo?
Los comentarios previos, geniales! Ambos. El primero por lo concluyente e integrador. El segundo por expresar bien la posición de eterna duda y crítica a la crítica. Creo saber que no son sólo algoritmos. Igual que yo.
Je,je,je, qué poético...
EliminarMi comentario se sostiene, justamente, en la definición que me hago sobre eso a lo que llamé: filtro Montuenga. Para mí, mujer ilustrada con amplios conocimientos literarios, espíritu crítico, léxico envidiable e ideas claras. Contemporánea.
ResponderEliminarSi yo fuera un lector casual que hoy me encuentro con esta reseña y no hubiera nada detrás de ella, o sea, que ese Montuenga no me dijera nada, no agregara nada a la propia reseña, entonces, ese "bastante recomendable" sería el siete que aparenta ser y lo generalmente positivo de la reseña me harían ir a comprar el libro o, al menos, decidir que suba puestos en los pendientes.
Dicho de otra manera, si hago de Montuenga solo un algoritmo conductor y me olvido o niego de que es un organismo creador, pierdo información y pierdo referencias.
Lo que quería decir es que, ahora, después de Montuenga (mucho mejor que Obama) entiendo que este es un buen libro gracias a la reseña.
Pero también, ahora, después de Montuenga, entiendo que es un libro que no tengo ninguna prisa en leer.
Eso es "sacar el fruto" a este blog. Sacar el jugo. Un algoritmo no puede darme lo que mi "filtro Montuenga" me da.
Esto y ver al boludo del Roomba intentar meterse siempre bajo las estanterías donde no cabe son cosas que me hacen pensar que la inteligencia artificial está muy sobrevalorada y ojito con que nosotros nos adaptemos a ella y no ella a nosotros.
Un saludo.
¿Pueden editar el título de este artículo para que el nombre aparezca escrito correctamente?
ResponderEliminarHola a todos. Muy interesante todo lo que habéis dicho, tanto que hace falta contestar con tiempo por delante.
ResponderEliminarHola Sandra. Harari se refiere al empeño de buscarle un único sentido a la vida, que suele buscarse en la religión, la ayuda a los demás, el arte, el dinero etc. Y, si le he entendido bien, más o menos viene a decir lo mismo que tú pero con otras palabras, y es también lo que yo pienso: que si lo reduces todo a una sola cosa no estás sumando sino restando, y que la vida es demasiado compleja (con tus palabras, tiene muchos jugos y frutos) para darle un sentido único.
Amigo Diego. Sé que os liado un poco con esa opinión mía tan ambigua que es casi contradictoria, y te había entendido en el primer comentario, pero si somos justos todo lo que he dicho es verdad porque el asunto es así de complejo. Depende de cada lector, por supuesto, pero también de lo que cada uno le pida al texto. Fíjate, yo me tiro a la piscina y a riesgo de equivocarme sí te lo recomendaría, pero advirtiéndote que no esperes encontrar un manual científico, que lo que te brinda Harari no son conocimientos -aunque también están ahí, pero quizá no a un nivel super-elevado-, sino la oportunidad de reflexionar sobre un montón de cuestiones, todas o casi las que pueden preocupar al hombre de hoy. Casi nada. Y lo hace honestamente, o sea, que tú estás oyendo hablar a un profe campechano, con un lenguaje coloquial, que te brinda lo que sabe, te da su opinión y te pone un montón de ejemplos. Y que para hablar de fundamentalismo, habiendo nacido en Israel, en lugar de escoger cualquier otro ejemplo utiliza a los suyos y no a otros. Eso tiene su mérito, creo yo.
El tema del futuro está al comienzo y, aunque tiene las lógicas lagunas de cualquier predicción, más cuando se trata de un historiador hablando de ciencia, a mí me ha parecido fascinante. Pero esto es subjetivo cien por cien.
Como te veo realmente interesado y todavía no he borrado la nota donde apunté los capítulos, te la copio:
Parte I EL DESAFÍO TECNOLÓGICO 1 Decepción 2 Trabajo 3 Libertad 4 Igualdad
Parte II EL DESAFÍO POLÍTICO 5 Comunidad 6 Civilización 7 Nacionalismo 8 Religión 9 Inmigración
Parte III DESESPERACIÓN Y ESPERANZA 10 Terrorismo 11 Guerra 12 Humildad 13 Dios 14 Laicismo
Parte IV VERDAD 15 Ignorancia 16 Justicia 17 Posverdad 18 Ciencia ficción
Parte V RESILIENCIA 19 Educación 20 Significado 21 Meditación
Sobre la última frase, es verdad que este conjunto de reflexiones le iría muy bien a la gente joven, solo tienes que mirar ese índice. Pero no podría asegurar que fueran capaces de aguantar 400 páginas de contenido así de serio con tanta red social y tanta lectura en diagonal. Con la frase estaba advirtiendo a los más exigentes que quizá os parezca un poco básico, pero según en qué puntos y que al final merece la pena. Además, para curarme en salud y que luego no me reclames, jeje, mejor vete a la librería y hojéalo a conciencia o sácalo de la biblioteca si tienes una a mano.
Y millones de gracias por tantos elogios que no merezco.
Andrés Llosas. El nombre del autor y el título del libro están encabezando la reseña. Montuenga (no Mantenga -me ha costado entender a qué te referías-) soy yo, y no soy ningún algoritmo sino una persona. Espero que sigas visitando el blog porque, te lo aseguro, se genera una complicidad muy interesante y todo termina estando mucho más claro que al principio.
ResponderEliminarHola, Antonieta. No sé a qué te refieres con lo de poético, pero me alegro de que te haya gustado.
Muchas gracias a los cuatro por vuestro interés. Y si os animáis a leerlo, sería estupendo que nos los contaseis, para bien o para mal.