Título original: El millor des mons
Traducción (versión) del autor
Año de publicación: 2001
Valoración: Bastante recomendable
Si ya es de por sí difícil valorar un libro con un único calificativo, tratándose de un conjunto de relatos se añade el problema de la heterogeneidad. Lo habitual es que el nivel sea más bien irregular, con lo que las sensaciones van cambiando según avanzamos y hay que acabar por refugiarse en una calificación algo gaseosa, como ese bastante recomendable que va aquí arriba.
Para alguien que, como yo, no ha leído nunca a Quim Monzó, quizá la primera impresión es de sorpresa. Una sorpresa favorable, la sensación de haber encontrado algo que se sale de lo habitual, tanto por estilo como por fondo. La prosa de Monzó se podría definir como desnuda, escueta, sin ningún artificio (seguramente no encontraremos una simple metáfora en todo el texto), ninguna voluntad de adornarse. No es algo forzado, parece surgir con toda naturalidad, y consigue un peculiar efecto al interactuar con el relato: como lo que cuenta Monzó se adentra con frecuencia en el terreno de lo extraordinario, contado de esa forma directa y casi coloquial, le confiere verosimilitud y aumenta la estupefacción del lector.
¿Y qué es lo que cuenta Monzó? Pues en general, pequeñas historias cotidianas de ambiente urbano en las que de una u otra forma se entrecruza algo imprevisto, una situación inhabitual pero todavía no extravagante, que poco a poco se interna en el mundo del absurdo diríamos por estiramiento. Una familia que se niega a aceptar la muerte repentina de uno de los hijos, un malentendido en una riña de chavales, pequeños detalles en la historia aparentemente plácida de una pareja. Ocurre algo inesperado y sus consecuencias se prolongan y se enredan, deslizándose a veces hacia lo disparatado (ese monterrosino Mi hermano), otras hacia secretos nunca descubiertos (Las cinco cuñas).
La referencia más obvia es la del humor negro, que efectivamente está presente, aunque no siempre. Es más bien una mirada irónica, que fluye bajo los relatos de forma más bien sutil, sin dejar de mostrarse porque sus protagonistas sean tan antitéticos como un tipo esencialmente afortunado (Dos ramos de rosas), o una familia marcada por la enfermedad (La vida perdurable). Este último campo, la enfermedad y la desgracia, lo sondea Monzó en varias ocasiones, y la verdad es que hay momentos en que resulta difícil de tragar, porque la broma no casa bien con ciertas situaciones, pero admito que eso ya depende de la sensibilidad de cada lector. También explora –y se le agradece la valentía- territorios algo más arriesgados, como el aire improvisado y abierto, como de relato en construcción, del excelente Fregando platos, o esa especie de cuento de Navidad titulado La cerillera, donde Monzó parece decidido a abandonar su zona de confort, con resultado interesante, tal vez un poco desigual.
En medio de los relatos breves se inserta una novela corta, A los pies del rey de Suecia, que me parece lo mejor del libro. En similares registros al resto, cuenta Monzó las vicisitudes de un poeta aspirante al Nobel, un tipo solitario pero –como casi todos los demás personajes- bastante normal. Sus rutinas, y las muy tímidas peripecias con una vecina que le atrae o con un obligado cambio de piso, narradas de forma ágil y transparente, hacen posible que el lector se identifique con Amargós (sin duda, uno de esos personajes difíciles de olvidar), y se interese por sus dificultades por muy banales que resulten. La narración me parece impecable, escrutando cada gesto, cada pequeño detalle, todo un repertorio de significados y actitudes extraídos de un señor vulgar y su entorno aún más corriente, al menos en apariencia. Una mirada aguda y certera realzada por la sencillez y la precisión de la prosa.
Lástima que Monzó deje diluirse este sólido relato, bien por no tener claro cómo rematarlo, o por sucumbir al impulso de desviarlo hacia algo más extravagante. Esa sensación de cierre en falso es algo que le ocurre en alguna otra ocasión, cuando toma los mismos derroteros inverosímiles, o bien el cuento se apaga un poco sin pena ni gloria, aunque también los hay bien redondeados. De forma que la impresión final que queda es:
- Que hay material, que Monzó sabe bucear en lo cotidiano, quizá en sus límites y en sus posibles deformidades, y es capaz de extraer cosas que contar
- Que las sabe contar muy bien, en ese estilo llano pero fino, recurriendo a un presente histórico que maneja con solvencia, todo lo cual ayuda a poner en valor historias que por sí mismo parecerían irrelevantes
- Que, no faltando creatividad ni estilo, quizá se echa de menos algo que podríamos llamar empaque, capacidad literaria, el arte de edificar con todo eso una estructura poderosa. Un escalón más, podríamos decir.
Una carencia esta última que en parte -solo en parte- podría venir determinada por el formato del relato breve, y que por tanto desconozco si se encuentra también en otras obras del autor. Por el contrario, me atrevo a suponer que las virtudes que en este libro se aprecian (originalidad, capacidad para narrar, frescura, cierto atrevimiento) no faltarán en otras obras diríamos mayores.
También de Quim Monzó en ULAD: El porqué de las cosas, Mil cretinos
Hola, Carlos:
ResponderEliminarSoy fanática de Monzó; como escritor de relatos me parece de un nivel altísimo, por su imaginación, habilidad para crear giros inesperados y conseguir extraer lo maravilloso y surrealista de la vida cotidiana. Para mí, está en un podio, junto a Cortázar, Monterroso, Luis Mateo Diez, José María Merino y Manuel Rivas. Esos en español y más o menos contemporáneos.
El libro que reseñas no lo he leído, pero tu reseña me llevó a pasarme la tarde de ayer releyendo Guadalajara, un libro estupendo, donde lo cotidiano y lo sobrenatural o extravagante se mezclan. Yo los llamo los libros del ¿ y si? Los cuentos parecen ser la respuesta a una pregunta que el autor se hace -con mucho cachondeo y humor negro- Pongo un ejemplo: ¿ y si ULAD lo escribieran en secreto miembros del Gobierno? ¿ Y si Carlos Andía fuera en realidad Santiago Abascal o Echenique?..
En fin, muy divertidos y ocurrentes. Es un genio.
Saludos
Hummm, Lupita, esas últimas opciones que propones pueden ser algo peligrosas. A ver si, a lo tonto, a lo tonto, vas a andar cerca de la verdad.
ResponderEliminarYo, la verdad, tampoco llegaría a decir que Monzó es un genio. Me gusta su desparpajo, su valentía para presentar situaciones que se adentran en lo absurdo o en lo impensable (que no siempre es equivalente) con naturalidad casi insolente, con ese estilo directo que las convierte en cosas casi corrientes. Pero no siempre me convence cómo resuelve sus tramas, y el conjunto me resulta algo inconsistente (aunque, claro está, en un libro de relatos siempre hay un poco de todo).
Monterroso sí me parece que se acerca más al genio. En unos cuantos días lo tendremos por aquí y lo comentamos.
Un placer contar de nuevo con tus opiniones.
Hola de nuevo, Carlos:
ResponderEliminarAparte de lo puramente objetivo, existe ese no sé qué inefable que hace que algo nos entusiasme; decir que es un genio parte de ese entusiasmo y de que me gusta casi todo.
Los cuentos de este hombre me fascinan, conecto con ellos; algo muy parecido me pasa con Manuel Rivas, que, además, tiene un estilo más poético.
Pero todo lo anterior te lo dice una persona que lo mismo lee un cómic de Superlópez que un soneto de Lope de Vega.
Saludos
Hola, Carlos:
ResponderEliminarSorprendentemente, este libro no me ha gustado tanto como otros suyos, y te doy la razón en todo.
Algunos cuentos no están a la altura.
Saludos
Disculpa, Lupita, no había visto tu comentario. Como tú conoces buena parte de su obra, tienes desde luego más elementos de juicio y por tanto tu opinión tiene un plus de valor respecto de la mía.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por comentar.