Páginas

domingo, 22 de diciembre de 2019

Olivia Laing: La ciudad solitaria


Idioma original: inglés
Título original: The Lonely City. Adventures in the Art of Being Alone
Año de publicación: 2016
Valoración: Recomendable




Son muchas las cosas que el arte no puede hacer. No puede devolver la vida a los muertos, no puede reparar las peleas entre amigos, curar el sida o detener el avance del cambio climático. A pesar de todo, tiene funciones extraordinarias, una extraña capacidad de negociación entre las personas, incluso aquellas a las que nunca hemos llegado a conocer y, sin embargo, se infiltran en la vida de otros y las enriquecen…”


La forma de acercarnos por primera vez a un libro es más importante de lo que parece porque va a condicionar nuestra relación con él durante la lectura, e incluso más allá. Antes de empezar a leer, solemos mirar la portada, quizá ojeamos la sinopsis, echamos un vistazo general, todo eso está muy bien, pero no debemos olvidar encuadrarlo en el género –o mezcla de géneros– a que pertenece. No hablo de hacer un trabajo de investigación ni de ser demasiado específicos sino de no confundir los propósitos del autor, y es lo que ocurriría si, por ejemplo, pensamos que La ciudad solitaria pertenece a un género tan de actualidad como la autoficción porque, casi seguro, acabaríamos decepcionados. Esto, aviso, no es una novela, aunque utilice la autobiografía con total libertad y eso suponga inventar lo que sea menester, sino un ensayo autobiográfico. Y, para evitar confusiones, les recuerdo que un ensayo literario es un texto didáctico que explora libremente un asunto. En este caso, la soledad es el más evidente porque, desde luego se habla constantemente de ella, y quizá fuese el propósito inicial de Laing, pero analiza con tal profundidad causas y consecuencias que acaba describiendo a la gente de esta época y a la época en sí misma, a su individualismo creciente y preocupante.
La excusa (en el ensayo puede haberla porque la voz del escritor suele estar muy presente) es un episodio, real o inventado, eso da igual: en cierto momento, Laing deja Inglaterra sin pensárselo mucho para instalarse durante algún tiempo en una Nueva York donde no tiene anclajes, experiencia de soledad que le sirve para analizar otras vidas solitarias, aunque siempre consagradas a un propósito artístico. Estos primeros episodios, cuando todavía está explorando las posibilidades de su idea, muestran auténticas rarezas, de forma que la comparación con su biografía resulta un tanto artificial. Se adivina una intransigencia injusta, incluso con su propio personaje, como si la soledad debiese avergonzar y el rechazo tuviese justificación. Pero Olivia Laing, la auténtica, no parece ser la diletante que ella misma describe. Estaba trabajando duro, documentándose y practicando una autoindagación que la condujo a conclusiones realmente valiosas. Y es que en ese punto, su enfoque de la soledad todavía se aproxima más a la patología mental que a una auténtica vocación solitaria como parte de la esencia del artista.
Incomunicación por aislamiento, silencio o incapacidad para usar el lenguaje. Tipos que se consideran bichos raros, repelen a unos y fascinan a los incondicionales que les dieron la fama. En su mayoría se trata de iconos del pop: Warhol,  Wojnarowicz, Nomi, Hujar, algún artista más ortodoxo, como Hopper, o expulsados a los márgenes y reivindicados demasiado tarde, como Darger y Valerie Solanas. A mi modo de ver, el mayor mérito de este trabajo consiste en trasladar el conflicto de la personalidad peculiar de los individuos a los despiadados hábitos de una sociedad fabricante de clones que premia la uniformidad, estigmatiza al diferente y tiende a encerrarnos en una burbuja. Esto lo veremos mejor en el último tercio, cuando la propia Laing nos descubra su lado más vulnerable y lo conecte con las miserias de la sociedad y su efecto en quienes se pensaban triunfadores y resultaron ser víctimas. El daño no siempre es proporcional a la agresión, depende de la vulnerabilidad de cada uno, pero ese ambiente descarnado y receloso de las últimas décadas del siglo pasado, cuando el pánico se unía a la homofobia  para despreciar a un colectivo que se veía desaparecer, cuando a la angustia por la pérdida se sumaba la propia enfermedad está tan bien reflejado, encuentra un eco tan exacto en la sensibilidad de la propia autora que por fuerza acaba implicando al lector. El sida es aquí el gran drama de la segunda mitad del XX, pero el XXI nos ha traído un aislamiento que ni en nuestras peores fantasías habríamos imaginado: Internet obsesiona y atrapa de forma mucho más estéril que el arte. Que Warhol se hubiese casado con su grabadora parecía en su momento una excentricidad enorme, ahora todos estamos maniatados al móvil y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
Un texto melancólico y relativamente pesimista que va ganando en intensidad según avanza y en el que abundan los momentos poéticos, descarnados, tanto introspectivos como de análisis social (“… la soledad, el anhelo, no significan que uno ha fracasado sino sencillamente que uno está vivo”). Luego, el problema no está en nosotros sino en un mundo donde nada ni nadie parece estar en su sitio, donde todo es desmesurado, la sobreabundancia de información y el vértigo de las comunicaciones nos superan y el arte se ha convertido en una eterna pregunta que refleja nuestra perplejidad.

Traducción: Catalina Martínez Muñoz

3 comentarios:

Deja a continuación tu comentario. Los comentarios serán moderados y solo serán visibles si los aprueba un miembro del equipo.