Título original: Le commissaire dans la truffière
Año de publicación: 1978
Traducción: Susana Prieto Mori
Valoración: recomendable
Lo primero es lo primero: no me digáis que esta novela no tiene la cubierta más chula que habéis visto en mucho tiempo. Y aunque en este caso se trate, con toda propiedad, de lo que ahora llaman un "noir rural", mi aseveración es extensiva a cualquier tipo de libro, ¿que no? Por supuesto que, además, la imagen que la ilustra tiene su explicación, porque en la trama tiene su papel, y no pequeño, una cerda trufera llamada Rosaline... que bien podría ser la de la foto, con esa mirada llena de inteligencia...
Pero bueno, no me voy a adelantar, vayamos por orden, aunque no lo parezca: supongo que la mayoría de nuestros lectores conocen al célebre conjunto musico-vocal gallego Siniestro Total, que en sus comienzos interpretaban una alegre tonadilla titulada Matar hippies en las Cíes ; pues bien, justo de eso es de lo que va esra novela, pero sin que la acción se desarrolle en las islas Cíes, sino en un pintoresco pueblo de la Alta Provenza llamado Banon (con una sola -n, por favor). Allí alguien está hacuendo desaparecer jipis, de ambos sexos, de entre la nutrida y cambiante colonia que se ha aposentado en la comarca -no olvidemos que la novela es de hace 40 años-; como resulta que además del mal efecto que produce tal circunstancia, algunos de los desaparecidos son retoños de "buenas familias", el veterano comisario Laviolette , oriundo de la región, es enviado al pueblo, aunque más para "impregnarse del ambiente" que para resolver el caso, de existir éste (algo que, en un principio, no parece tan claro)...
Nos encontramos, pues, ante un thriller criminal de ambiente campestre, aunque en verdad se trata de algo más que una mera "ambientación", puesto que esa región de la Alta Provenza o Bajos Alpes es la que también vio nacer al autor de la novela y de ahí que el retrato costumbrista que nos ofrece, aunque sin caer nunca en la complacencia chovinista, sea también una demostración genuina de cariño al terruño. A eso se debe, quizás, que se le asocie con la obra de otro escritor de la zona (de hecho, nacido en la misma localidad que Pierre Magnan, Manosque): Jean Giono. Aunque yo, sobre todo, lo encuadraría entre dos autores de roman policier: Simenon y Fred Vargas (quien, por cierto, también tiene una absorvente novela que comienza en un pueblo bajoalpino: El hombre del revés); aunque, eso sí, el comisario Laviolette resulta menos circunspecto que su colega Maigret y bastante menos difuso que su otro colega, Adamsberg. Sentimental, parece que igual que ambos...
En todo caso, estupenda la decisión, creo yo, la de la editorial Siruela al rescatar para el lector de habla hispana los casos de este comisario, que daran de los años 70 y 80... de igual manera que están recuperando otras novelas del género criminal de diferentes países, aunque con desigual acierto, me temo... Cierto que el libro tiene un aire, digamos vintage -esos jipis... esos coches...- y que el estilo del autor, pese a estar trufad... perdón, impregnado de una sorna suave, de una ironía algo maliciosa, pero bienhumorada, también también resulta un poco alambicada en algún momento (también un poco vintage, si se quiere)... Pero, vaya, quien lea esta novela, además de jipis desaparecidos encontrará infidelidades campesinas, disputas familiares, perros salchicha abandonados, supersticiones antiguas y fórmulas de brujería, sepulcros hugonotes, truferos, rebaños de ovejas... , y sobre todo, a una cerda de ciento ochenta kilos ante la que caerá tan rendido como lo está su dueño. No cabe duda alguna: merecía estar en la cubierta del libro ; )
En todo caso, estupenda la decisión, creo yo, la de la editorial Siruela al rescatar para el lector de habla hispana los casos de este comisario, que daran de los años 70 y 80... de igual manera que están recuperando otras novelas del género criminal de diferentes países, aunque con desigual acierto, me temo... Cierto que el libro tiene un aire, digamos vintage -esos jipis... esos coches...- y que el estilo del autor, pese a estar trufad... perdón, impregnado de una sorna suave, de una ironía algo maliciosa, pero bienhumorada, también también resulta un poco alambicada en algún momento (también un poco vintage, si se quiere)... Pero, vaya, quien lea esta novela, además de jipis desaparecidos encontrará infidelidades campesinas, disputas familiares, perros salchicha abandonados, supersticiones antiguas y fórmulas de brujería, sepulcros hugonotes, truferos, rebaños de ovejas... , y sobre todo, a una cerda de ciento ochenta kilos ante la que caerá tan rendido como lo está su dueño. No cabe duda alguna: merecía estar en la cubierta del libro ; )
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