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lunes, 27 de mayo de 2019

Enrique Criado: El paraguas balcánico


Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2019
Valoración: Está muy bien

Cuando uno se instala como extranjero en un nuevo país debe aprender a sortear desde el primer minuto unas cuantas adversidades, tan ineludibles como inconmensurables y arduas. No es sólo abrir una cuenta en el banco, contratar un proveedor telefónico o conseguir los papeles que a la burocracia local se le antoje, con esa mezcla de esoterismo y disparate que por supuesto impregna siempre todos estos requisitos, en cualquier parte. También hay que zambullirse en un nuevo y desconocido idioma, puede que incluso en un alfabeto, así como en las ignotas dimensiones del lenguaje no verbal y del sentido del humor, propósitos a los que la lógica no puede prestar prácticamente ayuda alguna. Luego van llegando otras decisiones también importantes; cocinar sus alimentos, leer sus autores y oír sus músicos, coger tirria a sus políticos, hacerse forofo de un equipo, de una marca de cerveza y de una emisora de radio, convertirse en cliente de un colmado y de un kiosko y parroquiano de un café o de un bar… A partir de ahí, el transplantado ya puede empezar a sentirse parte de la comunidad 

Para quienes han escogido la diplomacia como actividad con la que proveerse el sustento, estas inmersiones para establecerse en un nuevo destino tienen lugar cada tres años. O así es, al menos, en el caso de Enrique Criado (Madrid, 1981) cuyo paso como representante del Reino de España en Kinshasa, República Democrática del Congo, entre 2009 y 2012 ya deparó un primer libro, Cosas que no caben en una maleta, etapa a la que prosiguió otro trienio en Canberra, Australia, y otro más, hasta 2018, en Sofía, la capital de Bulgaria. A éste se refiere El paraguas balcánico, cuyo propósito es acercarnos de manera ligera y amena una realidad, la de Bulgaria y, por extensión, la de la región de los Balcanes, compleja y enrevesada. No se trata, pues, de un ensayo con pretensión científico/académica –los hay muy apabullantes, como los del profesor de Historia Francisco Veiga-, si no más bien de relatar en primera persona una experiencia personal a la vez que se proporcionan una serie de datos y pinceladas en clave divulgativa sobre los Balcanes, una región a la que -como se recoge en el prólogo- Winston Churchill atribuyó la capacidad de producir más Historia de la que es capaz de digerir.

En el relato se mezclan por tanto, anécdotas y experiencias personales con la descripción subjetiva de una sociedad y un país que, por así decirlo, no está entre las prioridades de los medios de comunicación. En el imaginario del ignorante, uno recrea la rutina de los diplomáticos exhibiendo sonrisa, modales y pajarita en voluptuosas veladas de recepción oficial entre bandejas de bombones y copas de champán pero en este mundo globalizado y prosaico seguramente tengan más de viajantes de comercio intentando colocar su catálogo de gangas o de delegados de agencia de viajes al rescate de connacionales en viaje de bajo coste metidos en algún lío con una cuenta pendiente de pago en tugurios poco recomendables. Pero Enrique Criado debe ser un tipo muy leído, por que sabe enhebrar su relato de escenas y experiencias cotidianas y costumbristas con reflexiones interesantes acerca de la Historia, la política, el Arte o la literatura y tira de ideas y recuerdos sacados de páginas escritas por Claudio Magris, Svetlana Alexievich, Ivo Andric, Mircea Cartarescu, Lawrence Durell, Philip Roth o Ryszard Kapucinski, y recupera las palabras de personajes de nuestra tradición que dejaron sus pasos por aquellos caminos, como Chaves Nogales, García Márquez o Gaziel. 

Una de las tramas más valiosas de este libro, por su carga de emoción y dolor, es quizás la que recurre a la comunidad judía sefardí, descendiente de aquellos que se vieron expulsados de España hace siglos y que han mantenido su idioma y un sentimiento de identidad muy apegado al mismo y a una cierta idealización a un origen del que fueron brutalmente despojados. Una buena parte de aquella diáspora acabó encontrando refugio en estas tierras, al amparo del por entonces poder bizantino. Y cuatro siglos después se les continúa reconociendo como ispanioles, como atestiguó Elías Canetti, originario de la ciudad búlgara de Ruse, quien al recoger el Premio Nobel de Literatura en 1981 rememoró la raíz de su familia en el pueblo conquense de Cañete. El nazismo y las masivas oleadas de emigración hacia Israel han dejado muy mermadas estas comunidades, como las que se establecieron en ciudades como Salónica o Sarajevo, aunque Enrique Criado trata de seguirles la pista viajando incluso a Israel, donde muchos de ellos se establecieron en Jaffa, hoy convertido en un suburbio al sur de Tel Aviv, donde siguen siendo comunes apellidos como Cohen, Romano, Bassat o Danon.

Aunque Bulgaria es la gran protagonista de El paraguas balcánico, y el título tiene mucho que ver con la literatura y con lo que le aconteció en septiembre de 1978 en Londres al escritor Georgi Markov, y se explican algunas de las claves de su imaginario colectivo, como el desprecio por lo turco y el aprecio por lo ruso, o cómo el rey depuesto por el Régimen comunista, Simeón de Sophia-Coburgo y Gotha, acabó como jefe de gobierno de la actual república tras imponerse en unas elecciones democráticas, en el libro también se recogen otros viajes por países limítrofes o cercanos; Grecia, Turquía, Macedonia del Norte, Albania, Montenegro, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Moldavia, Ucrania, Armenia, Chipre o Israel. Un libro que funciona muy bien como ventana a la que asomarse y, a quien le pique el alacrán de la curiosidad, como puerta de entrada a asuntos y lugares repletos de interés.

3 comentarios:

  1. Me gusta este tipo de libros. Si encima viene presentado con una estupenda reseña como esta, va directo a la lista de pendientes.

    Saludos, compañero.

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  2. Hola Carlos: un libro interesante. Felicitaciones por la reseña, un placer leerla.

    Saludos

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  3. Hola Carlos, hola Gabriel. Mil gracias por la atención y el elogio.

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