Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable
Mil viajes a Ítaca
es un libro de viajes que va mucho más allá de la descripción de lo visto, pues
no pretende describir las islas griegas en las que se desembarca –eso lo haría
una buena guía- si no que se centra en el viajero, aunque para el caso, más
preciso es decir el navegante. Mi sensación como lector es que he compartido
un ejercicio vital; la búsqueda de un sentido, de una experiencia única y
genuina, del goce de la belleza. Un periplo mágico y entrañable que la autora lleva
surcando desde hace años de navegación a vela por las islas y costas de Grecia
y que es la manera de vivir y de estar en el mundo que Ana Capsir (Valencia,
1959), bióloga y patrona de Altura de la Marina Mercante, se ha procurado desde
que decidió aparcar su trabajo como investigadora científica.
Desde luego, este
es un libro azul. Y blanco. Azul con todos los matices, intensidades, brillos y
texturas que deparan los cielos y las aguas del Mar Jónico y del Egeo. Y el blanco
de la espuma, de la cal, de un ritmo de vida que todavía es una de las identidades
de quienes habitan estas rocas rodeadas de mar. Personas humildes, socarronas y
tranquilas envueltas en la luz mediterránea, una luz que, nos recuerda la
autora, es un estado vital, una conmoción auténtica. Desde luego, no parece mal territorio para quien es capaz de encontrar la gloria en un plato de
aceitunas, para sentir que la emoción cabe en el aburrimiento, para quien se
deleita con el pesado baile de una mosca o vibra al sentir el mar agitarse.
Aunque en cualquier caso, es ineludible la advertencia que se nos hace
en el epílogo: “Ítaca no existe si tú no la inventas”.
Navegar a vela es una
declaración de principios. Frente a la inmediatez y la velocidad, y también el
ruido y la furia de los motores, sentir la fuerza y el rumor del viento y del
mar envolviéndote y llevándote, el crujir de los elementos de la embarcación, la
parsimonia con la que se deslizan los contornes y los horizontes, equivale casi
a un posicionamiento ideológico, a optar por una manera de estar, de sentir y
de pensar. Trazar un rumbo, perseguir el viento haciendo bordos, prescindiendo
de la línea recta, dudar sobre el destino más apropiado, calcular en horas de
sol y luna, entender que apenas eres una minúscula pieza de un Cosmos perfecto
si le pides lo razonable y le das lo justo, y que todo es una aventura y que
cada momento es irrepetible, que cada entrada a puerto es mágica; a eso me
refería cuando hablaba de compartir un ejercicio vital. Porque navegar a vela
es, quizás, una de las maneras de vivir más nobles y gratas que a uno se
le antojan.
Navegar requiere
tanto ciencia como arte y, nos explica Ana Capsir, hasta las maniobras más mecánicas
y reiteradas deben resultar elegantes y despojadas de artificio. El Mediterráneo,
especialmente sus islas, es sobretodo un ritmo, una medida; con sus equilibrios
y proporciones, con sus escalas y armonías. También es uno de los principales
escenarios donde la industria del turismo vende a decenas de millones de
consumidores cada temporada la necesidad de disfrutar de vacaciones a precio
económico, con el consiguiente coste de masificación, banalización,
uniformidad, contaminación y destrucción. Una realidad que también se cuela en estas
páginas.
A día de hoy, una
de las grandes recompensas que Grecia todavía ofrece a los viajeros son las
tabernas, y Ana Capsir reconoce coleccionarlas. Porque afortunadamente aún
sobreviven estos pequeños espacios que son una delicia para quienes necesitan
de charla, de roce humano. La autora nos va dando cuenta de sus hallazgos y
sintetiza así su espíritu: ”Una taberna no está hecha sólo de comida, aunque también,
si no de colores, de flores, de luces, de música, de vistas, de barcas, de
gatos y muy importante, de taberneros y taberneras.” Quizás la diferencia entre
un buen sitio y uno estupendo esté en sus habitantes. Y por todas estas islas
en la que el libro nos hace desembarcar, nos damos de bruces con jubilados,
mecánicos, marineros, pastores, hortelanos, vendedores sin mercancía o
charlatanes sin oficio. ¿Qué más da? Pues como nos recuerda la autora, ya lo
dejó dicho Cervantes en Don Quijote: “¿Acaso es tiempo malgastado el que se
emplea en vagar por el mundo?”
Si el libro es tan bueno como la reseña, puede decirse que merece la pena.
ResponderEliminarQué bonito lo que has escrito Carlos!!! Gracias y un saludo
ResponderEliminarBueno, si no voy mal fue Ezra Pound quien lo soltó: "Navegar es preciso, vivir no es preciso". Gracias Carlos y Paloma por pasaros por aqui y comentar.
ResponderEliminarEstupenda reseña.
ResponderEliminarMuchas gracias.
PML
Disfrute de este libro y sigo disfrutando de el, pues cada vez que añoro Grecia y su mar, lo releo y lo vivo de una forma real, como si estuviera alli, gracias a la maravillosa narrativa de su autora, Ana. Solo deseo que venga una segunda parte para emprender nuevos singladura...
ResponderEliminar!Lo compro! ¡Con esta reseña no queda otra! ¡Que bien! Muchas gracias. Me apetece mucho leerlo porque mi primera navegada fue a las islas griegas y me da la sensación que reviviré el viaje leyéndolo. Además creo que tengo muchas cosas en común con la autora, y no solo porque coincidimos en el nombre, sino porque también soy escritora y mi libro es azul caribe y un poquito blanco. ;)
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