Año de publicación: 2017
Valoración: Recomendable (creo)
…aunque no termino de tener muy clara la valoración, pero quizá escribir esta reseña me ayude un poco.
Lo que nos presenta Sònia Hernández son tres personajes: una periodista bien entrada en los cuarenta, con notables problemas de autoestima, que acaba de ser abandonada por su marido. Su hija, quinceañera que ejerce de tal (yo me la imagino gótica, aunque eso no lo dice el libro), juega con sus amigos a contener la respiración hasta no reconocerse en un espejo. Y un individuo algo mayor, que pasa por ser el pintor mexicano Vicente Rojo (el ‘pasa por ser’ no empeora el manifiesto y un poco extraño espoiler que ya contiene el título). Con estos tres vértices se construye la pequeña historia, que pone a los personajes en conexión a partir de una situación anecdótica.
Lo que ocurre después es más bien poco sobresaliente, y el relato se mantiene, siempre en la voz de la madre, en el ámbito de lo íntimo, definiendo las relaciones entre los personajes, que básicamente podrían ser:
- Entre madre e hija, el panorama es más o menos el esperado: la primera, todo inseguridad, intenta sin mucho éxito mantener la comunicación ante la actitud provocadora de la niña. La madre conoce los extraños juegos de prosopagnosia y se esfuerza por comprender que su hija busque, a su manera, otra forma de mirar una realidad que le parece aborrecible, porque en el fondo a la madre le ocurre lo mismo: empezando por los cambios en su propio cuerpo, se siente perdida, golpeada por la edad y la falta de respuestas. Y aquí aparece el pintor.
- La relación entre la madre y el pintor es un poco el encuentro de la mujer desorientada con el gurú, el confesor, el guía espiritual. En el hablar pausado y sabio del artista encuentra ella el sosiego, y en sus obras, el equilibrio, una nueva forma de entender la belleza y hasta un dibujo para entender mejor el mundo.
- Para terminar, la conexión entre el pintor y la hija, más allá del incidente fortuito inicial, es simplemente inexistente. La chica, pertrechada en su obsesión por la fealdad y quizás intentando preservar su propia perspectiva de la realidad, rechaza violentamente todo contacto con el hombre y fustiga a su madre para que haga lo mismo.
Como decía antes, nos mantenemos siempre en el ámbito de lo íntimo, todo este juego de relaciones impulsa a la madre a reflexionar sobre sí misma, sus limitaciones y su permanente sensación de estar a punto de asistir al final de algo. Pero cuando me refiero a ‘lo íntimo’ no es tanto la previsible retahíla sobre una madurez mal asumida, el papel de madre en camino de fracasar, o el matrimonio echado a perder. Quizá lo más notable del relato es que nos movemos en un plano intelectual relativamente elevado, tocando la búsqueda del equilibrio y el significado de la estética, todo lo que, a fin de cuentas, se resume en una explicación congruente sobre el mundo.
Como las largas reflexiones de la madre oscilan de continuo entre el nivel existencial y el doméstico, y además tenemos en el pintor un caso palpable de suplantación, uno tiene la duda de si la narración acabará más en el terreno de Bridget Jones o en el de Juegos de la edad tardía. Pero al final casi nos convencemos de que el libro de Sònia Hernández encuentra un camino propio y de cierto nivel, lo que no es desdeñable en un texto con semejante carga de subjetividad. Y además, expuesto con una prosa inteligente y fluida, y el interesante ingrediente de los hábiles juegos de identidad (no desarrollados del todo) entre Vicente Rojo, Max Aub y su alter-ego Torres Campanals. Todo lo cual pone al libro en un nivel apreciable, la verdad.
El problema en mi opinión es que un libro tan breve y una historia con tan poco desarrollo tienen que resultar intensos para no caer en la intrascendencia. Y ahí empiezan mis dudas. Hay bastantes páginas en que la narradora nos cuenta algunas experiencias anteriores (autoficción, tal vez?), que está bien para conocer mejor al personaje pero no sé si son estrictamente necesarias o hacen perder un poco de vuelo. Y el problemilla con el pintor, quien tiene nada menos que el honor del título, pues se queda un poco ahí, secundario, hasta desvanecerse sin haber aportado demasiado, más allá de un tibio mensaje metafórico.
Se echa de menos eso a lo que a veces llamamos brío, que es algo tan inconcreto como fácil de detectar cuando no está, y así queda algo descolorida esta pequeña historia, no obstante haber sido elaborada con materiales interesantes. Pero aun así me parece algo diferente, que tiene su punto, y con todo sí se merece el Recomendable. Creo.
Hola, Carlos, Gracias por la entrada. Empecé esta novela con mucho interés. Es verdaderamente original. La identidad, las dudas de la mediana edad, la incomunicación con la hija... Me gustó mucho al principio. Luego empezó a parecerme todo una excusa para exponer ideas y la historia dejó de parecerme creíble. En fin, es una novela meritoria y me hizo pensar.
ResponderEliminarVeo, Òscar, que te ha dejado una sensación muy parecida a la mía, lo cual es un alivio, la verdad. Vamos, que está bien escrita, que contiene ideas interesantes, pero que también la falta intensidad y sobre todo desarrollo. Es de esos libros que uno espera que los demás lean, a ver si su opinión coincide o si han encontrado algo diferente.
ResponderEliminarAsí que doblemente gracias por tu aportación. Saludos.