Título original: L´usage des ruines
Traducción: José Ramón Monreal
Año de publicación: 2012
Valoración: Muy recomendable
Un tipo curioso este Jouannais, crítico de arte y con vocación, según dice, de ser un personaje literario de Vila-Matas, con quien mantiene una rara relación epistolar. Yo creo que a Jouannais lo que realmente le gustaría sería escribir como Vila-Matas, y la verdad es que estilo y creatividad no le faltan. Por lo visto, hace algún tiempo a este autor francés le empezó a dominar una especie de obsesión con las guerras, y se sumergió de lleno en ese mundo, con una perspectiva artístico-literaria muy rompedora. De hecho, dio un ciclo de conferencias periódicas sobre el tema en el Centro Pompidou, y de ese estudio y elaboraciones surge también el título que ahora comentamos.
El uso de las ruinas es una reflexión sobre una serie de episodios bélicos de épocas muy diferentes, desde el imperio persa hasta la Segunda Guerra mundial, centrados siempre en el sitio o bombardeo de una ciudad o una fortaleza. Son relatos breves de sucesos terribles, lugares devastados y poblaciones aniquiladas, con precisión y ritmo bastante borgianos, cuyo foco se detiene siempre en la ruina, el efecto físico del ataque, lo que literalmente es, tirando de tópico, el paisaje después de la batalla. Ahí se centra el autor para examinar qué quedó de aquella violencia, su huella material, a veces su ausencia, y leer en ella las intenciones del agresor (incluso de sus víctimas).
Expone Jouannais la importancia de las ruinas para el vencido: la derrota no es del todo completa si se conserva el vestigio de un esplendor anterior, la prueba de una defensa heroica que de alguna manera conserva la llama de haber hecho frente al agresor. Por eso varios de los casos relatan la obsesión del vencedor para aniquilar por completo, hasta sus cimientos, el reducto, el bastión, la ciudad rebelde. Así, la demolición de la cancillería diseñada para Hitler por su arquitecto de cabecera, Albert Speer, la desaparición de Cartago a manos de los romanos, o la pulverización de una extraña isla artificial en los Países Bajos o de una fortaleza camino de Tombuctú. Los restos son a veces utilizados para conmemorar la batalla –quizá en un monumento, o en un uso civil-, y otras dispersados con furia para que no quede de ellos ni el polvo; pero el borrado absoluto del enemigo es también, en muchos casos, trabajo del ejército victorioso.
En otras ocasiones, la desaparición final del objetivo no es tanto voluntad del agresor sino el fin lógico de la secuencia del combate. Durante la I Guerra mundial, la colina de Vauquois, en la Lorena francesa, fue objeto de encarnizados combates durante años. El uso intensivo y salvaje de las minas por ambos bandos alteró la orografía del cerro, modificando su perfil y altitud, dejando un paisaje irreconocible. Algo similar –me permito añadir por mi cuenta- a lo ocurrido décadas después con los bombardeos rusos sobre Chechenia.
En ocasiones la guerra genera paisajes inesperados, no ya (o no solo) por la destrucción, sino por sutiles y provisionales transformaciones del paisaje. Cuenta Jouannais que ante la eficacia de los sistemas antiaéreos alemanes, los aliados encontraron finalmente un sencillo sistema para despistar a los radares. No recuerdo si era en Hamburgo, se lanzaron señuelos cargados con millones de tiras de papel de aluminio que, además de facilitar un bombardeo más cómodo, sembraron los alrededores de la ciudad devastada de una especie de floración brillante que, al menos durante un corto espacio de tiempo, creó una estampa casi irreal. Alguna fotografía da testimonio del paradójico fenómeno.
Pero el uso de las ruinas o su aniquilación no solo es consecuencia, voluntaria o azarosa, de la lucha. El escombro puede ser usado como nueva línea fortificada, como parapeto, tal y como se hizo para resistir el brutal sitio de Stalingrado, según cuenta al autor. O como material de trabajo, por acumulación, como algunos de los montajes Merzbau del interesante artista alemán Kurt Schwitters.
Las cosas pueden ir aún más lejos cuando alguien convierte la destrucción en algo abstracto y lo utiliza de la forma más sublime y más estremecedora: dice Jouannais que, entre otras alternativas mucho más razonables, Julio César sólo decidió emprender la campaña de las Galias porque le pareció escenario más apropiado para escribir el célebre libro que todos los que hemos estudiado latín hemos sufrido con tanta paciencia (La guerra de las Galias). Y hay hasta quien parece haber sugerido (no sé si desarrollado) un sistema para leer en las ruinas como se leen las entrañas de un pollo. Creo que es un profesor polaco llamado Bolgacki o algo así, y a nuestro Jean-Yves no parece que le incomode mucho la idea.
Escrutando en todas estas cuestiones encontramos algo de lo que podríamos llamar intrahistoria de esas batallas, datos e imágenes que los libros ignoran, y que aportan una dimensión más cercana, no sé si más humana. Parece que veamos humear los restos, tocar las montañas de cascotes y observar los detalles de lo que ocurrió, por qué, cómo, quiénes. En definitiva, episodios llamativos, casi siempre interesantes y muy bien relatados, que aportan un punto de vista en mi opinión absolutamente novedoso sobre la guerra y sus consecuencias. Y un autor con talento para contarlo y valentía para arriesgarse en hipótesis, a veces en divagaciones, de esas que abren la mente. Incluso se permite la osadía de incluir un relato apócrifo, basado en un recuerdo familiar.
Interesante, un libro diferente, lo que espero (también) de ULAD
ResponderEliminarMe alegro coincidir con tu opinión, y gracias por el comentario.
ResponderEliminarP.D. Lo que no sé si pillo del todo es la última parte de tu mensaje.
Acantilado. Vaya pedazo editorial. Me compraría su catalogo entero y no es para menos. Chapó.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
ResponderEliminarUn saludo.