Título original: Excellent Women
Año de publicación: 1952
Valoración: Recomendable
El Londres de posguerra, un
barrio y unos vecinos que tienen la mirada puesta en la vicaría y su
correspondiente vicario, convenciones, chismorreos y represión más o menos
aceptada. Una protagonista con entidad propia que sirve también como arquetipo.
Porque esta es una novela de personaje. Miss Lathbury –hija de vicario a su
vez, soltera, inteligente y de conciencia escrupulosa–, además de ser una de
esas mujeres que menciona el título,
sirve de núcleo argumental: el resto del reparto gravita en torno a ella y,
literariamente hablando, este sirve de pretexto para resaltar sus rasgos personales.
Podríamos decir que el mayor acierto de la autora consiste en haber creado un
individuo tan convincente que es ella quien parece hablar por su boca, pero
esto, paradójicamente, es también su punto flaco. Me explico: si hacemos una
lectura literal de lo narrado y pensamos que Pym se está retratando a sí misma
nos podemos morir de aburrimiento. Claro que, al menos en la edición que
manejo, no hay más que mirar la solapa y toparse con su foto para comprender
que la novela no tiene nada de autobiográfica. Se ve muy claramente que la personalidad
de Mildred, así como sus rasgos físicos, están ausentes por completo de ese
rostro, no hay en él nada que recuerde a la mujer gris, condenada a una existencia
anodina y carente de recursos para escapar de ella.
Con esto quiero decir que Mujeres excelentes no es lo que parece a
primera vista. Y es que debemos situarnos en aquellos años sombríos, prestar
atención a lo que se nos cuenta y, sobre
todo, entrar en la mente de la autora, captar su evidente sorna, para entender
que cada escena, comentario, pensamiento no son más que guiños al lector, o más
bien un codazo cómplice, para que este repare en lo ridículo de una mentalidad
y una forma de vida cuyo eslabón más débil son las mujeres, sobre todo aquellas
de reputación intachable, que han asimilado las doctrinas y las ponen
fervientemente en práctica. Y es que solo si somos capaces de conectar con la
sátira, las situaciones nos parecerán divertidas y los diálogos descacharrantes.
Sin embargo, y a pesar de su
carácter funcional y de no aportar más que unos pocos detalles imprescindibles
y unas conversaciones tan abundantes como convincentes, todos los personajes están
perfectamente caracterizados y son fácilmente reconocibles. Pym los vapulea sin
piedad, tanto a los partidarios de algún credo como a
los que representan el racionalismo y la apertura de costumbres. En ese
microcosmos, vamos comprendiendo, siempre a través de las observaciones de
Mildred, cómo cada vecino o visitante ocasional se afana por conseguir sus
objetivos a costa de lo que sea, y nadie más adecuado que una mujer soltera –y por
tanto sin obligaciones conocidas, es decir, disponible– hacendosa, educada
desde niña en la ayuda al prójimo y extremadamente exigente consigo misma. Dentro de ese contexto, la posibilidad/necesidad de coger el último tren que la sacará de la soltería cuando todavía quedan algunos restos de juventud será el principal detonante que mantenga el interés del lector. Los candidatos van apareciendo: pueden contarse hasta tres, incluso cuatro si nos dejamos de prejuicios. Solo hace falta esmerarse, convertirse en alguien más encantador si cabe, más servicial, aunque se sospeche que ese es el camino equivocado, porque lo cierto es que, desgraciadamente, no queda otra. Eso o resignarse a habitar a perpetuidad en los márgenes de la vida.
Como pueden ver, una ratonera perfecta, pues en estos casos es sencillo convencer a la incauta de que, al utilizarla descaradamente, sin pago ni reconocimiento, en realidad se le está haciendo un gran favor. Y ella, no es que no lo vea, ya he dicho que de tonta no tiene nada, es que no es capaz de actuar de otro modo a causa de una educación y unas creencias que la colman de inseguridades y complejos. Una metáfora extrapolable a otros lugares y épocas, que adquiere especial relevancia en un momento de evidente preocupación por los roles de género. De ahí que Mujeres excelentes, cuya publicación pasó bastante desapercibida, tres décadas después de haber sido editada en España haya vuelto de nuevo a las librerías y en los dos últimos años no haya dejado de reeditarse.
Como pueden ver, una ratonera perfecta, pues en estos casos es sencillo convencer a la incauta de que, al utilizarla descaradamente, sin pago ni reconocimiento, en realidad se le está haciendo un gran favor. Y ella, no es que no lo vea, ya he dicho que de tonta no tiene nada, es que no es capaz de actuar de otro modo a causa de una educación y unas creencias que la colman de inseguridades y complejos. Una metáfora extrapolable a otros lugares y épocas, que adquiere especial relevancia en un momento de evidente preocupación por los roles de género. De ahí que Mujeres excelentes, cuya publicación pasó bastante desapercibida, tres décadas después de haber sido editada en España haya vuelto de nuevo a las librerías y en los dos últimos años no haya dejado de reeditarse.
Gracias por tu reseña!
ResponderEliminarYo no se si es porque había leído críticas maravillosas o porque me pilló su lectura en un momento "raro" pero me decepcionó un poco. No digo que no me gustase, pero no se, me faltó algo...
Claro, resulta algo añejo, o bastante. Me pasó lo mismo cuando lo empecé, hasta que vi a la autora descojonándose detrás de su personaje. Hay una crítica feroz, aunque disimulada, incluso hacia la narradora/protagonista, principal víctima de sus propios prejuicios.
ResponderEliminarPero así debía ser aquella época, que está magistralmente retratada en mi opinión.
No lo he leído aún y quiero leerlo
ResponderEliminarConozco s Barbara Pym por otro libro que me fascinó