Año de publicación: 2017
Valoración: Está bien
Tiene su mérito saber titular un libro. Fue esto lo que me llamó la atención de inmediato, esa frase brillante, evocadora, extraída de un verso de Labordeta. Ya por su mismo origen condensa el sentido último del texto, la proximidad de la muerte, la soledad y el trasfondo rural, arcaico si se quiere, que impregnan el trabajo de Virginia Mendoza. El subtítulo incorpora además el término ‘arraigo’, con lo que tenemos todos los elementos al primer vistazo a la cubierta. Dejemos (una vez más) la ilustración que, como otras que acompañan el texto, parecen querer darle un aire simpático que, sin desentonar del todo con el texto, apuntan a cierta levedad, lo que a mi juicio es un error. Pero vamos por partes.
Lo que presenta Mendoza es una exposición sobre la desertización de la España rural, el despoblamiento de aldeas de las que escapa la vida que tuvieron y en las que a veces resisten ancianos solitarios anclados a la tierra. Digo ‘exposición’, no análisis, ni estudio, porque enseguida nos damos cuenta de que no es esa la intención de la autora, o al menos es lo que parece.
El primero de los diez capítulos del libro rememora la visita del fotógrafo Eugene Smith a la localidad extremeña de Deleitosa, de la que surgió el conocido reportaje titulado Spanish Village, publicado en Life en 1951. Smith flipaba mucho con lo que se encontró, un pueblo sumido en la pobreza y amarrado a sus viejas costumbres, donde el correo llegaba en un burro, personas y animales compartían espacios y el teléfono más cercano estaba a doce kilómetros. Las fotos de Smith, que el régimen de Franco intentó desactivar por distintos medios, tuvieron gran repercusión y transmitieron una imagen, real aunque parcial, de la España de la época. Incluso parece que ‘el americano’, como era conocido, llevó a cabo una cierta preparación de algunas instantáneas. Pero, para no irnos por las ramas, Deleitosa era un pueblo con más de 2.000 habitantes, así que poco tiene que ver con el tronco de nuestro libro, como no sea para introducirnos en ese mundo de tierras áridas, pastoreo y economía de subsistencia en el que nos vamos a mover.
A partir de aquí lo que tenemos son testimonios de algunos que decidieron quedarse allí donde vivieron siempre, aunque nadie más les acompañase, como Ángel Luis, el único de los protagonistas que no es un anciano, que cuenta cómo sigue viviendo en función del sol y las estaciones. Otros han llegado buscando simplemente la soledad, o con intención de dejar atrás una vida más convencional y reconstruir el pueblo de sus antepasados. En muchos casos hay recelo hacia cualquiera que llegue, no exactamente miedo, sino un instinto de autoprotección que a veces se materializa en una escopeta. Tampoco vemos tristeza y más bien poquita añoranza, los paisanos asumen su aislamiento con más naturalidad y entereza que resignación.
La mayor parte del libro lo constituyen esos documentos, con un formato flexible que a veces queda en entrevista y otras es la autora quien traslada el relato mezclándolo con recuerdos personales o familiares, descripciones de lo que queda de las poblaciones o sus caminos, o reflexiones sobre una forma de vida casi periclitada. Hay momentos impactantes, como la anciana de una aldea de Soria que creía que no volvería a ver un bebé, o la leyenda (con visos de realidad) de un pueblo de Teruel tan apartado del mundo que hasta allí viajaban mujeres a parir (y a deshacerse de) hijos no deseados. Uno de los episodios es un muy bien montado diálogo entre Pepe, que vive solo en una aldea del Pirineo, y un personaje de Julio Llamazares (no recuerdo de qué libro). Llamazares, a quien por cierto se cita en buen número de ocasiones, lo mismo que Azorín o Delibes, todo un repertorio de autores que han trabajado a fondo el mundo rural.
Me gustó encontrar también un capítulo dedicado a Foncebadón (León), lugar que conozco personalmente, y que podría ser el arquetipo de pueblo en vías de recuperación, esta vez gracias a la popularidad del Camino de Santiago: completamente desierto y en ruinas en 1998, en 2006 se habían reconstruido algunas casas y habilitado un albergue. Es el reverso de la despoblación, la recuperación de estas aldeas y su inclusión en rutas turísticas. ¿Parques temáticos a tamaño natural? Tema para la discusión.
Lo que quizá se echa de menos es un poco más de peso. El libro tiene para mi gusto demasiado color periodístico, podría ser un telereportaje, al que no se puede negar el interés humano, es ameno y retrata bien los personajes. Pero estamos hablando de una cuestión importante, que tiene sus orígenes, sus causas, su proceso, que habrá dejado sus heridas y tendrá también consecuencias. Así que bien está el trabajo de campo y la aproximación a las personas, pero creo que el asunto merecía algo más de profundidad, un apoyo más potente en la historia y en la economía. Desde esa perspectiva, el libro se queda algo corto, pero sin duda habrá quien sepa valorar mejor los aspectos positivos que sí tiene.
Hola, socio:
ResponderEliminarSupongo que el libro que comentas de Llamazares es "La lluvia amarilla", que reseñó aquí Santi con su prestancia habitual.
Pues no lo recuerdo, pero seguramente, porque el libro de Llamazares se mueve también por los mismos ambientes.
ResponderEliminar¿Qué clase de brujería es esta? Justo ayer estaba buscando "La lluvia amarilla" en la biblioteca.
ResponderEliminarY yo hablando de Llamazares en los comentarios de la entrada de ayer...XD
EliminarSi te gusta esta temática y no lo has hecho ya, acércate a "La España vacía", de Sergio del Molino. Por lo que comentas, creo que el peso específico que vas a encontrar allí es mayor.
ResponderEliminarOK gracias por tu recomendación, y por pasarte por aquí.
ResponderEliminarSaludos.