Título original: Karoo
Año de publicación: 1998 (En España: 2013)
Valoración: Casi imprescindible
Me dirijo a ti, lector, que empezaste esta novela hace ya tiempo y ahora duerme plácidamente en algún rincón de tu casa. Quizá no pudiste pasar de la página cien –sobre todo sabiendo que aún tenías otras seiscientas por delante– y no tienes intención de arrepentirte. No sabes cómo te comprendo, pues, lo confieso, me pasó exactamente lo mismo. Pero escucha: si tienes paciencia puede que encuentres mucho más de lo que podrías esperar con ese comienzo.
Tratándose de Steve Tesich,
guionista y dramaturgo norteamericano de origen serbio, su soltura en las
descripciones del mundillo está garantizada. Tampoco podía faltar el aspecto
metaliterario. Mediante un protagonista que se dedica a reconstruir guiones, Tesich
contrapone con brillantez la lógica y coherencia de los argumentos de ficción
con el sinsentido de la vida real. Y sin embargo, puede que por haber pertenecido a la
industria del espectáculo, esta su segunda y magnífica novela ha pasado desapercibida
hasta que, en 2012, fue publicada con gran éxito en Francia.
Calificada a veces de humorística,
aunque su humor es tan amargo y sombrío, tan cerca de lo siniestro que yo la
considero más bien sarcástica, Karoo es una novela protagonizada por un cínico
y narrada por él mismo, en primera persona, durante más de sus tres cuartas
partes, exactamente hasta su intenso y dramático punto de inflexión. Y es que,
a pesar de lo que parezca, de lo que te haya parecido a ti, lector
decepcionado, en algún momento se produce un giro radical que, seguro, te pillará
por sorpresa. (Que no te vas a aburrir lo garantizo, es más, a pesar de esas
primeras impresiones tuyas, es probable que más adelante se te acelere el
corazón durante demasiados episodios; imposible asegurar que vaya a gustarte
tanto como a mí pero, desde luego, intriga no te va faltar, lo prometo.) En
realidad se producen dos grandes giros: el primero aparta al argumento de su
aparente atonía inicial y despliega ante nuestros ojos un horizonte que se
había mantenido oculto para que centrásemos nuestra atención en la personalidad
del protagonista.
Un protagonista tan
egocéntrico que pone en valor hasta la mayor nimiedad que hace, piensa y
siente, de ahí que necesite ir anotando mentalmente cada una de las veces que
bosteza (es un decir). Para irlo situando, os diré que se le suele comparar con
el Ignatius Reilly de La conjura de los necios. Y es
cierto que este algo tiene en común con Saúl Karoo, aunque también influye, y
mucho, el hecho de que ambas obras se publicasen póstumamente. Nuestro héroe no
es más que la caricatura, despiadada y compasiva a partes iguales (aunque en
principio esto parezca contradictorio), del hombre moderno –que en los años
transcurridos desde que Tesich lo concibió no ha hecho otra cosa que acentuar
sus rasgos– y el argumento una sátira del mundo occidental tal como era a
principios de los noventa. El tedio y la visión amoralmente escéptica de quien,
con poco esfuerzo por su parte, ha disfrutado de una vida cómoda se evidencian
en esas páginas repletas de detalles irrelevantes, en los párrafos cortos y en
apariencia desprovistos de contenido y en la sucesión de espacios en blanco que
nos harán avanzar rápidamente por los monótonos días (y páginas) de quien, al
sentirse por encima de todo, desprecia todo lo que existe. Pero algo sucede y
le obliga a atenuar esa misantropía que dominaba su vida hasta el momento. El
texto va cambiando de tono, se convierte en otra cosa. Finalmente, el drama asalta
a Karoo de sopetón y le encuentra tan desprevenido que amenaza con destruirle. En
una dimensión más social, incluso encontramos una premonición paródica,
teléfono mediante, de lo que pueden representar las redes sociales hoy día para
alguien que empieza a perder pie. En cuanto al insidioso papel de los medios
entrometiéndose en la intimidad de la desgracia, la situación no ha cambiado apenas.
En este último tramo ya no es nuestro Karoo –al que hemos acabado tomando
cariño– quien habla, sino un narrador omnisciente que convierte el dilatado y
denso capítulo final en un episodio tan transcendente y trágico como inesperado
dentro del contexto. Paradójicamente, es a partir de entonces cuando el
personaje modifica su escala de valores y deja de ser la representación del ser
humano en una época concreta para convertirse en alguien con entidad propia, es
decir, justo cuando abandona la primera persona –en una escena que recuerda el
desenlace de una tragedia griega– es cuando alcanza su destino y comienza a ser él mismo, un ser humano llamado Saúl.
A mí también me gustó mucho, y me sorprendió encontrarme con reseñas que ponían la novela a caldo, supongo que por la personalidad del protagonista. Es cierto que Tesich parece (y tal vez sea) un auténtico gilipollas, él es el primero en saberlo, pero la novela no es una apología de cómo portarse de forma incorrecta con los demás, sino (así al menos la entendí yo) de la dificultad de comportarse de forma diferente cuando sabes que la estás pifiando, sobre todo para alguien con la personalidad autodestructiva del protagonista (el episodio de la cena con su ahijada es un triste ejemplo). Me recordó al Chinaski de Bukowski, quizás por eso me cayó bien, quizás con una capa más de pesimismo (que ya es difícil).
ResponderEliminarLo que no me gustó del todo fue el final, esas descripciones oníricas de lo que debe ser "eso" (estoy intentando no hacer spoiler) siempre me dejan bastante bastante frío. Saludos!
Donde dice Tesich debe decir Karoo, evidentemente me refería al protagonista de la novela, no al novelista.
ResponderEliminarMe siento muy identificada con el primer párrafo de la reseña. He tardado un mes en leer las 100 primeras páginas y 10 días en leer el resto. Me ha gustado bastante. El protagonista es muy egocéntrico, sí, pero es que vive en un delirio ¿no?
ResponderEliminarImprescindible, sí. Menos las cien páginas finales (más o menos). Definitivamente sobran. ;-)
ResponderEliminarYo estoy de acuerdo con Pepe Potamos. Es más, me parece un libro descomunal con un final espantoso. Pero vamos, disfruté muchísimo leyéndolo.
ResponderEliminarHola Pepe. Mi interpretación es distinta de la tuya porque a Karoo no lo considero solo un personaje, aunque funcione también como ente individual, sino tal como digo arriba, la personificación del hombre de hoy. Esa personalidad prepotente, despreciativa y condescendiente quizá sea más común ahora que en los 80-90 (la acción se sitúa en el 91 aunque la publicación fuese posterior). En esa época, quizá solo la clase alta fuese así y ahora esa forma de estar por encima del mundo esté más generalizada, o sea, que no solo no ha envejecido sino que los postulados del autor están más vigentes que nunca. Y esa función prototípica alcanza también a otros personajes; su ex, por ejemplo, o ese gran ejecutivo del celuloide. El hijo todavía no ha llegado a contagiarse pero con el tiempo empieza a apuntar maneras. Es lo que tiene mirar a los demás desde arriba, o creérselo, que viene a ser lo mismo.
ResponderEliminar(Esta contestación vale también parra el anónimo, puesto que suscribe las palabras de Pepe).
En cuanto a la deriva del argumento y su final -y esto va para todos los comentaristas-, pienso que es la evolución lógica cuando alguien se cae del (falso) pedestal en que estaba subido. Todos los pedestales de este tipo son falsos, por cierto, pero algunos siguen subidos al suyo hasta el final. Estas caídas suelen ser muy duras, y no es lo mismo ver el mundo desde tierra que desde la nube. Ya nadie te rinde pleitesía, no lo tienes todo garantizado por ser quien eres, empiezan a surgir las preguntas, a buscar algo a lo que agarrarse y si no hay nada a mano a buscar respuestas transcendentes. Finalmente, el mundo se hunde a tus pies porque si no eres el rey no eres nada. Como digo, hoy día también le pasa a la gente anónima, pero ejemplos conocidos hay muchos.
Hola lectora anónima. Me alegro mucho de haber dado en el clavo en tu caso, sabía que lo que me había ocurrido a mí podía sucederle a más gente. Saludos y ¡seguimos leyendo!
ResponderEliminarPertenezco al grupo de lectores que consideran que esta novela es una bazofia sobrevalorada a la que le sobra entre el 60-70% de las páginas y que tiene un final que ni escrito por un aficionado. Y las equivalencias con 'La conjura de los necios' se reducen, como bien has dicho, a que ambas se publicaron tras la muerte del autor. ¡Ahi queda!
ResponderEliminarHola Cities Moving, un gusto verte por aquí.
ResponderEliminarHe leído atentamente tu post, como hago a menudo porque tienes un blog estupendo. Es más, recuerdo esa reseña tuya porque fue la primera vez que anoté mentalmente el título. Entiendo tus razones y, casi, las suscribo, ya que en casos como este es más bien una sensación, creo yo, lo que nos impulsa a defender o devaluar, la frontera es muy fina, las razones objetivas podrían valer también como contra-argumentos. Coincidimos más de lo que parece, por ejemplo ni tú ni yo pensamos que la novela provoque carcajadas tal como suscribe la crítica. Diferimos, eso sí, en la interpretación: yo veo una finalidad y un análisis certero dónde tú solo ves vacío, y quizá tengas razón. Por desgracia, no puede haber obras posteriores del autor que nos aporten una visión más amplia.
De todas formas, te remito a mi penúltimo comentario, donde creo que me expliqué mejor sobre mi interpretación de las intenciones de Tesich. Vengo a decir que las "enfermedades" de Karoo son más sociales que personales. También me da que pensar esa pasión que veo en tu reseña y que se mantiene dos años más tarde. Quizá no sea tan malo un libro cuando es capaz de levantar pasiones duraderas, aunque sea en contra. O quizá no ¡quién sabe!
Leí "La conjura de los necios" hace demasiado. Lo recuerdo vagamente y tampoco tenía entonces un criterio muy formado. Sé que me ponía de muy mal humor y que tenía muy claro que el causante era el personaje y no el novelista, una distinción que tú también haces y que no es muy frecuente.
Saludos y ¡feliz año!