Idioma original: francés
Título original: Le siècle des génocides
Traducción: Florencia Peyrou Tubert y Hugo García Fernández
Año de publicación: 2006
Valoración: Muy recomendable
Wow, qué bueno, no?: calles iluminadas, cenas en familia, niños ilusionados, unos días de vacaciones, y un repaso a los más horrendos genocidios del último siglo, probablemente los más sangrientos, masivos y atroces de la historia de la Humanidad. Todo en un texto sobrio, sin regodeo ni aparataje con el que magnificar tragedias que no precisan de más escenografía, un trabajo serio, científico, concienzudo, para analizar estas pesadillas mientras suenan de fondo los villancicos.
El principio del libro se dedica a definir el concepto de genocidio. Bruneteau repasa su evolución y alteraciones hasta llegar a la definición definitiva de la Convención de 1948, que es literalmente la de un crimen «cometido con la intención de destruir, totalmente o en parte, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso». Es decir, un exterminio masivo, realizado o inducido desde el poder o sus aledaños, de un colectivo previamente definido por el propio perpretador, en función de determinadas características. Se podría añadir que la víctima es un grupo humano civil, desarmado o en condiciones de desigualdad radical con el agresor. No deja de tener su importancia la definición, porque dichas conductas constituyen un delito susceptible de ser perseguido por un Tribunal Penal Internacional. Al menos en teoría.
Escarba el autor en los orígenes de este tipo de crímenes en lo que se refiere a la Historia más reciente y, entre otros muchos factores, encuentra una raíz poderosa en ciertas teorías que se fueron apuntando en la segunda mitad del siglo XIX. En concreto, el social-darwinismo y sus variantes, una idea con bastante arraigo que trasladaba la teoría de la evolución a la propia especie humana, concluyendo (por supuesto, muy a grandes rasgos) que, al igual que en el reino animal, existen grupos humanos, supuestamente más fuertes, destinados a sobrevivir por encima de otros, considerados inferiores, cuyas propias características les abocaban a la desaparición. Habiendo brotado semejantes tesis en plena era de las colonizaciones modernas, el panorama se presentaba diáfano: los occidentales gozaban de pleno derecho a someter, esclavizar y, en su caso, exterminar a las razas inferiores. La naturaleza misma lo dictaba.
De ahí la animalización del colectivo que se fija como objetivo, que es una característica común a todos los genocidios: la víctima no es exactamente un enemigo, un igual, sino un ser infecto, dañino y peligroso, cuya vida carece de valor, y por tanto su desaparición es un bien objetivo o, en el mejor de los casos, resulta irrelevante. La asunción de este principio explica la indiferencia absoluta de los ejecutores, a veces la meticulosidad industrial de la ejecución, otras veces la brutalidad más demencial. Todas estas ideas, debidamente cocinadas e inculcadas en la población ‘superior’, generan el estado de opinión perfecto para ponerlas en práctica.
No me detendré mucho en cada caso, analizados todo ellos por el autor con serenidad y perspectiva científica, histórica sobre todo, pero también psicológica, política y económica. El repertorio de espantos se inicia poco después de arrancar el siglo (1915), con el genocidio dirigido por el gobierno de los Jóvenes Turcos contra la población armenia, con el resultado de alrededor de millón y medio de víctimas (70% de la población), deportaciones masivas a zonas desérticas y una diáspora gigantesca que se prolonga hasta nuestros días. Cronológicamente (años 20 y 30) continúan diversas masacres cometidas en la recién constituida Unión Soviética, aunque Bruneteau reconoce que no encajan exactamente con el concepto de genocidio, al mezclarse motivaciones socioeconómicas y políticas, y su desarrollo contra distintos colectivos. No obstante, profundiza sobre todo en la hambruna, seguramente provocada, que acabó en Ucrania con una cifra indeterminada de muertes –tal vez uno o dos millones.
Evidentemente, el caso más bárbaro de toda la Historia es la aniquilación de los judíos por el régimen nazi y sus satélites. Como es un tema de sobra conocido, sólo apuntaré un par de cuestiones que el libro ilustra en torno a los cinco o seis millones de víctimas (el doble si incluimos eslavos, homosexuales, gitanos o enfermos mentales). Por una parte, la singularidad del ataque contra la comunidad judía, al perseguirse su extinción total y absoluta, sin soluciones intermedias o parciales; y por otra la mecanización del exterminio, transformando la muerte en un proceso industrial, completamente deshumanizado. También incide en otros muchos aspectos, como las circunstancias bélicas que aceleraron el proceso, o su encaje en la Lebensraum.
Sin olvidar los episodios de limpieza étnica en la exYugoslavia, quizá las dos masacres más espeluznantes son tal vez la de la Camboya de los jemeres rojos, y la más reciente de los tutsis en Ruanda. La primera de ellas (finales de los 70), por un cierto carácter universal, es decir, la locura homicida dirigida desde una especie de esencialismo primitivo con igual furia contra enemigos políticos, minorías supuestamente rebeldes, antiguos correligionarios y clases urbanas o más o menos intelectuales (médicos, profesores, profesionales). En total, alrededor de millón y medio de asesinados, cerca de un 40% de la población total del país.
Ruanda (1994) nos deja finalmente la imagen aterradora y quizá más conocida del exterminio de los tutsis por los hutus, el delirio del machetazo, las violaciones en masa planificadas… De nuevo odios exacerbados y manipulados, con raíces en la etapa colonial y ramificaciones en grupúsculos de poder. Los números: cerca quizá de un millón de muertos, alrededor del 80% de la población tutsi.
Como decía antes, el punto de vista del libro es el de un historiador, y esto constituye su principal virtud. Naturalmente, encontramos datos y algunos detalles estremecedores, pero lo justo para ilustrar los hechos. No se trata de impresionar al lector con escenas sanguinarias de las que más o menos todos tenemos ya noticia, sino de profundizar en el fenómeno, buscar los mecanismos por los que se genera, analizar cómo influye el contexto, cómo se conducen sus instigadores. Las carnicerías son tan aterradoras que escapan a la razón, pero es necesario conocer su génesis.
Y ahí, entre la multitud de argumentos que el autor propone o recoge de una amplísima bibliografía, encontramos cosas muy inquietantes. Como que en todos los casos el fin perseguido es la construcción de una sociedad pura, ya sea por raza, cultura, religión o convicciones políticas, y no se duda en exterminar al que queda fuera del patrón. O el hecho de que quienes designan al objetivo a extirpar, quienes alientan las campañas para avivar el odio y quienes dirigen finalmente las masacres no son masas de analfabetos enloquecidos, sino individuos con formación intelectual o profesional, gente perfectamente consciente de lo que hace.
Concluye el autor que el genocidio no es un accidente histórico, ni un momentáneo regreso a antiguas épocas de barbarie, sino justamente un concepto moderno, asociado a la civilización y posible gracias a sus avances. Y se pregunta si por eso mismo el siglo XXI no será una etapa prometedora para este fenómeno.
UF!!! Pinta interesante y duro también. Habrá que analizar/comparar las causales que entrega para cada genocidio, pues creo es fundamental para, en el fondo, ver quiénes o qué es la causa-raíz que los provoca. Principalmente pienso que en la mayoría de los casos the money and USA + ética degenerada. Libro con el que seguro lloraré. Cuando leí las Venas abiertas de América latina no podía parar y lo mismo me pasó con Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, hipeaba de puro dolor.
ResponderEliminarLa verdad es que es un libro muy poco 'lacrimógeno'. Desde luego, la simple lectura de lo acontecido es para estremecer al más templado, pero es una exposición básicamente fría y diríamos científica. Es quizá lo que más me ha gustado del libro, el que huya de adjetivos grandilocuentes para subrayar lo que de por sí es terrorífico.
ResponderEliminar¿Las causas, o mejor dicho, los orígenes? Pues claro que en cada caso son muy diferentes. Pero casi siempre concurren algunos rasgos esenciales, en especial la deshumanización del objetivo, y esto lo explica muy bien el libro. Y también se agradece que analice estos factores con detenimiento, sin dar nada por supuesto y buscando las raíces más profundas.
Así que igual no te emocionas tanto, pero seguro que te darás por muy satisfecha con la información recibida.
Gracias por tu comentario, y un cordial saludo.
El libro tiene muy buena pinta y me ha recordado a "Los ángeles que llevamos dentro", en el que Steven Pinker hace el mismo estudio que Bruneteau, aunque no solo se centra en el s. XX sino en toda la historia de la humanidad. Pero Pinker creo que es más positivo. Sostiene que sí existe un descenso en los niveles de violencia en toda nuestra historia, y que la razón de que el siglo XX fuese tan sangriento sí que fue por producirse un acercamiento a los valores de la tribu, es decir, al aumento del nacionalismo y del populismo (esta idea también la desarrolla en "En defensa de la Ilustración"). Y no solo la violencia está en su punto histórico más bajo sino la idea que se tiene de alguien que utiliza la violencia para sus objetivos, ya sean políticos o personales. Eso sí, Pinker concluye que si se sigue produciendo esa vuelta a los valores de la tribu, sí se conseguirá que el s. XXI sea tan nefasto como el s. XX.
ResponderEliminarBueno, era por señalar una lectura parecida con una conclusión diferente.
Muchas gracias por tu recomendación, saludos!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar
EliminarConsidero muy discutible sostener que la violencia se encuentra en su punto más bajo...habría que analizar contra que estamos comparando. También me parece discutible incluir a los populismos como causantes del incremento de la violencia. En America Latina se da justamente el caso contrario: todos los partidos que se dicen republicanos y democráticos incrementan los niveles represivos.
Muy buena reseña, Carlos. Lo apunto.
ResponderEliminarYo no soy muy entusiasta con el orden mundial y creo que muchas atrocidades ocurren hoy aunque el vocabulario que usemos para nombrarlas cambie. (Es una de las grandes proezas del capitalismo: cambiar la terminología para que lo que ayer era malo hoy sea estabilidad, ficción, democracia, ley del mas fuerte, etc.).
Vale, no hay genocidios. Pero somos siete mil millones y mil millones de nosotros mueren de hambre. No por necesidad ya que producimos alimentos para doce mil millones de personas.
No hay genocidios porque no hacen falta. Poco más.
Tu reseña me recordó una gran obra sobre Ruanda: "la estrategia de los antílopes"
Ahí queda.
Un saludo
La tesis del libro que comentaba Pepe sí parece un poco contraria a la que defiende Bruneteau, aunque habría que diferenciar entre genocidios y violencia en general para ver si uno u otra aumentan o disminuyen. Yo tampoco lo tengo claro, pero lo cierto es que desde las masacres de Ruanda han pasado poco más de veinte años, que tampoco es tanto. Hace bien poco hemos visto algo que se parece bastante a estos crímenes como la expulsión/exterminio de los rohinyas en Birmania-Myanmar. Que el número de víctimas sea menor lo hace menos espectacular, pero el crimen viene a ser idéntico.
ResponderEliminarLa asociación entre genocidio o distintos grados de violencia con el populismo sí me parece bastante acertada. Si consideramos las situaciones de violencia política contra determinados colectivos o contra la disidencia en general seguro que vamos a encontrar gobiernos de corte más bien autoritario, sustentados en cosas parecidas al populismo o al (ultra)nacionalismo. Eso seguro.
Muchas gracias a los tres por vuestras aportaciones.
Como síntesis de las masacres genocidas más "famosas" (armenios, stalnismo, judíos, Camboya, Yugoslavia) el libro no está nada mal. Es preciso, claro y está bien escrito; es un libro informativo francamente recomendable. Por cierto, que en su introducción el autor menciona la clásica novela de ciencia ficción "Los genocidas" de Thomas M. Disch. Si hay un hilo conductor en este libro es que los genocidios (asesinatos masivos premeditados, planificados y llevados a cabo por las instancias estatales) no son matanzas desorganizadas al buen tun tun llevadas a cabo por grupos marginales o reaccionarios. Los genocidas son planificadores modernos, que utilizan los métodos burocráticos de organización racional para liquidar cantidades ingentes de personas de la manera más rápida, económica y eficiente posible. Los métodos son modernos. Y tampoco la ideología de los genocidas es "reaccionaria": los genocidas imperialistas del siglo XIX eran progresistas de las naciones occidentales más avanzadas que creían en el progreso de la Humanidad liquidando, eso sí, a los "bárbaros sin civilizar." Marcaron la pauta a seguir por futuros liquidadores. Modenización y genocidio en ocasiones son cara de una misma moneda (URSS stalinista de los planes quinquenales, Turquía caminando hacia un estado moderno y secular). Sobre este tema hay otros libros muy recomendables como "Exterminad a todos los salvajes", "La cara oculta de la democracia", "Modernidad y Holocausto" o "El estado criminal."
ResponderEliminarEstoy leyendo Zona, de M. Enard, con un telón de fondo sobre masacres perpetradas en el último siglo, en Europa, Oriente Medio y norte de África ... Tema interesante y preocupante, pues no son tan lejanas en el tiempo ni en el espacio, y son patrimonio del que en un momento dado está en disposición de cometer las ...
ResponderEliminarHola Toni. Con permiso de Carlos, e independientemente del libro objeto de esta reseña, te dejo la de Zona por si no la habías visto y quieres echarle un vistazo.
ResponderEliminarhttp://unlibroaldia.blogspot.com/2016/09/mathias-enard-zona.html
Saludos
De hecho, estuve dudando entre los dos del autor que tenéis reseñados, pero tu valoración, el argumento y la disponibilidad en la biblioteca, me decantaron por este. A veces dejo la lectura de las reseñas y comentarios para después, como en este caso, para no crearme falsas expectativas, que me sorprenda ... en fin, que te voy a contar. Saludos.
Eliminar