Título original: Eventide
Traducción: Cruz Rodríguez Juiz (edición en castellano), Marta Pera (edición en catalán)
Año de publicación: 2004
Valoración: recomendable
Con la trilogía de Holt, de la cual ya reseñamos el primer volumen, Kent Haruf se ganó el reconocimiento de gran parte del público. En esta segunda novela, la historia continua en el punto donde quedó la anterior, y arranca con Victoria, dejando la casa de los hermanos McPheron para irse a vivir sola con su hija y empezar la universidad. Pero la historia sigue transcurriendo en Holt, y sin dejar de lado a Victoria (clara protagonista de la primera parte), nuevos personajes pasan al primer plano de la narración.
Así, fiel a su estilo, Haruf nos sigue llenando las páginas de pequeñas historias, nutriendo de dosis de cotidianidad que van impregnando la lectura y nuestra memoria, estableciendo un vínculo emocional con los personajes por la familiaridad con la que nos son presentados. Con esta premisa, el autor hábilmente recupera algunos de los personajes del primer libro de manera dosificada, introduciendo las pinceladas suficientes de las historias del pasado para que sea fácil recordar donde quedó todo. Es en estos aspectos donde se demuestra el buen hacer de Haruf, en hacerlo fácil, hacerlo simple, pero hacerlo bien, sin fisuras ni lagunas, en una transición entre historias cómoda para el lector.
Comparativamente, y sin cambiar ni un ápice el estilo sobrio, calmado, plácido, de su anterior novela, en esta obra los temas tratados son de mayor calado, más oscuros y más duros; este es el mejor aspecto de este segundo libro, pues el autor profundiza en el conflicto, pero deja en manos del lector toda la carga emocional. Se podría decir que, con la lectura de sus libros, la procesión va por dentro, y es el lector quien decide el nivel de intensidad emocional que quiere añadir a la lectura, pues el autor expone los hechos sin añadir efectismos, sin cargar las tintas, sin ahondar en las heridas. Puede que este aspecto no sea del agrado de todos los lectores y consideren que el libro se quede a medias en lo narrado, pues podría ser más contundente, más explícito; no les faltaría razón, pero, en cualquier caso, es cierto que este estilo es el sello del autor y es uno de los aspectos que gustan de su obra.
Podríamos decir que, en conjunto, esta segunda parte es más regular en cuanto a las historias narradas, pues no hay algunos de los altibajos que sí encontré en la primera parte. En este aspecto, la novela mejora pues todos los personajes tienen su particular punto de interés (independientemente de la historia que les suceda); el autor hace bien en renovar algunos de los personajes de la primera novela, pues algunos no tenían más recorrido y de esta manera de amplía el abanico de temas a tratar (que no desvelaré aquí para mantener el interés del futuro lector). Además, este hecho permite al autor añadir carga emocional, pues los temas que trata son más duros y complejos. En este aspecto la narración hace un decidido paso adelante, pues se aparta ligeramente de ese tono buenista de la primera parte donde el tono que desprendía la novela era de excesiva candidez. En este segundo volumen, los personajes son más oscuros, más humanos, más reales, y da la sensación como si el autor hubiera dejado que la historia madurara hasta llegar a un punto a partir del cual dejar que la historia adquiera tonos más dramáticos, más duros. Así, el autor se decide por, siempre manteniendo el tono pausado y sin proveer detalles escabrosos, introducir algo más de carga emocional y dureza a las historias narradas, y acercarlo más a una realidad a la que solo se acercaba desde cierta distancia. Y se agradece el cambio.
Estamos por tanto delante de un libro que, manteniendo el estilo del primer volumen, mejora en cuanto a las historias narradas, aunque, siendo críticos, también es cierto que la narración aumenta en lentitud, en número de páginas, y esto le va a la contra, pues por el lenguaje siempre correcto y de estilo pausado puede dar la sensación de que el autor pretende alargar la extensión sin motivo aparente que lo justifique. En cualquier caso, el tono calmado es inherente al estilo del autor y acorde al espíritu de la narración, pues se mantiene en armonía con la intención del autor en narrar la cotidianidad de personajes casi anónimos, comunes, como los que podríamos encontrar en un pueblo cualquiera de la Norteamérica rural.
En definitiva, un libro que gustará a aquellos que disfrutaron con «Canción de la llanura», pues, manteniendo el estilo, el autor profundiza en las heridas de la sociedad y, en esa madurez, consigue que sintamos, aún más, el conflicto, las dudas, las injusticias y, también, la solidaridad y el cariño que sus novelas nos ofrecen. Mientras esperamos la tercera entrega, seguiremos en Holt, dejando que sus historias formen parte de nuestros recuerdos.
También de Kent Haruf en ULAD: La canción de la llanura, Bendición, Nosotros en la noche
Así, fiel a su estilo, Haruf nos sigue llenando las páginas de pequeñas historias, nutriendo de dosis de cotidianidad que van impregnando la lectura y nuestra memoria, estableciendo un vínculo emocional con los personajes por la familiaridad con la que nos son presentados. Con esta premisa, el autor hábilmente recupera algunos de los personajes del primer libro de manera dosificada, introduciendo las pinceladas suficientes de las historias del pasado para que sea fácil recordar donde quedó todo. Es en estos aspectos donde se demuestra el buen hacer de Haruf, en hacerlo fácil, hacerlo simple, pero hacerlo bien, sin fisuras ni lagunas, en una transición entre historias cómoda para el lector.
Comparativamente, y sin cambiar ni un ápice el estilo sobrio, calmado, plácido, de su anterior novela, en esta obra los temas tratados son de mayor calado, más oscuros y más duros; este es el mejor aspecto de este segundo libro, pues el autor profundiza en el conflicto, pero deja en manos del lector toda la carga emocional. Se podría decir que, con la lectura de sus libros, la procesión va por dentro, y es el lector quien decide el nivel de intensidad emocional que quiere añadir a la lectura, pues el autor expone los hechos sin añadir efectismos, sin cargar las tintas, sin ahondar en las heridas. Puede que este aspecto no sea del agrado de todos los lectores y consideren que el libro se quede a medias en lo narrado, pues podría ser más contundente, más explícito; no les faltaría razón, pero, en cualquier caso, es cierto que este estilo es el sello del autor y es uno de los aspectos que gustan de su obra.
Podríamos decir que, en conjunto, esta segunda parte es más regular en cuanto a las historias narradas, pues no hay algunos de los altibajos que sí encontré en la primera parte. En este aspecto, la novela mejora pues todos los personajes tienen su particular punto de interés (independientemente de la historia que les suceda); el autor hace bien en renovar algunos de los personajes de la primera novela, pues algunos no tenían más recorrido y de esta manera de amplía el abanico de temas a tratar (que no desvelaré aquí para mantener el interés del futuro lector). Además, este hecho permite al autor añadir carga emocional, pues los temas que trata son más duros y complejos. En este aspecto la narración hace un decidido paso adelante, pues se aparta ligeramente de ese tono buenista de la primera parte donde el tono que desprendía la novela era de excesiva candidez. En este segundo volumen, los personajes son más oscuros, más humanos, más reales, y da la sensación como si el autor hubiera dejado que la historia madurara hasta llegar a un punto a partir del cual dejar que la historia adquiera tonos más dramáticos, más duros. Así, el autor se decide por, siempre manteniendo el tono pausado y sin proveer detalles escabrosos, introducir algo más de carga emocional y dureza a las historias narradas, y acercarlo más a una realidad a la que solo se acercaba desde cierta distancia. Y se agradece el cambio.
Estamos por tanto delante de un libro que, manteniendo el estilo del primer volumen, mejora en cuanto a las historias narradas, aunque, siendo críticos, también es cierto que la narración aumenta en lentitud, en número de páginas, y esto le va a la contra, pues por el lenguaje siempre correcto y de estilo pausado puede dar la sensación de que el autor pretende alargar la extensión sin motivo aparente que lo justifique. En cualquier caso, el tono calmado es inherente al estilo del autor y acorde al espíritu de la narración, pues se mantiene en armonía con la intención del autor en narrar la cotidianidad de personajes casi anónimos, comunes, como los que podríamos encontrar en un pueblo cualquiera de la Norteamérica rural.
En definitiva, un libro que gustará a aquellos que disfrutaron con «Canción de la llanura», pues, manteniendo el estilo, el autor profundiza en las heridas de la sociedad y, en esa madurez, consigue que sintamos, aún más, el conflicto, las dudas, las injusticias y, también, la solidaridad y el cariño que sus novelas nos ofrecen. Mientras esperamos la tercera entrega, seguiremos en Holt, dejando que sus historias formen parte de nuestros recuerdos.
También de Kent Haruf en ULAD: La canción de la llanura, Bendición, Nosotros en la noche
Creo que este es el mejor de la trilogía de Holt, pero hay que leer antes el primero, no es totalmente independiente como si ocurre con el tercero.
ResponderEliminarHola, Anónimo. Completamente de acuerdo con tu comentario, este es el mejor de los tres libros de la trilogía que, en conjunto, Es una recomendable lectura.
ResponderEliminarSaludos, y gracias por comentar la reseña.
Marc