Páginas

sábado, 17 de noviembre de 2018

Jakob Wassermann: El caso Maurizius

Resultado de imagen de el caso maurizius amazonIdioma original: alemán
Título original: Der Fall Maurizius
Año de publicación: 1928
Valoración: Imprescindible


Aquí termina el caso Maurizius, pero no la historia de Etzel Andergast”. Con esta frase –que como ven no desvela absolutamente nada– cierra Wassermann una trama de casi seiscientas páginas, meticulosamente construida, con el propósito (que cumplió con creces) de dejar la puerta abierta a entrega/s posterior/es. Porque, efectivamente, la obra tiene una segunda parte (Etzel Andergast, 1931) y hasta una tercera (Joseph Kerkhovens dritte Existenz o La tercera existencia de Joseph Kerkhoven, 1934) que, por desgracia y si no me equivoco, solo se tradujeron en Argentina hace más de seis décadas.

Quien la haya leído y disfrutado hasta el final entenderá mi decepción –que espero no dure mucho tiempo– pues la personalidad de este adolescente, hijo del fiscal general de estado, es tan compleja como seductora y, desde luego, extremadamente precoz para la mentalidad actual, aunque por la forma en que se abordan los hechos parece que no para la de hace un siglo. Pero no nos hagamos ilusiones, en esa segunda parte, ni se le concede tanto protagonismo como parece sugerir el título ni la personalidad adulta de Etzel resulta tan idealista y encantadora como era de esperar. Más bien todo lo contrario.

Jakob Wassermann –no confundir con August von Wassermann, médico alemán contemporáneo suyo que puso nombre a una prueba para detectar anticuerpos en la sangre– escribió una treintena de obras, principalmente novelas, aunque llega a abordar todos los géneros. Esta y CasparHauser fueron, probablemente, las más populares por entonces. El caso Maurizius, además de  reflejar las profundas y diversas crisis que sufrió Europa en la primera mitad del siglo XX, plantea interrogantes decisivos y nunca resueltos hasta ahora. Creo que no es tan conocido en España como, por ejemplo, Joseph Roth, Thomas Mann o Robert Musil, no obstante, se trata de uno más entre esos excepcionales escritores centroeuropeos y figuras representativas de su época.

Antes hablaba del hijo del fiscal. Él es quien pone en marcha una de las dos historias que se entrecruzan. Maurizius, en cambio, constituye el eje central de ambas. El fiscal Andergast también juega un papel determinante en las dos, pero si alguien guarda todas las cartas en la mano, aunque por motivos estratégicos se le ignore durante muchas páginas, es el autodenominado Waremme, un personaje que recuerda bastante al Arnheim de El hombre sin atributos, aunque mucho más retorcido y malvado. También él es un diletante, aprendiz de todo y maestro de nada, con un prestigio adquirido a base de cháchara, que vive de triunfar en los salones y cuyas ideas políticas parecen adelantar el totalitarismo que triunfaría en Alemania unos años más tarde. Representa al Goliat que, con más intuición que astucia y gracias a sus debilidades emocionales, acabará siendo vencido por el David de la novela encarnado por el omnipresente Etzel.

Son muchos los motivos que convierten en excepcional esta obra. El principal, que se trata de un fresco del primer cuarto del siglo XX, con sus contradicciones, inquietudes, mentalidad y forma de abordar los problemas. Sin olvidar el acertado diseño de caracteres desde el primero hasta el último: a todos los conoceremos por sus actos y, en algunos casos, también por larguísimos parlamentos que, supongo, desanimarán a más de uno. Aunque quizá lo más meritorio consista en convertir una novela de ideas, al estilo de La montaña mágica, en un artefacto intrigante capaz de volver loco de impaciencia al lector mientras el novelista, por boca de sus personajes, filosofa durante páginas y páginas. Y es que el desencadenante de todo es un asesinato nada menos. Wassermann pasa revista a un célebre error judicial presentándonos, por un lado al presunto culpable, por otro a alguien que dieciocho años más tarde revisará de nuevo los hechos con la pretensión de averiguar la verdad que se oculta tras las apariencias. Para lograrlo, deberá emprender un viaje iniciático en el que –en memorables páginas casi costumbristas– lo veremos mezclarse con un vulgo del que apenas tenía noticia y renegar del padre con todo lo que representa sin dejar de añorar a la madre que perdió. Como ven, un argumento complejo que no se puede resumir en unos cuantos párrafos.  

De principio a fin, abarcándolo todo y de forma más o menos explícita, subyacen las dudas sobre la objetividad de la justicia. ¿Nos suena esto de algo?. Hasta el que se creía infalible empieza a cuestionar la idea: “¿Porqué no lo dijo en su momento? (…) Tal vez era consciente de que la verdad solo era verdad para él, pero no para mí, no para nosotros, hasta que él estuvo dispuesto a expresarla casi en contra de su voluntad. Pero ¿y si la verdad fuese tan solo el resultado del paso del tiempo?” Con más razón los que llevan toda la vida entre presos: “¿Qué quiere decir con justicia? Esa palabra es como un pez, se te escurre de las manos cuando quieres agarrarla”.

Han transcurrido noventa años y las circunstancias son muy distintas. No sé en otros países, pero por fortuna aquí en España el poder judicial funciona como un reloj en perfecto estado. No se aprecia rastro de irregularidades, arbitrariedad, discriminación o clientelismo. Estamos encantados, por supuesto.

Traducción: Carmen de Miguel y Jorge Seca


También de Jacob Wassermann: Caspar Hauser

7 comentarios:

  1. Hola Montuenga.
    En referencia al párrafo final de la reseña puedo contarte que en América Latina parte del poder judicial está siendo utilizado para la proscripción y la persecución de líderes políticos que, con limitaciones y carencias, intentaron oponerse al poder económico y financiero global.
    La reseña magnífica como siempre.

    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Me costó mucho encontrar Kaspar Hauser y, cuando lo hice, no llegué ni a la página 100. Ahora leo esta reseña y veo una comparación con La montaña mágica, así que me disuade bastante de su lectura. Es una lástima, porque el tema judicial parece interesante.

    ResponderEliminar
  3. Hola Gabriel, ¿qué tal? Pues ¡qué poca imaginación! Nosotros aquí tenemos un repertorio mucho más amplio. Tanto es así que en el tiempo transcurrido desde que se publicó la reseña se ha generado alguna variante más. Ingeniosos que somos, oye. Si te animas a dar una vuelta por la prensa española, entenderás lo que digo. Y gracias por elogiar la reseña.

    Lector ocasional que pasabas por aquí: mi comentario anterior es irónico. Lo digo por si las moscas.

    Anónimo: No he leído Caspar Hauser así que no puedo opinar sobre él. Pero este solo es comparable con La montaña... en las largas exposiciones sobre temas diversos. Se hace mucho más ameno porque los personajes no están ociosos, no hablan para matar el tiempo, existe una trama muy clara con el aliciente añadido de averiguar quién es el culpable. Todos evolucionan bastante y los asuntos que tratan se relacionan directamente con lo que está ocurriendo. Yo, cuando veo que alguien duda, suelo animar a que lo intente. Ya sé que en estos casos no apetece comprar, pero si estás en España lo encontrarás en bibliotecas bien surtidas porque se ha reeditado hace poco.

    ResponderEliminar
  4. Aunque la novela , debido a su extensión, no es de fácil lectura, creo que merece la pena llegar hasta el final. Sí que la recomendaría. PARA VER

    ResponderEliminar
  5. Yo también recomiendo dejar el tabaco, anónimo, pero no me parece de buen gusto aprovechar una página literaria que no tiene nada que ver para, exclusivamente y sin que te importe un rábano el libro, HACER SPAM DE LA TUYA.

    ResponderEliminar
  6. El último párrafo de la reseña ¿es irónico, no?
    No hace falta que contestes.
    Ánimo.

    ResponderEliminar
  7. ¡Pues claro! :)
    Además lo escribí en un momento especialmente nefasto para el asunto que nos ocupa. De ahí la necesidad de ironizar.

    ResponderEliminar

Deja a continuación tu comentario. Los comentarios serán moderados y solo serán visibles si los aprueba un miembro del equipo.