Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 2012
Valoración: Está
muy bien
Más que las ideas,
que las palabras, que los libros. Lo que más facilidad tiene para saltar de una
comunidad humana a otra -incluso aquellas enfrentadas, pongamos, por la guerra-
es la música. El ritmo. Aunque unos a la hora de dejarse llevar y bailar sean
capaces de dominarlo y expresarlo con cadencia y gracia y estoy pensando en África,
el Caribe, Brasil… Y otros, y pienso ahora en el españolito medio, parezcamos
tener una viga de hormigón armado por columna vertebral.
Tradicionalmente,
las ideas, los gustos, las palabras y los ritmos se expandían en caravanas, en
diásporas, en conquistas; las músicas, los ritmos, pasaron de mano en mano, de
piel a piel, en tajos y muelles, en lupanares y bataholas, en tabernas y
palacios, sirviendo a los humanos para acercar, reconfortar y gozar de otros
ejemplares de su especie. La música se transmitió de generación a generación, renovándose
y mutando, de una manera física, corporal, cercana, hasta que la aparición de la
tecnología electrónica y la industria capitalista generaron un nuevo negocio de
masas que hizo que en la segunda mitad del siglo XX los jóvenes occidentales se
educaran por primera vez con una música distinta a la que había acompañado a
sus padres.
Santiago Auserón
(Zaragoza, 1954) forma parte de esa generación, la que se crió entre vinilos de
rock, de soul y de música pop creada en Estados Unidos y facturada hacia Europa
a través del Reino Unido. Con la explosión de la movida madrileña a finales de
los 70, fue la voz y cara visible de Radio Futura, que enamorados de la moda
juvenil pusieron a la negra Flor a pasear por la Rambla de Barcelona. Cuando el
formato de grupo se hizo poco apropiado para transitar nuevos escenarios más alejados
del fulgor del estrellazgo, se inventó a Juan Perro, que le ha permitido seguir
en activo como músico hasta hoy. Santiago Auserón tuvo siempre un perfil propio,
definido y potente, desarrollando su trabajo creativo entre instrumentos y
libros; buscando su manera de crear canciones, con intencionalidad popular y
artística. No en vano, tampoco abundan los tipos que se dedican al voluptuoso
negocio del rocanrol habiéndose formado en Filosofía en la Universidad de
Vinçennes escuchando a Gilles Deleuze.
El ritmo perdido
tiene algo de híbrido literario. Sus primeras noventa páginas son el relato
personal de un muchacho que cae fascinado por los sonidos eléctricos que su
padre sacaba de la base que la dictadura de Franco había puesto al ejército gringo
a orillas del Ebro. Y en las más de trescientas siguientes se embarca en el
rumbo de la rumba: “Como diciendo: mi palo viene de una raíz oculta de
ramificaciones muy extensas, mi lengua se entiende desde hace siglos con los
tambores, participo a mi modo no de una salsa de ingredientes mezclados al tuntún,
sino de un cruce seminal de verso y compás. Queda advertido: que ningún
rockero, jazzero o flamenco, cabal o mestizo, se prive de apuntarse a la rumba
del porvenir. No hablamos de un género restrictivo, está suficientemente
probado. No es indispensable ser negro, ni flamenco, ni cubano, ni español, ni
andaluz, ni catalán. Hace falta intuición del compás interétnico, viajero, y
resulta pertinente el uso del castellano, del catalán o el gallego, por rizar
el rizo del lugar común”.
A través de estas
páginas, Santiago Auserón busca el rastro del ritmo, del latido de la música
negra que desde hace por lo menos más de mil años suena en la Península Ibérica,
donde proveniente de Yemen, de Etiopía o del sur del Sáhara ya retumbaba en al
Andalus. “El ritmo de la liviandad, de la promiscuidad, de la contaminación
interétnica, de la aceleración, del trance, del misterio, del hechizo, del don
secreto, del duende…” forma parte del acervo musical popular de esta esquina
fronteriza y mestiza de Europa y desde aquí también saltó a América; no sólo a
través de la esclavitud sino en rimas y romances que, a su vez, hicieron el
camino de vuelta y están en los genes del flamenco. El exhaustivo rastreo de
Santiago Auserón no desdeña a Cervantes, a Lope de Vega, a Quevedo ni a Góngora ni a García Lorca ni bucear en fuentes más convencionales, como pueden ser los
libros de Natalio Galán, Cuba y sus sones, o Alejo Carpentier, La música en Cuba, o en las ideas de Elías Canetti,
para acabar certificando que “el ritmo negro invade las escalas del palacio de
la armonía”.
Aunque personalmente prefiero la parte más oscura de aquella Radio Futura ('De un país en llamas' por encima de todo), también me gusta esa deriva de Santiago-Juan Perro hacia ritmos más cálidos. Lástima que no pude verle este verano en Bilbao, porque lo hace bien el tío, y se nota que su música tiene un fundamento mucho más allá de lo comercial. Por lo que veo, en el libro deja ver ese trasfondo de autenticidad (vale, sí, palabra desgastada), de irse a buscar los códigos de una música al margen de modas y corrientes importadas o inoculadas desde la lejanía, ya sea geográfica o social. Y lo bueno es que el resultado, a la hora de ser escuchado, también se puede decir que mola, así, sin más.
ResponderEliminarEstupenda reseña, compañero.
Hola compañero. Desde luego, es un personaje que siempre ha ido varios pasos por delante del "postureo pop-rock". A mí me parece un tipo curioso, arriesgado y coherente, incluso con ese puntito de chico con respuesta para todo. Y sí, bailar -como leer- es de los mejores planes que se me puedan imaginar.
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