Idioma original: francés, catalán y castellano
Traducción: Nicole d´Amonville Alegría
Traducción: Nicole d´Amonville Alegría
Año de publicación: 2003
Valoración: Se deja leer
Suelen gustarme este tipo
de textos, es decir, cuadernos de campo, libretas con apuntes de gente que se
encuentra en distintos lugares haciendo algo. Y en general, me interesan más
cuantas menos pretensiones literarias haya en su origen. Hay libros de viajes o
ensayos muy estimables en torno a países o culturas sobre las que el autor
pretende instruirnos: en tonos muy diferentes, todos los de Kapuscinski, el
maravilloso de Michaux reseñado hace poco, o los más ligeros y comerciales de
Javier Reverte, por ejemplo. Pero esto es otra cosa, hablamos ahora de
anotaciones sueltas, sin intención inicial de ser publicadas, reflexiones de
alguien que se encuentra fuera de su zona de confort geográfica, y simplemente
apunta cosas. En tales casos lo atrayente es en principio la espontaneidad
de lo escrito.
No sabemos cómo demonios
se le ocurrió a Miquel Barceló viajar por primera vez a Gao (Mali), ‘el
pueblo más pobre de uno de los países más pobres de la Tierra’, pero el caso es
que repitió continente una y otra vez, casi siempre en el mismo país, donde
parece encontrar algo de lo que carece en Europa. En los últimos apuntes se
pregunta el pintor el por qué de sus regresos, puede que sea el ‘mal de África’
que cantaba Battiato, pero tampoco nos importa mucho el motivo, lo que nos
interesa es que está allí y qué siente o qué ve, qué sensaciones suscitan esos
lugares. Buscamos en sus notas indicios de cómo puede todo esto influir en su
obra, en sus conceptos sobre el arte o sobre cualquier otra cosa.
Las experiencias
iniciales en Gao, allá por 1988, son las más interesantes, tal vez por lo
insólito. Habla Barceló sobre asuntos más o menos esperables, como los
paisajes, las gentes y sus peculiaridades, los insectos o los problemas con las
aduanas. Pero también –y esto me interesa más- sobre su trabajo: las termitas
se comen los dibujos y el viento es tan caliente e intenso que la pintura se seca antes de llegar al
lienzo. No lo dice Miquel, pero tiene uno intuiciones sobre obstáculos para la
creación artística, la futilidad de las obras o la necesidad de buscar allí
mismo la forma de hacerlas perdurables. Compra el artista en los mercados objetos
insólitos que acompañan sus creaciones, a veces quizá las inspiran. Charla con
los viejos de las aldeas y, en definitiva, no obstante las naturales
dificultades, parece perfectamente adaptado al medio.
¿Cuál es el problema
entonces? Pues que pasan los años, se repiten las estancias de uno o dos
meses, y esto empieza a parecer un poco escaso. Sí, bueno, deja caer el autor lo que
parece alguna reflexión de calado (las cosas en África parece más reales y
pintables que cualquier calle de París, viene a decir), imágenes curiosas (se instala Barceló
en una cueva al borde del gran acantilado que limita el país de los dogones) o
breves referencias al descubrimiento de nuevos materiales (un tejido vegetal
llamado tapa, fibras de coco, asfalto de Adjamé). Pero entre listas de libros,
aventuras con coches averiados y dolencias intestinales cada vez cuesta más
encontrar cosas interesantes que no se hayan dicho antes. Por esta razón acaban
haciéndose más visibles algunos comentarios y
actitudes que, como lector, empiezan a fastidiar un poco: una frase muy
desafortunada sobre la muerte de un piloto del Paris-Dakar, algunas estupideces
sobre las ONGs, un tonillo de desprecio/superioridad hacia los tubabs
(turistas), y una afición hacia lo escatológico que en algún momento puede tener
su gracia, pero si se reitera mucho termina resultando pesada.
Dirá Barceló que qué le
importa si sus opiniones o sus notas parecen vacías o poco interesantes. Pero
la mala noticia es que aquí estamos precisamente para opinar sobre un texto
publicado, y la sensación que me trasmite es de que una parte demasiado importante
del libro se queda en nada, y que las reflexiones realmente interesantes acaban
siendo muy pocas. Es más, creo que Barceló no le saca partido a lo que podían
haber sido algunas buenas historias. Seguramente no siente la escritura como su medio de expresión (él mismo reconoce sus limitaciones literarias), y sencillamente no se le ocurrió dejar constancia de otras cosas. Así, el libro cuenta lo que cuenta, es lo que hay.
Puede que todo derive de la propia naturaleza
del texto, quizá es que deberíamos limitarnos a verlo como un documento, como
podrían serlo unas fotografías hechas al azar, sin pretensiones artísticas. No
le podemos pedir casi nada más allá de la espontaneidad, pero bueno, es una
curiosidad en torno a un pintor famoso y sus estancias en un lugar exótico. Y,
eso sí, viene acompañado de unos cuantos dibujos y bocetos que harán las
delicias de sus fans.
Y no sé si me ahorro el 'decepcionante' porque en el fondo le acabo encontrando algún interés, o
solamente porque sé que me está mirando Oriol.
Estupenda reseña, Carlos.
ResponderEliminarLo cierto es que estoy completamente de acuerdo contigo. Cuando hablamos del libro, llevaba pocas páginas leídas, y éste prometía mucho. A medida que iba acercándome a la mitad, pero, Barceló se empezó a repetir una y otra vez, y las ya de por sí pocas frases brillantes que antes había ido soltando, escaseaban cada vez más. Una auténtica lástima, porque tanto el formato como el tema y la persona que escribieron estas palabras hubieran dado para mucho más. Supongo que hay que tomarse estos "Cuadernos"como lo que tu dices: un documento para curiosos o interesados.
Por cierto, a mí me hizo mucha gracia la anécdota de las cuevas con cráneos cornudos.
¡Abrazo!
Ufff, qué alivio, me estaba dando miedo que me montases una contrarreseña salvaje. Quizá el problema es que los cuadernos no se elaboraron para ser publicados, es una especie de diario y el autor escribe a veces con ganas y otras hace un garabato o suelta una tontería. Así que, efectivamente, dejémoslo como documento, curiosidad o similar, y ahí puede quedar su interés.
ResponderEliminarPor cierto, y no es por meter el dedo en la llaga: hace poco se conoció que Barceló, en colaboración con su madre, había comercializado unos tejidos (mantelerías o no sé qué), decorados con antiguos dibujos que tenía por ahí perdidos. Como acababa de leer el libro, me llamó mucho la atención que dijera algo así como que nunca se le hubiera ocurrido utilizar aquellos dibujos, que todo fue improvisado y tal. No sé, mucha coincidencia en no querer comercializar cosas que luego se acaban comercializando. Pero oye, todo puede ser.
Un saludo, compañero.
No sé, Carlos. Evidentemente, un cuaderno no suele elaborarse pensando en que se va a publicar, como tampoco sucede con las misivas de alguien. No obstante, hay que saber cuándo vale la pena y cuándo no editar este tipo de materiales. Para mí, y me duele de veras decirlo, estos "Cuadernos" son bastante prescindibles. A no ser, claro, que te los tomes como un documento curioso o de un interés muy específico. Así que no excusaria a este libro del todo dada su naturaleza de cuaderno.
ResponderEliminarPero bueno, con unos "Cuadernos" prescindibles o no, comercialice o no, Barceló me sigue pareciendo un artista plástico de un talento inconmensurable. Eso jamás lo discutiré.
Hola:
ResponderEliminarCuántos libros hay saturando las librerías que estarían mejor en forma de árbol.
No es uno de mis géneros predilectos. Ni los diarios de mi adorado Delibes están entre mis lecturas favoritas
Saludos
Bueno, Lupita, tiene que haber de todo. Creo que tanto a Oriol como a mí nos atrajo precisamente por ser un texto 'diferente' de un artista interesante y esperábamos encontrar cosas que no se ven en un libro al uso sobre arte. Luego ya el resultado puede ser más o menos satisfactorio, en este caso... pues lo que hemos comentado.
ResponderEliminarSaludos y, como siempre, gracias por tu opinión.
Por supuesto, es sólo que me he "venido arriba" después de ver en una librería qué es lo más vendido.
EliminarSaludos
.....por primera vez a Gao (Mauritania). ¿????
ResponderEliminarGao (Mali). Corregido, y gracias por la precisión geográfica.
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