Título original: Norrlands Akvavit
Año de publicación: 2007
Valoración: Está muy bien
Metáforas y
símbolos han sido desde siempre, no solo un medio de transmitir belleza por
medio de palabras sino, y ante todo, un instrumento de persuasión, una forma de
convertir a una doctrina que el orador considera verdadera. Con el tiempo, han
ido apareciendo nuevos contenidos y canales: se puede predicar en la vía
pública, en televisión, en twitter o en el templo, disertar sobre religión, política,
terapias milagrosas o cualquier otro asunto potencialmente capaz de solucionar
la vida a los oyentes. Lo que parece claro es que la vocación de convencer al
prójimo lo lleva el ser humano en los genes y no tiene intención de disminuir.
Lo malo de
las mentes dogmáticas –y probablemente todos tengamos un poso– es que se creen
con derecho a convencer, incluso, de que no debemos ser convencidos. En las
aldeas semidesérticas de la Suecia más septentrional y profunda aparece de
pronto un viejo conocido, un predicador que dejó allí su huella hace décadas y
cuyo recuerdo fue enterrado años atrás junto a los cuerpos de sus coetáneos. El otrora famoso Olof Helmersson dejó aquellas tierras una vez cumplida su misión
y ahora, a sus 83 años, ha llegado a convencerse de que la doctrina que
divulgaba en su época gloriosa no tiene ningún fundamento. Decide, entonces,
regresar para advertir de su error a aquellos que en su día llegaron a ser
conversos, pero el lugar ha cambiado todavía más que él mismo. Ya no valen los
antiguos esquemas, no existe auditorio, ni local donde reunirse, ni voluntad de
escuchar a nadie, por no haber, apenas hay gente. Además, el mensaje que trae
esta vez ni siquiera admite ser transmitido por medio de sermones al uso. A
pesar de la despoblación y el aislamiento, estamos en la era de internet y las
nuevas generaciones han tomado otro rumbo, mucho más pragmático. La humanidad
está dejando de ser como Gerda, la niña-anciana que prefiere los cuentos
maravillosos a enfrentarse con la cruda realidad.
Como ven, ni
siquiera el fundamentalismo resiste el paso de un tiempo que todo lo trastoca.
Hasta la indestructible barca de ese Jakob, que todo el mundo menciona y nadie
ha llegado a conocer, sirve de pasto a las raíces de un árbol enorme. Pero hay
que disimular, fingir que se conserva entera y reluciente porque a las crédulas
gerdas todo debe parecerles perfecto. El argumento adquiere aquí forma de parábola, aunque tan
irónica, socarrona y salpicada de toques absurdos como esos personajes
individualistas y escépticos que, de la mano de Olof, vamos visitando uno por
uno, y cuyas vidas y quehaceres parecen
estar tan consolidados que no queda un resquicio para aceptar los consejos de
nadie. Detrás de su aspecto amable, incluso hospitalario, se perciben caracteres
adustos, convicciones arraigadas y el firme propósito de no apartarse un
milímetro de su forma de vida y sus costumbres. El día a día allí es apacible y
rutinario, se intuye una naturaleza tan despiadada como imponente cuya
fisonomía se nos escapa, ya que Lindgren es parco en descripciones. Pero un
entorno como aquel no puede reducirse a media docena de topónimos sin dejar un
poco frustrado al lector.
No falta el
conflicto, aunque muy dulcificado. La endogamia ancestral y los prejuicios han
de estallar por algún sitio, pero predomina el tono amable y ligero, poco apto
para abordar cuestiones espinosas y eso perjudica muy seriamente al conjunto.
Porque, vamos a ver, a partir del planteamiento inicial las posibilidades eran
inmensas, pero si el texto entero mantiene ese tono de fábula superficial e
ingenua, si los personajes están apenas esbozados, si no podemos contemplar un
paisaje que determina los temperamentos, si las mentes no se dejan ver, los
deseos no existen y la violencia se disfraza de banalidad, lo que se nos ofrece
es poco más que un relato para niños. Es verdad que por debajo de las
apariencias se adivina algo menos plácido y que a veces –pocas– llega a aflorar
por sorpresa. Reconozco que ese falso viático con oblea casera y
aguardiente, esa hija abandonada tan aparentemente conforme con su destino así
como su deserción repentina y extrema –por obra y gracia de la opulencia
inesperada–, el crimen del civilizado hombre del sur a causa de sus complejos son
bofetadas irónicas en medio del desierto argumental que el lector no puede por
menos de agradecer, pero esto no quita para que se eche de menos un enfoque
mucho más arriesgado y explícito, más complejidad y. sobre todo, más pasión. Esa
que se intuye y nunca acaba de concretarse.
Del mismo autor: Agua y otros cuentos
Del mismo autor: Agua y otros cuentos
Entiendo que tus compañeros muchas veces hagan malabares. Tú pones el listón muy alto.
ResponderEliminarEl libro de turno puede ser más, o menos interesante, pero no creo que exista reseña tuya que no sea admirable.
No menosprecio a nadie (todo lo contrario), pienso que en la variedad hay mucha virtud, pero las reseñas de Montuenga dan mucha categoría a este blog y decirlo es justicia.
Un placer -además de una ayuda-, leerte.
Pues muchas gracias, Diego. Me alegra tener un fan, sobre todo porque debes ser el único :(. Cada lector tiene sus gustos y está muy bien que haya diversidad de opiniones.
ResponderEliminarSaludos y ¡buenas lecturas!