Valoración: Recomendable (o más)
Imagino a Miguel Sánchez-Ostiz, barba y pelo blanco, saliendo de sus cuarteles de invierno en el precioso y tranquilo valle del Baztán para llegar a Madrid, ciudad de paso en este caso, y tomar un avión rumbo a La Paz. Imagino, también, a Miguel Sánchez-Ostiz contemplando desde el aire la totémica mole del Illimani, recogiendo su mochila en la cinta de equipajes y lanzándose en un taxi (o similar) a toda velocidad, siempre y cuando la ruta no esté cortada por alguna protesta, por la autopista que baja desde el aeropuerto hasta las calles de La Paz. Le imagino siempre con la mirada presta a nuevos descubrimientos, pese a ser la enésima vez que visita la ciudad.
Uno puede preguntarse por qué siempre La Paz, ciudad sórdida y cataclismática, ciudad de contrastes. La respuesta más sencilla: porque es un lugar en el que, pese a (o precisamente por) que siempre será un extraño, Sánchez-Ostiz es dichoso. Pero también porque es una ciudad dura que atrapa con su realidad inabarcable, indescifrable y laberíntica.
Pese a esto, y creo que aquí está la principal virtud del libro, no estamos ante una guía de viajes al uso ni ante una “carta de amor incondicional” a la ciudad.
No es guía de viajes al uso porque no se trata de un inventario de seres y lugares comunes. Obviamente hay elementos que uno espera encontrar en cualquier libro sobre el país y aquí también se encuentran: la omnipresente coca, las sangrientas dictaduras militares de Banzer, Barrientos o García Meza, el indigenismo, Evo Morales, las diferencias y miedos raciales y de clase, etc. Pero “Chuquiago” se trata, más bien, de un estudio antropológico sin antropólogo titulado, un testimonio de lo visto y de lo vivido fuera de consignas o convenciones. Sánchez-Ostiz es un paseante más en el barullo de la vida paceña, un registrador de imágenes de una ciudad a la que constantemente califica de termitero humano hecho de furia y reivindicaciones, de mundo abigarrado en permanente ebullición.
Y no es una carta de amor incondicional a la ciudad porque el autor es plenamente consciente de las contradicciones que en ella habitan. Porque hay una La Paz oscura, la de los timadores de poca monta, las borracherías, la droga, el mercado del sexo, los charlatanes de sectas de lo más variopinto, etc, pero también hay una La Paz hermosa, alegre y colorida, la de los recónditos patios, la de los carnavales paceños, la de los colores y sabores de los mercados callejeros, la de la gente que uno encuentra por el camino, casi sin querer, y que realmente vale la pena, etc.
Pero, además de las dos anteriores, hay más "La Paz", entre las que destacan las siguientes:
1. La Paz sincrética, esotérica, mágica y religiosa, mundo absolutamente desconocido y llamativo para el blanquito de turno. Esa La Paz de challas, amautas, yatiris, reciris, curanderos, etc, que nos enseña el autor sin entrar a juzgarla ya que es jodido juzgar lo que nos somos capaces de entender.
2. La Paz cultural, escenario de una literatura caótica y desesperada, de la que son buena muestra autores malditos, ensalzados y denostados por igual, como Jaime Sáenz o Víctor Hugo Viscarra y autores no tan malditos como Juan de Recacoechea o Alfonso Murillo. El catálogo de autores (y, en menor medida, pintores, arquitectos, etc) es amplio y sirve para tratar de ponerse al día, tanto es así que este martes me acerqué a rebuscar por la madrileña Librería Iberoamericana a ver si encontraba algo de los autores citados. Escaso éxito el mío, por cierto.
3. La Paz política, lugar en el que cohabitan víctimas y victimarios, refugio y escenario de la andanzas de personajes como Regis Debray o el nazi Klaus Barbie y sus “Novios de la muerte”, reyes del hampa paceña durante años, gracias a la connivencia de los gobiernos o desgobiernos de turno.
Pero todo viaje termina y este, la deriva o patiperreo paceño de Miguel Sánchez-Ostiz, también. Y lo hace dejando la sensación de ser un lectura más que recomendable a poco que uno tenga algo de curiosidad por el tema y sea capaz de sentarse en un rincón a leer la vida paceña pasar. Y si no lo tiene, pues a otra cosa, pues esta no será su lectura.
Tenía perdida la pista de este autor desde hace muchísimo, cuando leí 'La gran ilusión', que tampoco me hizo demasiada gracia. Igual es momento de darle otra oportunidad, porque además me encantan los libros de viajes si están bien hechos.
ResponderEliminarBuena reseña, compay.
Gracias, hombre!! Por si quieres saber de sus andanzas, tiene un blog (no tan molón como el nuestro) que se llama vivirdebuenagana.wordpress.com
ResponderEliminarAh, y ¡que vivan os libros de viajes, carajo!
Vaya, estoy terminando de leer Palacio Quemado, del boliviano Paz Soldán (recomendación vuestra, cómo no, y muy buena, por cierto), y me suena bastante lo que reseñas de La Paz y del país en general. Es lo que tiene documentarse, necesario a veces para entender mejor algunas lecturas. No soy de libros de viajes, pero este parece que está escrito a pie de calle, lo que sin duda ayudaría a conocer la verdadera realidad social del país, y tiene muy buena pinta. Salud.
ResponderEliminarHola, Toni! ¿Entonces ya podemos decir que somo "influencers"? Jajajaja
ResponderEliminarYa en serio, Paz Soldán me parece muy buen escritor y Bolivia un país de lo más "curioso". Ah, y si te gusta "Palacio quemado", creo que tb te gustarán las otras que tenemos reseñadas en el blog. Eso sí, "Palacio quemado" es la más convencional de todas ellas.
Un abrazo y gracias por comentar!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminargracias por la reseña. Me lo apunto para mis lecturas de novelas "de ciudades latinoamericanas".
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