Título original: The Left Bank
Traducción: José Martínez Guerricabeitia
Año de publicación: 1982
Valoración: Entre Recomendable y Está bien
Oh là là! La Rive Gauche, esa zona algo difusa en la orilla sur del Sena que tiene su corazón tal vez en Saint-Germain-des-Prés, y que identificamos como el distrito VI y parte del V, aunque con frecuencia se confunde con el Barrio Latino. Desde allí se siente la proximidad de los Jardines de Luxemburgo, la Sorbona y la Escuela Normal Superior, por donde pasaron unos cuantos de los protagonistas de este libro. Todo alrededor sugiere vida cultural, creatividad y un cierto modo de vida ‘parisino’, algo bohemio, entre cafés y editoriales. Seguramente todo eso se ha ido diluyendo en las últimas décadas, y hoy queda más bien el paisaje burgués para el turista, la terraza con consumición a precio de oro, y el metro cuadrado de cuchitril, reservado a pijos o hipsters con posibles.
Pero allá por los años 30 del siglo pasado la cosa era diferente, y es eso lo que en principio retrata el norteamericano Herbert Lottman, especialista en la época y en el mundo cultural de nuestros vecinos del norte (lo que aquí llamamos ‘hispanista’, que no sé cómo se diría en este caso). En ese tiempo la Rive Gauche era el epicentro intelectual de Paris y por tanto el faro hacia el que miraba el mundo entero. Gide, Malraux, Montherlant, Tzara, Mauriac, Aragon, Sartre… toda una nómina de grandes popes de la literatura y el pensamiento frecuentan una misma zona, acuden a las mismas recepciones y, a base de discusiones, charlas y mítines, acaban por definir, dentro de su dispersión ideológica, eso que se conoce como el ‘intelectual comprometido’ (más bien ‘escritor comprometido’, ya que Lottman, no sé por qué, ignora casi por completo el mundo artístico no literario).
El fascismo (así, en sentido amplio) emergía en Europa, y frente a este nuevo fenómeno los intelectuales adoptan una posición mayoritariamente beligerante, aunque hay también cierto número de partidarios, en mayor o menor medida. Lottman describe con minuciosidad la actividad palpitante del momento, sin dejar de incidir en la presencia –ideológica, pero también sobre el terreno- del comunismo soviético y sus efectos sobre ese heterogéneo grupo de escritores. Ahí empezarán a surgir las primeras fricciones internas entre los antifascistas, empezando por la desafección mostrada por André Gide tras un viaje a la URSS.
Es llamativa la exhaustividad del texto: tenemos descripciones de las andanzas de todos estos personajes –que son muchos-, sus reuniones, manifiestos, revistas en que colaboran, desencuentros, todo escrutado hasta el mínimo detalle y, de momento, sin valoraciones ni una visión global que oriente al lector. Este enfoque tiene la virtud de mostrar la pluralidad del colectivo y los matices de la personalidad de los intelectuales. Así, tenemos por ejemplo al citado Gide, cabeza visible del grupo en su primera fase, pero contradictorio y que siempre parece coquetear con la deserción. Malraux es el héroe de la Resistencia, pero sólo tras haber pasado una buena temporada viviendo tranquilamente en territorio Vichy. Paulhan parece tener un don para subsistir durante la ocupación mientras maniobra clandestinamente contra los nazis. Drieu es el más significado proalemán, pero no dejará de defender a sus viejos colegas. De forma que el trabajo de Lottman es un poco notarial y da como resultado una perspectiva absolutamente humana: aquí no hay (casi) héroes ni villanos, sino individuos, equivocados o no, dubitativos, contradictorios, a veces débiles, mezquinos o injustos, otras veces valientes y decididos. Es sin duda un tanto a favor del autor.
Pero el esquema tiene también efectos adversos. La avalancha de información abruma un tanto al lector, al menos hasta que se va haciendo con esa estructura peculiar, al texto le falta fluidez y cierta coherencia cronológica, existe algún desorden expositivo y se advierten contradicciones. Da la sensación de ser un trabajo acumulativo y se echa de menos algo de elaboración, de ‘cocina’ propia del historiador –aunque Lottman no lo es. Espontaneidad a cambio de rigor, vaya lo uno por lo otro.
Una buena parte se dedica a la etapa de la ocupación alemana y el gobierno de Vichy, y resulta interesante seguir observando la trayectoria –a veces errática- de los intelectuales y escritores que nos han sido presentados al principio. Algunos se manifiestan como abiertamente colaboracionistas –Céline es un buen ejemplo- y el resto adoptan posiciones variadas de oposición más o menos severa. El autor también parece mantener algunas reservas sobre el grado de compromiso real de buena parte de los intelectuales, y aquí nos aproximamos a cierto sesgo ideológico que impregna el libro.
Porque, aunque centrado en este elenco de personajes de las letras, el texto pone el foco en la vertiente política del ‘compromiso’, y muy especialmente en la influencia del comunismo sobre esta élite intelectual. En este aspecto, Lottman comparte con buen número de autores estadounidenses una especie de obsesión por la mano negra de Moscú, y este prejuicio, ya latente pero visible durante todo el texto, brota con especial potencia en la última parte, correspondiente a la postguerra. Esta actitud, entendible por la brutal polarización de la época que se describe, incluso en las décadas posteriores, resulta llamativa en un texto escrito en 1982, y desde luego supone una pérdida de objetividad, al menos parcial, del enorme trabajo que se expone. Hasta nos hace dudar de si el mismo título no contiene cierto matiz irónico.
De forma que, observándolo en conjunto, el libro deja la extraña sensación de una tarea ingente de documentación, que con interés y algo de paciencia puede aportar una visión global de la época y el mundo que retrata, pero que queda algo devaluada por una perspectiva ideológica más bien poco equilibrada.
Antes de opinar, quiero aclarar que llevo pantalones y sudadera azul, camiseta azul con una P que significa Portishead (nada de Palestina), calcetines negros y calzones grises. Ningún color ofensivo que pueda hacer arder los dni ajenos.
ResponderEliminarDicho esto, a la reseña.
¿Sabes? cuando lees una reseña, comentario o artículo, y piensas: es exactamente lo que yo hubiera dicho u opinado al respecto. Eso me acaba de pasar leyéndote. Comparto plenamente que el libro cuenta con las virtudes y los defectos que planteas. Supongo que en aquella época vencieron en mi los defectos (los sesgos del autor o los míos), ya que no volví a interesarme en el cronista, a pesar de que el tema del "intelectual comprometido" siempre me interesó.
Gracias y un saludo.
Como curiosidad, es un libro que empecé a leer hace bastantes años y cuando iba por la mitad, me lo dejé un día en el coche y me desapareció. Obviamente no me abrieron el coche para robar el libro, sino que iba en una maleta que me dejé olvidada. Vamos, la pequeña historia de cada libro.
ResponderEliminarEl caso es que, biblioteca mediante, volví para terminarlo porque me interesaba ese ambiente parisino de intelectuales de los años 30, una efervescencia cultural difícil de repetirse, al menos en un entorno tan localizado. La pequeña decepción fue que el texto -sobre todo más allá de la mitad, es decir, lo que todavía no conocía- se enfocaba sobre el nivel de compromiso político de los protagonistas y, como decía en la reseña, con una lupa especialmente potente sobre la influencia soviética. En mi opinión esto le resta interés, porque no se habla en absoluto de literatura o de arte, muy poco de las revistas y publicaciones, y mucho de política. Parece que Lottman pone en cuestión el nivel de compromiso real de la mayoría de autores, o al menos así puede leerse entre líneas. Y desde luego no soy quién para contradecirle, pero sí lamento que ese sea (o parezca) el objetivo fundamental del libro, cuando había tanto que contar sobre cuestiones más interesantes. Lo cual tampoco quita para que sea admirable la enorme cantidad de datos que suministra el autor, y cierta visión global que proporciona sobre la época.
Pues nada, que me alegro de coincidir en la opinión, además, claro está, de que hagas mención nada menos que a Portishead!
Saludos.