Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1976
Valoración: Muy recomendable
La insularidad es
un privilegio repleto de inconvenientes. “La
maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa
del café.”, capturó el cubano Virgilio Piñera en su poema La isla en peso. El escritor isleño
carga un extra de periferia, de invisibilidad para los grandes centros
urbanos y continentales donde se proclaman cánones y se dictan las fórmulas de
lo válido, lo admirable y lo excelso. Si a la condición de insular se le agrega
la circunstancia de la puertorriqueñidad la
realidad es aún capaz de retorcerse hasta la extrema contorsión dado el
peculiar estatus jurídico, político, social, cultural y económico boricua. Un
mejunje genuino, exuberante, carnal, guasón y antillano capturado con esplendor
en las páginas de La guaracha del Macho
Camacho, novela que debería formar parte del canon de la narrativa
contemporánea en lengua castellana y que, al menos en esta orilla europea del
Atlántico, dista mucho no ya de ser reconocida si no siquiera conocida.
Formalmente el
texto se permite experimentar y desbordar los límites del relato convencional.
Un miércoles cualquiera, a las cinco de la tarde, cinco personajes se
encuentran atrapados en un tapón, un atasco, en las calles de San Juan. Cada
uno con sus pensamientos y sus fantasías, con sus preocupaciones y deseos. Las
escenas están cosidas por la voz de un locutor radiofónico que se recrea
presentando el exitazo del momento, una guaracha del sin par Macho Camacho
–lectores del 2018, hagámonos cargo, estamos en el país del Despacito de Luis Fonsi.
Las sensaciones, las
imágenes y los pensamientos se suceden y atropellan, se aceleran y fluyen hasta
la verborrea, con párrafos que son genuinos ametrallamientos en modo cantinflas y que acaban por
conformar una atmósfera disparatada y enloquecida, escenas repletas de referencias y
giros locales (el medio millar de citas explicativas de la edición de Cátedra,
aunque quizás excesivo, se hace imprescindible para no perderse) y de
referencias cultas y literarias, todo ello mantenido con la misma enjundia y
contundencia rítmica que el género musical que se fraguaba en aquel momento y
que hemos acabado reconociendo como salsa.
Porque La guaracha del Macho Camacho
está cargada de voluntad de sorprender, de transgresión formal y no sólo lo
consiguió en su momento, si no que cuarenta años después sigue funcionando como
un mecanismo pegadizo, contundente y fascinante.
La decisión de hacer
literatura con el latido y el lenguaje más popular y callejero confiere a las páginas
de la novela un tono desenfadado e irónico
que sirve para tratar sin contemplación asuntos como el consumismo, el clasismo
social, el machismo, la sexualidad y los arquetipos eróticos o los orígenes
raciales. Esa querencia por lo soez, por lo cotidiano, por lo vulgar que es
tratado por la alta cultura con nariz
arrugada y gesto despectivo aquí impregna párrafo tras párrafo y figuras como
la de la vedete Iris Chacón –a quien otro escritor boricua, Edgaberto Rodríguez
Julia dedicaría una década después una suculenta aproximación, Una noche con Iris Chacón- se reconocen y agasajan como icono de lo
admirable (y deseable).
Dejémonos de
disimular y de acomplejadas imitaciones y mostrémonos como realmente nos dé la
gana, es el armazón estético e ideológico con el que Luís Rafael Suárez sustentó
La guaracha del Macho Camacho.
Y ese
punto de vista, ese modo de incorporar al relato literario, en el que
una
comunidad puede supuestamente reconocerse, a plebeyos y horteras, a
negros y mujeres atronadoras y el tono jocoso y coherente con que
lo factura es lo que dota a la novela de su intacto magnetismo: “Un hombre no sabe ni así, tomó una pizca de
yema de dedo, lo que es el dolor –dijo Doña Chon, argumentosa. Ningún hombre
podrá parir nunca, dijo Doña Chon, bombástica en la formulación del histórico
aserto. A los hombres les falta el tornillito de la pujadora que es un
tornillito que la mujer trae en su parte –dijo Doña Chon, ginecóloga. El día
que un hombre quiera saber lo que es parir que trate de cagar una calabaza–
dijo La Madre: eufórica, un kindergarten en los ovarios, fanfarria con las
trompas de Falopio”.
Pues me ha encantado la reseña, compadre. Creo que voy a pillar este libro.
ResponderEliminar"Fanfarria con las trompas de falopio".
ResponderEliminarMerece una leída.
La leída será gozosa y benéfica, estimado Dr. y querido tocayo. ¡Buen provecho!
ResponderEliminarBuena reseña. Permite vislumbrar un gran tema del texto: la ''canallización' de una sociedad.
ResponderEliminar