Título original: Mind of Winter
Año de publicación: 2013 (En español: 2017)
Valoración: Se deja leer (pero poco)
Cada vez lo tengo más claro: esto de
descubrir autores contemporáneos es como una ruleta rusa. Si no fuese por lo fundamental
que es estar al día, no saldría de mi zona de confort. Eso supone limitarse a
los clásicos y a algún autor, ya maduro, ampliamente reconocido. Con estas
precauciones, la lectura te puede gustar más o menos, pero existe una garantía
de calidad, de que nunca te van a defraudar completamente.
Y entonces apareció Laura Kasischke.
Creo que lo que me atrajo de Una noche de invierno fue el asunto que
trataba, pero poco antes de iniciar su lectura tuve un mal presentimiento. Sin
motivo aparente, aunque estas intuiciones, para quienes la experiencia ha
desarrollado cierto olfato –por supuesto, no necesariamente infalible– casi nunca suelen ser gratuitas.
Los temas que, aparentemente, desarrolla a
lo largo de la novela son muy interesantes y pocas veces han sido objeto de un
tratamiento serio y atrayente a la vez. Por estar más cerca de su periplo
vital, se suelen reservar a las escritoras: deseos incontenibles de ser madre,
adopciones en país extranjero, relación madre e hija, crisis de las
adolescentes, frustración de quien se limita a ejercer las tareas del hogar, relación
de pareja desde la óptica femenina… Claro que si digo aparentemente es por algo ya que, y eso es lo malo, ninguno de
estos enfoques forman, en realidad, parte del argumento. Son solo fuegos
artificiales. Pero eso no lo averiguamos hasta ¡¡¡después de haber llegado al
final!!!
Tampoco me pareció muy alentador que la
acción tuviese lugar, precisamente, el día de Navidad, como si no hubiera más
fechas en el año para hablar de relaciones interpersonales. Solo eso ya fue una
especie de advertencia de que no nos íbamos a ahorrar ni la (previsible) ñoñería
ni la (igual de previsible) colección de tópicos.
No desvelo nada si digo que el periodo
temporal abarca de la mañana a la noche, que las dos mujeres están solas en
casa durante todo ese tiempo –a pesar de lo señalado de la fecha– debido a una
serie de imponderables. Pues bien, comienza el día con las expectativas que
imaginamos: preparación del menú navideño, ilusión por los regalos. Pero lo que
se desarrolla ante nuestros ojos es cada vez más absurdo, vamos de sorpresa en
sorpresa, el argumento no avanza, las actitudes no tienen explicación, el
planteamiento realista que esperábamos no concuerda con lo que se nos ofrece;
si no entendemos a la hija, el comportamiento de una adulta que no reacciona,
que se conforma con repasar frustraciones y recrearse en el pasado y no es
capaz de poner orden en lo que respecta a alimentación, higiene etc. nos deja
cada vez más confusos. Y como lo raro no siempre es apasionante, nos
encontramos en una situación incomprensible, reiterativa y aburrida en la que
los recuerdos son lo único que añaden un poco de variedad e información. Para
acabar de arreglarlo, el monólogo interior está repleto de expresiones
repetidas. Alguien tendría que explicar a algunos escritores que solo repitiendo
palabras no se logra un lenguaje poético, que para eso hace falta algo más.
La cuestión del engaño en literatura es
complejo. En general, se trata de una baza que, bien manejada por manos
expertas, produce verdaderas maravillas. No es el caso. Volvamos el
razonamiento del revés y resultará que, mal utilizado, el recurso puede dar
lugar a auténticos bodrios.
No seré yo quien califique la novela. Lo
que repito –porque es tan increíble que con decirlo una sola vez no basta– es que
solo después de haber llegado al final, y mediante un elemento trampa, se nos
revela que todo lo que estábamos leyendo era falso, que lo que había que entender era
otra cosa. De forma que no solo el elemento mencionado sino la trama entera es
una trampa, y el auténtico argumento está contenido en un añadido aclaratorio que
abarca un solo párrafo. Ese párrafo (menos de veinte renglones), según parece,
es todo lo que quería contarnos la autora.
Debo aclarar que mi intención no es
disuadir a nadie que tenga pensado acercarse a Una noche de invierno. Al contrario: pretendo darla a conocer y que
cada uno saque sus conclusiones. No me cabe duda de que lo que acabo de
explicar seducirá a los lectores que tengan gustos diferentes a los míos. Esos a
los que la situación planteada y el hecho de que “nada sea lo que parece” les parecerá
fascinante a priori. Y lo es, pero luego no digan que no se lo advertí.
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