Título original: Two Years Eight Months and Twenty-Eight Nights
Año de publicación: 2015
Valoración: Recomendable
Intuyo, no sé si acertadamente, que si hay un escritor conocido universalmente por su ideología ese es Salman Rushdie. Una ideología que ha puesto en peligro su vida y le ha dado una popularidad indiscutible que quizá no se corresponda con un incremento real de lectores. Si profundizamos un poco más, es obvio que ese pensamiento que tanto ha condicionado su vida no es un hábito con el que se envuelve o no según las circunstancias, sino la razón de su escritura así como su esencia. Cualquier página suya que escojamos está, implícita o explícitamente, impregnada de ese espíritu.
Ante de mostrar en qué consiste ese ideal de convivencia convertido en asunto recurrente, debo aclarar que si la ideología no ha fagocitado sus novelas, si no las ha convertido en meros instrumentos para transmitir unas tesis todo lo sensatas y bien intencionadas que quieran, ha sido gracias a su imaginación portentosa. Me pregunto –y nunca podré contestarme– si el propio autor ha desarrollado esa faceta suya para convertir en literatura su mensaje (algo perfectamente legítimo) o se trata de un rasgo innato que impregna involuntariamente su escritura. El huevo o la gallina, vamos. Desde luego, como puede deducirse de sus historias, el material procede principalmente de sus raíces culturales –hindúes o, más genéricamente, orientales– a las que se añade todo el bagaje que ha ido adquiriendo por su cuenta.
Sin ir más lejos, el título de la novela es exactamente Mil y una noches, si bien estas se contabilizan de forma diferente. Y es un hecho que lo metaliterario, tanto en forma de reflexiones como por el procedimiento de contar unas historias que sirven de estuche a otras de la misma forma que el modelo, se convierte, más que en un mero recurso, en el núcleo fundamental en torno al cual gira todo.
Viajando a lomos de su particular fantasía, nos enteramos de que el mundo de los humanos no es el único existente, pero nada de descubrir nuevos planetas o galaxias, nada de astronomía, aparataje y descubrimientos científicos, estas realidades se sitúan en una esfera que no es la experimental pero tampoco la de la fe sino que está constituida, tal como sugiere en ese magnífico broche final, del mismo material que los sueños. Esos sueños que un mundo futuro, sin racismo ni creencias irracionales, que vive en paz y concordia habiendo desterrado, por fin, todas las causas de violencia y logrado la igualdad entre géneros, quizá eche de menos a pesar de sus evidentes ventajas.
“La mayoría estamos contentos. Vivimos bien. Pero a veces desearíamos que regresaran los sueños. A veces, como no nos hemos librado por completo de la perversidad, echamos de menos las pesadillas.” *
De entre todos los mundos posibles, pues se sugiere que puede haber más, el novelista se concentra en dos: el que conocemos, radicado en la madre tierra, y el de los yinnis: unos seres caprichosos e indolentes, cautivados por los objetos brillantes, poco de fiar, iracundos cuando se les contradice y con un poder enorme, que habitan en el País de las Hadas. En principio, nada que ver con nosotros, sin embargo, por un capricho del destino –o una travesura de algún habitante particularmente curioso– las sólidas paredes que nos separan de ellos se han fracturado más de una vez, y a causa de esa pequeña grieta, que nos ha puesto en contacto con los yinnis, se produce lo que el autor denomina la Guerra de los Mundos, que tiene lugar en el momento en que se escribe la novela –es decir, ahora– si bien su origen radica en hechos ocurridos en el siglo XII en Lucena (Córdoba, España), y se contempla desde la óptica de un cronista del futuro, concretamente de dentro de un milenio. Existen, pues, tres planos temporales: aquel desde el que habla el narrador (3015 aproximadamente), la época actual, testigo de la cruenta guerra que tiene lugar entre yinnis y humanos, y aquella Córdoba medieval que puso en marcha toda la trama. La causante (o culpable) de todo fue una mujer –tal como mandan los cánones–, o mejor, una yinnia, la Princesa Centella, heredera al trono del País de las Hadas, encarnada en Dunia, una adolescente con rasgos humanos que se enamora del filósofo ateo Ibn Rushd –discípulo de Aristóteles y eterno adversario ideológico del platónico Al-Ghazali con el que siguió debatiendo en la tumba, una vez convertidos ambos en polvo pensante–. Este hombre, especie de anti-Sherezade, ya que las historias que Dunia le contaba, no solo no le salvaban sino que ponían su vida en peligro, acabaría sus días ejerciendo con honores su profesión de médico en la corte cordobesa de aquel califa que venció a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos, autodenominado como Al-mansur (el Victorioso). Su amor engendraría una numerosísima prole, origen, a su vez, de la gran descendencia (conocida como Duniazada, cuya particularidad anatómica es tener las orejas sin lóbulos) que llegó primero hasta Cádiz y Palos de Moguer y más tarde traspasó los Pirineos y hasta voló en alfombras y urnas mágicas atravesando océanos, propagándose por los cinco continentes y olvidando sus orígenes judíos (y judíos conversos) para abrazar cualquiera de las religiones existentes, incluida la que heredaron, o bien convirtiéndose en ateos.
Mucho más tarde, en pleno siglo XXI, Dunia heredará el trono de su padre y regresará a nuestro planeta para vencer a los cuatro portadores del mal y sus secuaces. Para ello contará con la ayuda de algunos de sus descendientes, híbridos de yinni y humano, en un episodio final que logrará la aniquilación de todos ellos pero acarreará también la muerte de muchos inocentes. Destruidas estas fuerzas malignas, cualquier desigualdad e injusticia habrá perdido su razón de ser y la tierra se convertirá en el lugar pacífico y racional que añoran los idealistas.
Como ven, un argumento seductor para aquellos lectores que acepten internarse por los vericuetos de la fantasía, al menos de vez en cuando. Pero, si nos atenemos al resultado final, a Rushdie tanta tensión, ser sobrenatural y escenario de maravilla se le ha ido de las manos un poco. El conjunto resulta algo irregular y deslavazado, excepto en unas cuantas decenas de páginas no nos entusiasma como debería, no consigue convertirnos en cómplices de los personajes ni apasionarnos con sus aventuras ni transmitirnos esa efervescencia que, aunque aparece en lo narrado, no acaba de llegarnos del todo.
(*)Traducción: Javier Calvo
Más del autor: Los versos satánicos
Hola Montuenga:
ResponderEliminarGracias por la reseña. La he visto en librerías y he dudado en comprarla.....Es una novela fácil de leer?
Saludos!
Me ha gustado un monton la reseña y voy a comprar la novela. Primero quiero terminar 4321 de Auster y luego leer La vida negociable de Landero y por último dedicarme a Rushdie.
ResponderEliminarHola Gabriel. Verás, difícil no es pero sí bastante irregular: tiene muchos altibajos. Rushdie construye un mundo muy particular que no puede gustar a todo el mundo, yo lo tengo entre mis favoritos pero lo leo en pequeñas dosis, nunca de un tirón. Sin pausa, desde luego, porque si no perdería el hilo, pero sin darme grandes panzadas. Yo que tú lo hojearía antes de comprarlo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jose Angel. A mí de Landero me encantaron las cuatro primeras. Pero Hoy Júpiter y Retrato de un hombre inmaduro me decepcionaron tanto que no he vuelto a leer nada suyo. En cuanto a Rushdie, te veo muy decidido, así que ¡adelante!
Pues a mi la novela que menos me gustó de Landero fue El Guitarrista. Bien es verdad que no he leido Hoy, Jupiter, pero sí Absolución que ne ha encantado. Quiero reivindicar también a Gonzalo Hidalgo Bayal como uno de los mejores escritores españoles. Su novela Paradoja del interventor co su aire Kafkiano, es sencillamente genial.
ResponderEliminarVaya locura de argumento. Atrae pero echa para atrás a partes iguales.
ResponderEliminarDe Rushdie leí hace mucho Los versos ... y me resultó complicada, pero no guardo mal recuerdo. Claro, que tenía otra edad, por lo que una relectura sería conveniente y seguro que fructífera. En cuanto a Landero, ya que ha salido el tema, me gustó mucho Hoy, Júpiter. También leí Absolución, que no pasa de ser una novelita entretenida. En cualquier caso, me gusta como escribe Landero.
ResponderEliminarHola, Anónimo del día 28. Sí, es de locos, y eso que solo he dado cuatro pinceladas. Pero así es Salman :)
ResponderEliminarLos versos satánicos, Anónimo del 29, también está reseñada en el blog. En mi opinión, es una obra bastante más lograda. También me gustó mucho El último suspiro del moro, aunque la leí hace bastante y no sé lo que opinaría ahora. En cambio, con Furia no pude, la dejé a las pocas páginas. Tanto Landero como Rushdie son algo irregulares pero estamos de acuerdo en que ambos merecen la pena.
Saludos a los dos.