Título original: Future Days. Krautrock y el edificio de la moderna Alemania
Año de publicación: 2016
Traducción: Tadeo Lima
Valoración: muy recomendable
Basta de justificarme. El subtítulo del libro ya es suficientemente claro, no vamos a hablar solamente de discos y de artistas y de sonido o de influencia. Aquí se escribe sobre un movimiento cultural que, aunque la música sea su emblema y su correa de transmisión, parte de la iniciativa de una generación emblemática en su país. Se trata de los nacidos durante la guerra o en los años inmediatamente posteriores. Criados en unas condiciones difíciles a todos los niveles. Con fuerzas de ocupación muy pendientes de que a los boches no les dé por liarla una tercera vez, con compatriotas que ocultan pasados relacionados con el oscuro período 1933-1945. Con un sistema educativo que parece haber hecho un pacto de silencio para eludir la profunda herida. Con muchas familias afectadas por el conflicto, sin nadie que pueda proclamarse ajeno porque todos conocen a víctimas o a verdugos o a ambos. Y la reacción de la generación inmediatamente posterior al conflicto, los nacidos a partir de 1945 es curiosa. Jóvenes de pelos largos, que se debaten entre la mala interpretación que puede representar un brote patriótico y una efervescencia creativa ayudada por sustancias de todo tipo, era hippy y eso, LSD, marihuana, pero intentando hallar su propio camino.
Krautrock es tan despectivo como efectivo a la hora de definir un movimiento restringido y quizás poco heterogéneo, pero su influencia perdura. Primero, porque son precedentes de cierta visión de la música rock omitiendo sus puntos de referencia clásicos. En concreto, el blues. No tanto el jazz, pero un jazz con un perfil técnico alejado de patrones al uso. Can tiene más que ver con Sun Ra o con Miles Davis que con los Beatles o Chuck Berry. El krautrock es descrito como un golpe en la mesa reivindicando algunas dinámicas propias del renacimiento de la Alemania industrial, tutelada por Occidente, golpe desde un círculo creativo que surge de un esqueje que ahora podemos recordar de forma algo nebulosa. La Alemania de la RAF, de los movimientos estudiantiles, de la Baader-Meinhof, de las patillas imposibles y las Olimpiadas de Munich y los Campeonatos del Mundo del 74, de los pantalones de campana y esa especie de aura incómoda, con el país dividido, con Berlín aislado, con ese idioma que nos parece imposible a los de los idiomas romances.
David Stubbs es un periodista musical que ha desfilado por muchos medios. Desde la una vez totémica prensa semanal (la dupla NME-MM) hasta la difícil y rebuscada élite: The Wire. Uno de esos tipos que podríamos llamar musicólogos, esas rara avis que consiguen ser pagados por escuchar música y hablar y escribir sobre ella. Los que entran de gorra a los conciertos y someten a los artistas a duros tête a tête entre bambalinas y en vestíbulos de hoteles. Su trabajo en este libro es descomunal, analizando carreras, discos, picos y valles de discografías, hablando del proceso de composición, de grabación, refiriéndose de muy buena tinta a toda la juerga lisérgica, a las rencillas fuera y dentro de las bandas, al errático estilo de vida de algunos de los músicos, aludiendo a lo esencial de algunos discos que muchos desconocemos y obligando a ese agradabilísimo ejercicio cuando se lee sobre música: interesarse, indagar, comprar, descargar, escuchar, coincidir o discrepar.
Pero decir que este libro se limita a eso es quedarse muy corto. Sería eludir la disección paralela al auge y declive del movimiento musical, la de una sociedad alemana que se avergüenza de sentir orgullo de si misma, que necesita que pasen décadas, que las generaciones se renueven a toda castaña, que el mundo les mire sin pizca de sorna ni de recelo.
Krautrock es tan despectivo como efectivo a la hora de definir un movimiento restringido y quizás poco heterogéneo, pero su influencia perdura. Primero, porque son precedentes de cierta visión de la música rock omitiendo sus puntos de referencia clásicos. En concreto, el blues. No tanto el jazz, pero un jazz con un perfil técnico alejado de patrones al uso. Can tiene más que ver con Sun Ra o con Miles Davis que con los Beatles o Chuck Berry. El krautrock es descrito como un golpe en la mesa reivindicando algunas dinámicas propias del renacimiento de la Alemania industrial, tutelada por Occidente, golpe desde un círculo creativo que surge de un esqueje que ahora podemos recordar de forma algo nebulosa. La Alemania de la RAF, de los movimientos estudiantiles, de la Baader-Meinhof, de las patillas imposibles y las Olimpiadas de Munich y los Campeonatos del Mundo del 74, de los pantalones de campana y esa especie de aura incómoda, con el país dividido, con Berlín aislado, con ese idioma que nos parece imposible a los de los idiomas romances.
David Stubbs es un periodista musical que ha desfilado por muchos medios. Desde la una vez totémica prensa semanal (la dupla NME-MM) hasta la difícil y rebuscada élite: The Wire. Uno de esos tipos que podríamos llamar musicólogos, esas rara avis que consiguen ser pagados por escuchar música y hablar y escribir sobre ella. Los que entran de gorra a los conciertos y someten a los artistas a duros tête a tête entre bambalinas y en vestíbulos de hoteles. Su trabajo en este libro es descomunal, analizando carreras, discos, picos y valles de discografías, hablando del proceso de composición, de grabación, refiriéndose de muy buena tinta a toda la juerga lisérgica, a las rencillas fuera y dentro de las bandas, al errático estilo de vida de algunos de los músicos, aludiendo a lo esencial de algunos discos que muchos desconocemos y obligando a ese agradabilísimo ejercicio cuando se lee sobre música: interesarse, indagar, comprar, descargar, escuchar, coincidir o discrepar.
Pero decir que este libro se limita a eso es quedarse muy corto. Sería eludir la disección paralela al auge y declive del movimiento musical, la de una sociedad alemana que se avergüenza de sentir orgullo de si misma, que necesita que pasen décadas, que las generaciones se renueven a toda castaña, que el mundo les mire sin pizca de sorna ni de recelo.
Precisamente Holger Czukay, el bajista de Can, y artífice por tanto del disco "Future days" que da título al libro, falleció esta semana.
ResponderEliminarSabes que eres titular de 1/46000000 parte de la soberanía nacional?��
Eliminar⏱El próximo 1 de octubre, algunos (JxS, ERC, CUP y Podemitas) quieren expropiártela.
El 1 de octubre hay que ir a Cataluña. Si ellos quieren votar, tú también debes poder hacerlo. O allí votamos todos, o allí no vota nadie.
DEFIENDE TU CUOTA DE SOBERANÍA NACIONAL.
NO DEJES QUE TE LA EXPROPIEN.������
O TODOS O NINGUNO.
������ ¡¡¡¡¡ EL 1 DE OCTUBRE, PARA DEFENDER NUESTRO DERECHO, TODOS A CATALUÑA !!!!! ������
No viene a cuento, ¿no?
ResponderEliminarBueno, supongo que cada cual puede decir lo que quiera donde quiera y cuando quiera
Parece interesante el libro a la vista de tu reseña y valoración, y ¡un tema curioso! y esto es también muy interesante.
ResponderEliminarHola Francesc, ¿qué tal la traducción del libro? Leí que dejaba algo que desear en ciertas partes. Gracias.
ResponderEliminarHola Juanjo: no he notado nada discordante en la traducción, aunque desde luego no suelo valorarlas salvo que aprecie errores de bulto. Gracias por comentar.
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