Idioma original: Inglés
Título original: Fragant Harbour
Año de publicación: 2002
Traducción: Javier Lacruz
Valoración: Recomendable
Devorada por primera
vez hace ya más de una década, tenía la lectura de El puerto de los aromas alojada en mi memoria en el rincón de las
novelas magníficas. Recordaba haberla leído con asombro y delicia y, pese a no haber
retenido demasiados detalles de la trama (ni tan siquiera el desenlace),
flotaba en mi cada vez más galopante amnesia la sensación de historia redonda excelentemente
contada. Con la torva actitud de aquel que se reserva con lujuria un bocado que
ya sabe de excepción, la nueva zambullida en El puerto de los aromas ha sido agradable y placentera, aunque tampoco
tan extraordinaria como el recuerdo me prometía.
Desde luego, la
narración es fluida y la lectura por sus páginas se desliza fácil y veloz. No
se precisa volver atrás ni se nos hace caer en profundidades ni recovecos. La novela
va y vuelve de Londres a Hong Kong a lo largo del periodo que corre desde los
años 30 hasta finales del siglo XX –en que la colonia británica fue restituida
al Gobierno chino-. Lo hace esencialmente de la mano de su gran protagonista,
Tom Stewart, que con veinte años parte de las orillas del Támesis buscando un
horizonte más abierto y llega al gran puerto meridional de China donde
transcurrirá el resto de su vida.
En El puerto de los aromas hay aventura,
incertidumbre, momentos delicados, en los que la propia vida parece estar a milímetros
de ser aniquilada, que son la sal y pimienta de la trayectoria de una persona discreta,
prudente y razonable, hecha a sí misma y a la que, en términos generales, parece
haberle ido más que razonablemente bien. Todo efectivamente relatado con
amenidad y ligereza, con abundante aliño de ironía y buen humor y “con ese permanente aspecto de asombro cortésmente
reprimido ante la comedia humana”, tal como el autor caracteriza a uno de
los personajes.
Y sin embargo… La
singladura de Tom Stewart y la trama de El
puerto de los aromas depara sorpresas, novedades, giros inesperados,
reencuentros imprevistos pero también una sensación de excesiva corrección, de desmedida
contención; una vida sin toparse con la duda, sin cometer error, sin cargar
con el defecto, sin caer en el desánimo, sin dejarse arrastrar por la pasión…
Bien. De acuerdo. Tom Stewart es británico, se puede alegar. Pero, aún así, tan británico…
Junto al
protagonista principal, el autor, John Lanchester (Hamburgo, 1962), enriquece la
trama con los puntos de vista de Dawn Stone, una periodista inglesa que se
instala en Hong Kong a mediados de los 80, y de Matthew Ho, un joven empresario
chino que asienta a su familia en Australia en previsión de que el dominio británico
de Hong Kong acabe con la prosperidad de la ciudad-puerto-refugio. Con su razón
de ser, su incansable empuje, su poderoso atractivo. Que, por supuesto, y la
descripción de su aroma en la novela es uno de sus méritos, no es otro que el
flujo del dinero circulando, escondiéndose o exhibiéndose, transformándose, reproduciéndose.
Así al menos lo retrata con convicción John Lanchester en al menos tres pasajes
de El puerto de los aromas. El
dinero, además de no mentir, “es el único
tema en el mundo que hay que tomarse completamente en serio”. Poca broma. ¿Será?
Hola Carlos
ResponderEliminarDejó aquí el enlace de otro libro del autor que también hemos reseñado:
http://unlibroaldia.blogspot.com.es/2014/10/libros-y-comida-john-lanchester-en.html?m=1
Saludos
Opsss, se me pasó colocar el enlace en el texto. ¡Gracias mil!
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