Título original: Dnevnik líshnego cheloveka
Traducción: Marta Sánchez - Nieves
Año de publicación: 1850
Valoración: Está bien
Las ediciones de clásicos ilustrados que publica Nórdica son un auténtico "chollo" para blogs como este. Y es que no es fácil reseñar un libro al día. Requiere esfuerzo, ritmo en la lectura, etc (o tener tres o cuatro "negros" que te hagan la reseña, ejem, ejem). Así que, de vez en cuando, vienen bien estos clásicos breves. Son libros con una bonita edición que apenas llegan a las cien páginas y de autores clásicos con los que (casi) nunca fallas.
En este caso, el autor elegido es Iván Turguénev, otro de los clásicos del XIX, auténtico siglo de Oro de la literatura rusa. Y el libro, "Diario de un hombre superfluo", es una novela breve (o cuento largo) que, pese a tratar de sentimientos universales, es una novela muy "de su tiempo": romántica, gótica incluso, con sus nobles, sus príncipes, su duelo a sangre y fuego, etc. Pero, sobre todo, con un protagonista y narrador, el joven Chulkaturin, que es el prototipo del personaje presente en buena parte de la literatura rusa del XIX: tipos grises, abúlicos, escépticos, incapaces de vivir y de sentir, etc.
Chulkaturin asume su condición (¡cómo no!) y deja constancia de esa condición con este diario escrito en los últimos días de su vida. Aunque realmente el texto no es un diario en sentido estricto. Se trata, en su primera parte, de una pequeña rememoración de sus días de infancia, con una madre fría y un padre generoso que marcarán su carácter, y, en una segunda parte, de una historia de amor no correspondido, con todo lo que eso conlleva: esperanza y desesperanza, amargura, soledad, celos...
En resumen, una novela de tintes existenciales, con una fuerte carga lírica y con un personaje principal que no defraudará a los amantes de la novela rusa del XIX. Eso sí, creo que ha envejecido peor que otros libros de su época, que todo hay que decirlo.
También de Iván Turguénev en ULAD: Primer amor, Nido de nobles
Gracias por la reseña. Le echaré un ojo. La verdad es que tengo dos sentimientos opuestos con los rusos clásicos; por un lado, me fascina su capacidad de profundizar en las miserias humanas, en lo que es intrínseco y universal a todos las personas, es como si hubiera un poeta y un filósofo en cada uno de ellos; y, por otro, sacan lo peor de mí, esa parte nostálgica, depresiva y que se recrea en las heridas propias. Por lo anterior, leí en arrobada emoción a los rusos del siglo XIX ("Noches blancas" fue una lectura de devoción durante años) y paté durante años.
ResponderEliminarCreo que es hora de volver a reencontrarme con ellos. Saludos
Si se me permite comentar al comentarista, me ha encantado eso de "nostálgica, depresiva y que se recrea en las heridas propias". Muy atinada, Lupita, y estupenda reseña, Koldo.
ResponderEliminarSaludos!
Los rusos del XIX rara vez fallan y conviene volver a ellos de vez en cuando. Un abrazo a los dos!
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