Valoración: Recomendable
Habrá observado el avezado lector que me he comido la información sobre el año de publicación del libro, que siempre se suele incluir en la cabecera de nuestras entradas. De entrada digo que el motivo es, sencillamente, que no tengo ni idea de la fecha. Aunque uno es bastante vaguete para hacer indagaciones en internet, esta vez me he esmerado en buscar cuándo se publicó originariamente ‘Fantasías vascas’, sin resultado. De manera que, aun arriesgándome a meter la pata, me tiraré a la piscina: yo creo que el libro está constituido por relatos y escritos dispersos que Baroja fue elaborando a lo largo de los años –seguramente, entre 1.900 y 1.910- y que alguien reunió en un volumen, puede que allá por los años 40 ó 50 del siglo pasado, que son las fechas de las ediciones más antiguas que he encontrado.
La osadía (bastante infrecuente en mi) se basa, además de la comentada ausencia de otros datos, en la dispersión y escasa coherencia de la colección. ‘Fantasías vascas’ es un compendio de diecisiete relatos, entre los que dos de ellos ocupan más de la mitad del volumen, en tanto que otros varios apenas se extienden por dos o tres páginas. Como su título indica, su común denominador es que todas ellas se sitúan en el escenario vasco, diríamos genuinamente vasco.
Las diez primeras narraciones son poco más que estampas visuales de ese entorno tópico del País Vasco rural: escenas de mar embravecido, brumas sobre las casas en que se intuye el calor del hogar, aldeanos silenciosos, caseríos montaraces. Una galería de paisajes en la que los escasos personajes son poco más que parte del escenario, en el que se funden como un elemento más. Parece un mero ejercicio de estilo, pequeños bocetos en los que, no obstante, vemos con claridad algunos de los motivos que Baroja utilizará en varias de sus trilogías posteriores.
El primero de los relatos de mayor envergadura es ‘La infancia de Silvestre Paradox’. Más que un arranque de las famosas aventuras de este personaje, da la impresión de ser una precuela (dios mío, el palabro más abominable que se ha inventado) escrita tal vez después, o al margen de la historia principal. Sea como fuere, vemos aquí a ese Baroja genuino a la hora de dibujar personajes de acción, en este caso un mozalbete, que huyen del desarraigo a base de peripecias, pillería y algo de temeridad. Aquí está el Baroja de la frase corta y el relato vertiginoso que encontramos en sus libros de aventuras.
‘La dama de Urtubi’ es, desde mi punto de vista, la estrella de la compilación. Es en principio una historia de amores, protagonizada por una señorita de la nobleza y situada en el siglo XVII o XVIII en esa mágica zona montañosa entre el norte de Navarra y el País vasco-francés (muy cerca de Bera de Bidasoa, donde don Pío tuvo su casa familiar). Sin embargo, tras su apacible inicio el relato da un giro brusco y sorprendente para meterse de lleno en el mundo de los akelarres que tenía su epicentro en la conocida cueva de Zugarramurdi. Casi se pierde de vista el origen de la historia, ésta adquiere la aceleración barojiana habitual, y desemboca en una descripción, vigorosa y brillante, de los ritos y el desenfreno a que se entregan brujas, nobles, curas y aldeanos en la mágica caverna. Aunque el argumento es sumamente simple, me parece una narración espléndidamente construida, sin un altibajo. Para que luego se diga de las deficiencias técnicas de Baroja.
Los últimos relatos vuelven a la brevedad aunque son muy diferentes de los primeros. Si en aquéllos se dibujaban paisajes, ahora son más bien retratos que se articulan en torno a un personaje, diferentes pero con rasgos comunes: de nuevo el desarraigo, huida de la vida acomodada, búsqueda de la acción. Personajes que se identifican con el omnipresente arquetipo vasco pero que, no obstante, tampoco ocultan una emotividad bastante singular: unos más ruidosos que otros, pero todos mantienen, medio ocultos, rasgos de humanidad, como de tipos siempre disconformes, que van buscando algo que no saben lo que es.
Aparte de ‘La dama de Urtubi’, tampoco puedo dejar de destacar otras dos narraciones muy breves: ‘La venta’, poética descripción de la llegada del viajero a la posada, donde encuentra descanso y calor, y la que cierra el libro, ‘El viejo y su canción’, apenas dos páginas para una alegoría, potente y escueta, del personaje que no encuentra su lugar entre la gente, ni alcanza a comunicarse. Aunque no lo dice expresamente, ese viejo anónimo parece buscar la ataraxia también anhelada en 'El árbol de la ciencia'. Empieza así:
‘Yo soy un hombre que ha salido de su casa por el camino, sin objeto, sin saber por qué, con la chaqueta al hombro, al amanecer…’
El resto, como los demás relatos de este encantador librito, recomiendo que lo lean ustedes mismos. Lo disfrutarán moderadamente.
Otras obras de Pío Baroja en ULAD: El árbol de la ciencia
Vera de Bidasoa, por favor.
ResponderEliminarDiscúlpame, pero según la página oficial del ayuntamiento el nombre de la población es Bera. Véase www.bera.eus
ResponderEliminarSaludos.
Hola:
ResponderEliminarSin pretender, lógicamente, que la Wikipedia sea el summum del conocimiento, ni mucho menos, recomiendo echar una ojeada al artículo correspondiente, y en especial al apartado "Toponimia":
https://es.wikipedia.org/wiki/Vera_de_Bidasoa#Toponimia