Título original: The Taqwacores
Año de publicación: 2004 (En España: 2014)
Valoración: Muy recomendable
Hará un par de años me interesé por esta novela, luego se perdió entre la vorágine de proyectos. Puede que para algunos lectores no sea ninguna novedad, pero a mí en aquel primer contacto me pareció algo bastante apartado de mis referencias habituales y ahora, después de su lectura, siento que he tenido la suerte de poder echar una ligera ojeada al enorme abismo que media entre unas mentalidades y otras.
Para quienes no hayan oído hablar de él, Michael Muhammad Knight es un
neoyorkino de antepasados irlandeses, nacido católico hace cuatro décadas, que
siendo adolescente descubrió el islam a través del hip hop e inició el proceso
que acabaría en su conversión. Esto puede dar una idea de por dónde van los
tiros: la música es junto con la religión el nexo que conecta a los personajes (principales
y secundarios), lo que les obsesiona, entusiasma, da sentido a sus vidas, forja
amistades y hasta inspira algún ambicioso proyecto imposible de realizar de no
existir una pasión común.
Si he entendido bien, esta novela parte de un momento de
crisis, de la necesidad de aclarar ideas, pero su evidente sinceridad acabó
convirtiéndola en un texto de culto que suele considerarse El guardián entre el centeno de la cultura islámica. Las comparaciones de este tipo no suelen ser muy certeras, pero en este caso –salvando todas las
distancias y teniendo en cuenta que esta teoriza mucho más– me parecen bastante
razonables.
Yusef Ali repasa los recuerdos de su época de estudiante universitario en
Buffalo, cuando compartía piso con un grupo de chicos musulmanes y una chica,
Rabeya, nada convencionales a pesar de sus creencias, excepto uno de ellos,
Umar, el único que defiende con decisión la ortodoxia.
Taqwacore alude al punk islámico,
un movimiento, entonces latente, que se desarrolló a raíz de la publicación de la
novela y que combina el hardcore con
la piedad o culto (taqwa). Tenemos,
pues, toneladas de música, mucha ideología –en forma de cuestionamiento
constante, de alusiones a las reglas y de flagrantes contradicciones– y un
tercer elemento, la amistad, que no suele faltar en los relatos de aprendizaje.
Una amistad –que de tan verosímil llega a ser palpable– estrecha, entrañable, más
allá del simple compañerismo y, por tanto, potencialmente conflictiva.
En teoría, Knight no entra en grandes complicaciones literarias, pero
tampoco sería coherente con un planteamiento que exige justamente lo que
encontramos: sencillez, movimiento, mucho diálogo y la empanada mental
consiguiente. Con un clímax narrativo muy bien dosificado y mediante un sinfín de argumentaciones, incoherencias,
heterodoxia, discusiones, indecisión y ambigüedad, vamos conociendo al
protagonista y a toda una colección de individuos, Jehangir Tabari, Ayyub el Magnífico,
Fasiq, Dawud el Rude, a cual más peculiar y emblemático. Todos ellos cargan con la
radical contradicción de conciliar el punk –asumiendo lo que conlleva de rebeldía,
iconoclastia, rechazo frontal a cualquier regla impuesta– con una religión tan
repleta de dogmas, barreras, mandatos y recomendaciones, tanto gestuales como
éticos, que hace falta un glosario final para entender mínimamente toda la
complejidad que encierra. Rituales ejercidos o no al pie de la letra,
relaciones sexuales, alcohol y drogas, vestimenta femenina, contacto con la
cultura americana directamente o a través de la televisión y otras muchas cuestiones
polémicas. El libro está lleno de preguntas, son las dudas del propio escritor que, aprovechando su pertenencia al bildungsroman, caen como mazazos interrogando al lector e interrogándose. Supongo que el hecho de tener otras creencias de origen le proporciona, además de un torturado escepticismo, perspectiva y capacidad crítica difíciles de conseguir de otra forma.
Si todo esto causó sensación entre su público natural, puedo imaginarme
cómo habrá caído en la juventud de otras latitudes ideológicas. Tanto es así que el término aprendizaje no se limitaría a los protagonistas:
el lector profano en la materia –y no solo el juvenil– aprende algo de doctrina coránica,
reflexiona sin parar junto a ellos y se implica afectivamente en la
trama.
En 2010 se estrenó la película homónima, que participaría en el Festival
Sundance de Cine Independiente; en España, se presentó al Festival
Internacional de Orense. A esta novela le siguió otra decena y todas ellas prometen,
no habrá más remedio que seguirle la pista al autor.
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