Título original: How Music Got Free
Año de publicación: 2015
Traducción: Damià Alou
Valoración: muy interesante
Entre pagar 18 o 20 euros por un CD que, a lo mejor, acaba no gustándote del todo, o bajártelo gratis para oírlo mientras decides dejarlo morirse o no en los abismos de un disco duro no parece haber color. Entre oír una tras otra las canciones que más te gustan de unos cuantos artistas o tragar una tras otra canciones de relleno porque el artista de turno quiere demostrar que es capaz de agotar los 74 minutos de un CD metiendo lo que sea (silencio, remezclas, versiones, descartes, demos) tampoco hay demasiada duda.
El título del libro lo dice: una serie de hechos lo hicieron posible.
El título del libro lo dice: una serie de hechos lo hicieron posible.
Todo ello tiene unos cuantos responsables, claro. Y hay que señalarlos y echarles la culpa de todo: de tiendas cerradas y pérdida de puestas de trabajo y deterioro de la calidad y confinamiento de la música (ese arte sagrado que expresa lo que el silencio no puede expresar y bla bla bla) a mero fondo sonoro útil para cualquier otra actividad. Ese proceso no se gestó en poco tiempo ni en un solo lugar. Una vez la cosa fraguó, fue rapidísimo, claro. Dejad la puerta del supermercado abierta y decidle a la gente que entre y tome lo que quiera sin pagar. Claro que fue rápido, y llámese eMule o Kazaa o BitTorrent o Megaupload el fenómeno de las descargas ilegales se expandió y el golpe asestado es un golpe del que la industria del entretenimiento no va a reponerse.
Stephen Witt sitúa tres escenarios para esta crónica/reportaje que se lee, no es broma, como una especie de novela de suspense. El tecnológico, con Karlheinz Brandenburg, ingeniero alemán que lucha contra sus competidores por imponer su standard de compresión de archivos sonoros, aquel que garantice máxima fidelidad con menor tamaño de fichero a almacenar o transportar por la red. Triunfando: mp3 no sé si la RAE lo habrá aceptado, pero buscadme al guapo que no sabe qué es. El empresarial, con Doug Morris, un ejecutivo voraz por el cobro del bonus y de las stock options que cierra el círculo: gestionar una empresa de forma que él pueda obtener el provecho que necesita. A cualquier precio, y por supuesto el factor calidad artística es un obstáculo fácilmente evitable. Y el mundano, con Dell Glover, operario en la cadena de distribución de CDs que descubre una buena manera de ganarse un sobresueldo: filtrar las novedades de forma que estén disponibles en la red antes que en las tiendas. Un trabajo adictivo y casi teñido de romanticismo. El Robin Hood que democratiza el acceso al arte. Cualquiera sabe de sobra cuál es el destino de cada uno de estos factores y Witt se guarda muy hábilmente de emitir o inducir un juicio de valor o una opinión, porque por mucho que nos quejemos sabemos cuál es el resultado: sólo un obsesivo de la nostalgia puede afirmar que la música no se disfruta actualmente en MP3, AAC u OGG. Sólo un snob insoportable puede pensar que era mejor un mundo con la gente gastándose su poco dinero en enriquecer a tipos como Morris o conseguir que Madonna o las stars de turno hicieran más grandes y ostentosas sus mansiones con piscinas en forma de riñón.
Los efectos colaterales de ello todo el mundo parece aceptarlos tranquilamente. Las compañías han sido avariciosas y eso llamado mercado que justifica desde los desahucios hasta el ostracismo para muchas buenas iniciativas les ha propinado un uppercut. La tecnología se ha llevado por delante incluso a quienes pretendían dosificar sus hallazgos. Witt triunfa gestionando los tempos y parece ser capaz de escribir con igual maestría de la deriva de los continentes o del devenir de la liga de fútbol. Uno de los ensayos más fascinantes sobre los cambios bruscos a los que nos ha llevado la tecnología, y cómo nos hemos adaptado tanto que ya no concebimos el mundo sin ellos.
Los efectos colaterales de ello todo el mundo parece aceptarlos tranquilamente. Las compañías han sido avariciosas y eso llamado mercado que justifica desde los desahucios hasta el ostracismo para muchas buenas iniciativas les ha propinado un uppercut. La tecnología se ha llevado por delante incluso a quienes pretendían dosificar sus hallazgos. Witt triunfa gestionando los tempos y parece ser capaz de escribir con igual maestría de la deriva de los continentes o del devenir de la liga de fútbol. Uno de los ensayos más fascinantes sobre los cambios bruscos a los que nos ha llevado la tecnología, y cómo nos hemos adaptado tanto que ya no concebimos el mundo sin ellos.
Sea como sea, yo sigo disfrutando más de la música cuando abro un disco, cd o vinilo, lo pongo en el equipo, disfruto la carátula, ojeo los libretos, y siento su presencia física, que cuando reproduzco de forma indiscriminada archivos en un ordenador o cualquier otro dispositivo. Con los libros, pues me ocurre igual, y es un caso muy parecido: a mí el libro electrónico, por mucho que no ocupe, que pueda ser "gratis"... si no palpo las hojas, no lo disfruto igual. Seré un romántico, o un antiguo, o un fetichista, pero así lo siento!
ResponderEliminarMe da gran tristeza cuando cierran una librería, y es algo que por desgracia últimamente veo mucho.
ResponderEliminarCreo que la música, como el cine y los libros tienen que adaptarse y reinventarse, porque lo que existió en el pasado no va a volver.
Los libros tienen una ventaja sobre discos y vídeos, pues leer en papel sigue siendo preferible (sobre todo para textos largos) a leer en pantalla, e imprimir desde el ordenador es a menudo más caro que comprar el libro. A menos que éste tenga un precio prohibitivo.
Las librerías deberían imprimir y encuadernar libros a demanda, conectándose telemáticamente y en el acto con las editoriales. Es incomprensible que en plena era de Internet siga habiendo títulos inencontrables, agotados o "descatalogados".
Los anaqueles con un número limitado de títulos (a menudo sólo best-sellers) deben ser cosa del pasado. Puede que proporcionalmente poca gente lea, pero los pocos que leen leen mucho (y a menudo libros raros, minoritarios o de culto).
Si ir a la librería fuese sinónimo de salir de allí con el libro (cualquier libro) en el mismo instante, aquéllas estarían mucho más frecuentadas.
Hola, coincido con Javier Ventura. Se disfruta más un cd que la descarga de un archivo mp3. En el cd tienes información, fotos o dibujos que no tienes en el archivo.
ResponderEliminarRespecto de la propuesta de zumo de poesía sobre los libros agotados en papel hay que decir que la mayoría de ellos se encuentran disponibles en formato digital.....y eso sí que me parece que no tiene vuelta atrás por motivos económicos.
Saludos
Hola, Zumo de Poesía. La cuestión de la impresión bajo demanda funciona especialmente bien en el caso de libros autoeditados pero cuando hablas de descatalogados, hay que tener en cuenta que es una cuestión de derechos de autor. Una editorial no puede permitirse pagar determinada cantidad sin tener claros los ingresos. Y no digamos si la librería tiene que asumir el coste de la tecnología que permita imprimir y encuadernar los libros. Las máquinas de impresión "express" que existen actualmente tienen un precio desorbitado que, dificilmente, una librería estándar puede amortizar con la venta de esos libros. Quizá será cuestión de transformar por completo el sector, pero los peces gordos (grandes grupos editoriales, las megadistribuidoras-editoras-vendedoras, superagentes literarios,...) que se están poniendo la botas con el actual modelo no parecen muy dispuestos a hacerlo.
ResponderEliminarGracias por los comentarios: aunque este libro se centra en la piratería en la música, que la hace más portátil, pues prescinde del soporte físico necesario. Hay tanto que hablar sobre este tema. Porque una cosa es que uno sea nostálgico del disfrute al modo "antiguo": remover estantes, ir a casa con la bolsa de la tienda de discos, desprecintarlo, mirar la portada y la funda interior, leer las letras y los detalles de la grabación. Unos preliminares que han desaparecido casi totalmente. Podemos lamentarnos, pero lo veo un lamento estéril. Y soy el primero en sentirlo.
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