Idioma original: inglés
Año de
publicación: 1988
Valoración: Muy recomendable
Cuando un producto cultural, de la naturaleza que sea,
acumula tantas iras, tantas amenazas, tanta violencia soterrada, tanto peligro
latente como esta novela, cuando reúne esa cantidad de detractores, algunos de
ellos con el poder suficiente para llevar a cabo lo que prometieron, es de
suponer que, recíprocamente, disfrutará de admiradores consecuentes que
defiendan y admiren al artista objeto de tanta animosidad. Sobre todo si, como
es el caso, esta no tiene ningún fundamento. Y así suele ser casi siempre: la
literatura y el arte no son responsables de nada, únicamente señalan aquello
que les llama la atención.
Hay otro motivo para asociar Los versos satánicos a la idea de culto, y es que trata de él, precisamente. Al constituir una
crítica, más o menos implícita, de lo que representan las religiones en general
y, en particular, la musulmana, considero que la expresión va como anillo al
dedo a la novela más polémica de Salman Rushdie.
A mí me ha parecido un texto tan hermoso como caótico (en
apariencia), inverosímil, alocado, iconoclasta, tal como apunto más arriba, y
bastante divertido, siempre que consigamos desentrañar unas claves no siempre
al alcance de todos. Y de esto, de su evidente cualidad críptica, surge una
contradicción, porque a la complejidad de los referentes simbólicos se añade
que el relato no es lineal, que alterna realidad con ficción, los personajes
terrenos con los sobrenaturales, que los planos se superponen, que su
verosimilitud depende de las pautas establecidas desde un principio y nunca de
la experiencia del lector, que las huellas del realismo mágico están por todas
partes. Con estas condiciones, no parece probable que influya mucho en una gran
mayoría de fieles. Y si no representa un peligro apreciable, si nadie va a
apostatar después de leer esta novela, aventuro que, quizá, el castigo sufrido -no solo por el autor- se deba fundamentalmente a su audacia, a que constituye
un aviso a caminantes, a la necesidad
de un escarmiento para que, en lo sucesivo, nadie se atreva a embarcarse en una
aventura de esa índole, a plantear preguntas sin respuesta, o mejor, a plantear preguntas cuya respuesta no está fuera sino dentro de ellas mismas.
Admirablemente construida a pesar de su complejidad, debe
mucho –igual que otras de este autor– a Carpentier, García Márquez, al Nabokov
de Ada o el ardor y a la descarada e icónica
ironía de El maestro y Margarita de
Bulgakov, entre otros. Pero quizá la mayor deuda sea la contraída con Kafka, no
olvidemos que a partir de este autor las metamorfosis forman parte de nuestro
bagaje literario, un fenómeno que aquí se produce a menudo. Cito como más
representativas las experimentadas por Gibreel, Ayesha y Saladin.
Los actores Gibrael Farishta (Ángel Gabriel) y Saladin
Chamcha son los únicos supervivientes de un accidente de aviación producido a
consecuencia de un atentado terrorista. El primero, que representa la bondad, y
al que ocasionalmente acompaña una aureola luminosa, padece trastornos de
personalidad que se van agravando con el tiempo. El segundo –que se hace ateo, reniega
de su origen, rompe con su acomodada familia hindú y triunfa en las Islas
Británicas como (proteico) actor de doblaje– experimenta una metamorfosis
diabólica a consecuencia del accidente.
A este plano, de carácter algo más realista, se superponen
realidades fantasmagóricas, personajes de fábula que, como justificación,
acaban convertidos en parte del elenco de películas protagonizadas por los
anteriores. Es el caso de Ayesha, la joven visionaria que, con el loable
propósito de sanar a una enferma incurable e inspirada por Gibrael (en su
faceta sobrenatural), arrastra a su pueblo a una insensata peregrinación rumbo a
La Meca surcando las aguas a la manera de Moisés. Pero Ayesha es también el
nombre de una esposa de Mahoma y en la novela una de las integrantes de un
burdel.
En este intrincado laberinto casi todo tiene su correlato,
sea en episodios históricos o en pasajes del Corán. Se narra el origen de las profecías
de Mahoma despojándolas de su origen divino, la traición de sus rapsodas y
escribanos, la del bíblico Abraham abandonando mujer e hijo en medio del
desierto, se desvelan oscuras decisiones sobre la adopción de divinidades para que
sirvan a intereses políticos.
Sin embargo, y a medida que progresa la acción, las certezas se van diluyendo hasta lograr que los polos opuestos cambien radicalmente de signo. El ángel, en su combate con Mahoma, acaba convertido en
demonio y sus versos se consideran satánicos. En el ámbito terrestre, las
personalidades de los dos protagonistas, con el tiempo, también se invierten. Los
versos satánicos que Saladin recita
cumplen su objetivo de sembrar la discordia, pero la auténtica maldad reside en
su oponente. Finalmente, Rushdie optará por condenar a Gibrael y salvar decididamente a
Saladin.
Aunque de forma sutil, en boca de sus personajes y enredado
entre las diferentes historias, Rushdie manifiesta su pensamiento. Apuesta por
la duda, que considera lo opuesto a la creencia. Defiende la razón en
detrimento de la fe. La poesía es solo un modo de expresar la belleza –y en la
novela hay pasajes muy poéticos– que no debe tomarse al pie de la letra. Los
profetas no existen. Lo verdaderamente dañino es el fanatismo. El racismo es
bidireccional y aparece en todas partes.
Podría seguir.
También de Rushdie: Dos años, ocho meses y veintiocho días
¿Por qué un titulado en Filología Hispánica se permite decir, tan alegremente, que la literatura no es responsable de nada, sin siquiera tomarse el trabajo de explicarle un poco el asunto a los lectores que no tienen las herramientas para desentrañar los mil y un supuestos desde los que se parte para afirmar tal cosa?
ResponderEliminarSi un martillo no es el Martillo, por ejemplo, convengamos en que en cada martillo están todos los martillos. Y el Martillo. Y otro tanto para la literatura. ¿"Apunten, fuego", es literatura? ¿Y los sermones de Vicente Ferrer del siglo XIV que desencadenaron matanzas? ¿Y las cartas de lectores fraudulentas que durante la dictadura argentina justificaban actos de censura contra escritores, obras de teatro o películas? ¿Es literatura Los diarios de Turner o Mi lucha?
A los WASPs les encanta repetir el mantra de que las armas no son responsables de nada, que el responsable es el que aprieta el gatillo. Mira por dónde, el mismo argumento sirve cambiando un arma por un libro.
A mi me pareció una novela maravillosa. Aunque uno sea consciente de que no es capaz de desentrañar cada una de sus claves -y en Los versos hay muchas- eso no impide disfrutarla de principio a fin. Todavía recuerdo esa loca peregrinación encabezada por Ayesha, vestida de mariposas.
ResponderEliminarGracias por traernos este libro, y encima reseñarlo de forma tan brillante.
No he leído los versos, pero sí Joseph Anton, que recomiendo vivamente desde ya mismo. Un librazo.
ResponderEliminarEn cuanto a la frase de la reseña que ha hecho temblar la zona de comentarios, yo digo que la literatura y el arte tienen que ser responsables de agitar cabezas y sensibilidades.
Una cosa es literatura y otra el discurso político, me parece. Una la difamación y otra la literatura. Una la religión y otra la literatura.
Es el Corán literatura? Pues sí, y así me lo he leído yo. Pero para muchos es también otra cosa con la que justificar lo injustificable.
La literatura debería justificarse por sí misma, como el placer.
Y ahora leamos Joseph Anton.
Está bien versos ..... pero el que realmente me fascinó fue Hijos de la medianoche .... Reseñadlo porfa !!!
ResponderEliminarHola a todos.
ResponderEliminarFernando, como muy bien dices, utilizo el término "literatura", y lo hago con toda la intención. Los sermones, órdenes de ejecución etc. no parece que sean muy literarios. Las malas novelas, poemas mediocres, obras teatrales de usar y tirar tampoco las considero literatura. Cuando un texto tiene una serie de cualidades está expresando algo muy profundo del autor y apela a algo muy profundo en los lectores, eso, me parece, se justifica por sí mismo. Pero ni yo soy quien para explicarlo -ya están los teóricos de la literatura para eso- ni este espacio es el adecuado para ello. Se ha escrito mucho, y muy bien, sobre el tema, cada uno tiene que elegir los libros que le cuadren mejor, la wikipedia no sirve para eso.
Carlos, muchísimas gracias. He hecho lo que he podido...
Monsieur Pons, totalmente de acuerdo contigo. Más o menos, venimos a decir lo mismo, cada uno a su manera. No he leído el libro que dices, lo tendré en cuenta.
Anónimo, tengo ganas de leer Hijos de la medianoche, pero a ver cuando le toca.
De Rushdie he leído (hace tanto que no podría reseñarlos) El último suspiro del moro, que me gustó mucho, y lo intenté con Furia pero no era el momento así que tendré que retomarlo.
¡Uf! No sé si va a haber tiempo para tanto.
No me quiero spoilear a mi mismo leyendo toda la reseña antes de leer el libro, pero llegué hasta la parte en donde se reconoce la influencia de Kafka. Recomiendo la lectura de Los Testamentos Traicionados de Kundera. El checo abre un análisis interesante en el que compara la obra de Kafka (en especial El Proceso) con Los Versos Satánicos, aprovechando para defenestrar a Orwell en el camino.
ResponderEliminarHola. Pues sí, dejaste de leer justo en el momento que empezaba a dar pistas. Aunque en este caso no creo que destripen nada. Es como si te cuentan el argumento de Cien años de soledad, aunque sepas de qué va la experiencia de leerlo no cambia, con este pasa lo mismo.
ResponderEliminarEstaría bien que contases qué te ha parecido.
Tomo nota del libro de Kundera.
Saludos