Título original: Contes indiens
Traducción: Xavier Aleixandre
Año de publicación: 1.927
Valoración: Recomendable
Novedades editoriales, polémicas sobre la transgresión, candidatos al Nobel (in)justamente preteridos, escritores malditos, generaciones nocilla. Todo va muy deprisa, miramos al futuro como algo que nos va a atropellar a poco que nos despistemos. Pero, oiga, no me dirán que a veces no es necesaria una pausa, tomar un poco de distancia y ver lo que algunos crearon en tiempos que parecen tan lejanos, algunas cosas que se han olvidado, o casi.
Situémonos en las últimas décadas del siglo XIX. Empieza a brotar una efervescencia creativa que tiene –cómo no- en París uno de sus principales polos. Ahí se gestan diversos movimientos literarios deudores de Baudelaire, que se irían ramificando y formando nuevos ‘ismos’ que buscan siempre ir más allá, mientras se enriquecen (desde un punto de vista artístico, claro), a la vez que se enfrentan entre sí. Simultáneamente, asistimos a la irrupción del impresionismo en las artes plásticas, y ahí tenemos un hervidero de creadores y artistas alimentando las vanguardias que estallarían a principios del siglo siguiente.
Stéphane Mallarmé fue uno de los animadores de ese mundillo cultural, y se dedicaba a lo que era habitual: aparte de escribir sus poemas, organizar tertulias, participar en revistas, discutir, elucubrar, inventar. Don Stéphane era fundamentalmente poeta, y en esa tarea se esmeró en intentar superar las fórmulas conocidas, llegar a los conceptos a través de la forma, navegando entre aquello de la ‘poesía pura’ y el impresionismo aplicado a la literatura.
Parece ser que este señor, en una velada en casa de una amiga, descubrió un libro que contenía viejos relatos indios (de la India), y se decidió a reescribirlos utilizando sus propios recursos estilísticos. No deja de chocar un poco que un parnasiano se dedicase a algo tan romántico como recuperar cuentos orientales; pero bueno, quizá es que Mallarmé había ya abandonado los viejos postulados, o simplemente demostró ser más versátil que dogmático.
Los cuentos que se incluyen en el volumen son todos ellos de temática galante, ya se sabe: príncipes y/o princesas rendidos a la locura del amor, obligados a vencer prohibiciones imposibles dispuestas por dioses o reyes inclementes. Y al final, claro está, la astucia o la magia derrotan a las viejas leyes y al mal que se interpone en su camino. Vamos, argumentos y desarrollo que no desentonarían para nada con los de Las mil y una noches, que reseñamos aquí hace una temporada.
Pero por supuesto un tipo como Mallarmé no se iba a quedar en narrar estas historias de una forma convencional. Así que despliega sus recursos para transformar los sencillos cuentos en algo mucho más potente: la sintaxis salta por los aires, los recursos retóricos se multiplican y, vemos cómo, por ejemplo, los verbos son zarandeados sin compasión, cambiando de un tiempo a otro, o simplemente desaparecen. Los relatos se llenan de matices y los personajes adquieren una relevancia que a buen seguro no tenían, y de esta forma, el ritmo quebradizo y la pincelada impresionista dotan a estas pequeñas historias de una belleza fascinante. Y lo que en principio sólo nos dejaría un suave sensación de misterios antiguos y perfume asiático, acaba empujándonos a releer cada frase para saborear las audacias estilísticas del autor, hasta que el concepto de 'prosa poética' cobra todo su sentido.
No negaré que la lectura requerirá un pequeño esfuerzo, en especial en las primeras páginas. Pero una vez sumergidos en la cadencia a que nos invita Mallarmé, la recompensa llega con rapidez, y disfrutamos de un ejercicio apasionante en la fusión de ese mundo mágico con las musas decimonónicas de una generación inigualable. De verdad que no nos arrepentiremos si dedicamos un rato a estos Cuentos indios: a buen será una experiencia literaria muy diferente a las habituales.
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