Idioma original: francés
Título original: Le capital au XXIe siècle
Traducción: Francisco J. Ramos y Ana Escartín
Año de publicación: 2.013
Nº páginas: 859 (libro+apéndice)
Nº páginas: 859 (libro+apéndice)
Valoración: Muy recomendable (Imprescindible para interesados)
Karl Marx escribió El capital en 1.873, y 140 años después el economista francés Thomas Piketty publica este trabajo, que suscitó gran interés y cierto grado de polémica, no en vano el autor es conocido por sus investigaciones sobre la desigualdad y las grandes fortunas. En realidad, aunque obviamente los dos son libros de economía, el que intentaré comentar hoy no constituye ni una revisión ni una réplica del clásico, con el que apenas coincide en aspectos muy concretos, aunque tampoco excluyo que se haya dejado funcionar el efecto tractor de título tan famoso.
Tras una muy amplia y clarificadora introducción, en las dos primeras partes se pone al lector en antecedentes sobre algunos de los grandes parámetros que definen las magnitudes económicas a nivel internacional: el crecimiento, tanto económico como demográfico, el binomio capital/renta y las relaciones entre rentas del capital y del trabajo –punto en el que se aproxima algo más a algunos de los conceptos trabajados por Marx. Todas estas cuestiones se analizan, interrelacionan y justifican mediante un universo de datos y gráficos, que nos indica a las claras que estamos ante un estudio serio y riguroso, que busca explicaciones globales en que fundamentar la tesis que expone después.
Tiene además la virtud de entroncar con un enfoque histórico-político de muy largo plazo, que no sólo hace la lectura menos árida para el profano, sino que permite una visión integrada de los fenómenos económicos. Incluso se permite recurrir con frecuencia a textos literarios –es especial, Balzac y Austen- para ilustrar algunas situaciones sobre la estratificación social, lo que resulta llamativo y francamente se agradece. Y, por otra parte, se ofrece la posibilidad de ampliar aún más la información, remitiéndose al descomunal material contenido en la página http://www.piketty.pse.ens.fr/fr/capital21c (anexo técnico), buena muestra de cómo compatibilizar un texto en papel con los recursos de la tecnología.
Una vez fijados los conceptos básicos, Piketty entra de lleno en el alma del libro, que no es otra que las desigualdades generadas por el sistema. La idea central consiste en que en la esencia misma del capitalismo se encuentra el mecanismo por el que, en unas condiciones dadas, las desigualdades aumentan de forma cada vez más acelerada. Sin entrar en profundidades, se puede decir que estamos ante el supuesto en que el rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento, una realidad empírica que se cumple históricamente sin excepción. Dicho de otra forma, estamos ante esas estadísticas que periódicamente conocemos por los medios de comunicación, en las que vemos cómo un porcentaje ínfimo de la sociedad posee más de un tercio de la riqueza de un país, a veces incluso mucho más. Y no hablamos ya de dictadores subsaharianos o sátrapas postsoviéticos, sino de élites de Europa occidental y Estados Unidos, es decir, aquí y ahora.
Entrando en este tema, aunque sin abandonar su naturaleza técnica, el tono del libro empieza a cambiar ligeramente. Piketty no se limita a describir sino que se moja con las implicaciones sociales de estas desigualdades desbocadas, y hasta hace detonar algunas valoraciones que dejan claro que no está en la equidistancia:
‘La democracia real y la justicia social exigen instituciones específicas, que no son únicamente las del mercado, y que tampoco pueden limitarse a las instituciones parlamentarias y democráticas formales’
Y, planteado el problema, pasa a buscar soluciones. La única forma de corregir esta deriva –que en términos teóricos puede llevar al infinito, es decir, a la acumulación de todo el patrimonio mundial en manos de un puñado de individuos- reside en medidas fiscales y de control del capital. Las propuestas son a grandes rasgos 1) Un impuesto sobre la renta limpio de las exclusiones por las que se escapan las grandes fortunas, y recobrando la potente progresividad que ha perdido en las últimas décadas 2) Un modelo de tributación sobre el capital a nivel mundial, que el propio autor reconoce utópico a corto plazo, pero deseable como objetivo 3) El fin de los paraísos fiscales y de la opacidad sobre datos bancarios (vaya, una cosa que resulta, desde luego, de la máxima actualidad).
Es decir, que a lo largo de las casi 800 páginas (y miles de datos complementarios ofrecidos on line) se pone números, fechas y ubicación a esas intuiciones populares del tipo ‘los ricos son cada vez más ricos’, o a las informaciones, parciales y a veces poco rigurosas, que los medios transmiten de cuando en cuando y que aceptamos con desinterés y cierta resignación (estadísticas, datos de ONGs, listas Forbes). Pero se trata de realidades, muchas veces de magnitud más escalofriante aún de lo que pensamos, que tienen su origen en el propio sistema, y que son corregibles si hay voluntad para ello.
Es por tanto un imponente trabajo técnico, pero que no rehúye un importante grado de compromiso con el objetivo de combatir este desenfreno en las desigualdades, socialmente inaceptable. A nivel lector, tampoco nos olvidemos de que estamos ante un libro de economía, pero se advierte en él la voluntad de mantenerse más o menos cerca del gran público, adquiriendo así un cierto tono divulgativo que quizá los especialistas considerarán excesivo. Y si, aun sin perder el rigor, puede albergar la intención de provocar cierto debate, de ninguna manera es algo que se le pueda reprochar, porque aún queman los rescoldos de la crisis iniciada en 2.007, y no están tan lejanos los días en que los dirigentes políticos clamaban, presa del pánico, la necesidad de ‘refundar el capitalismo’.
Así que, si nos interesa indagar en este fenómeno económico que define nuestra sociedad en el principio del siglo XXI, el esfuerzo bien merece la pena.
He tenido el placer de leerlo (en mi caso, en francés). Coincido con el autor del post en que se puede estar de acuerdo o no con el planteamiento de Piketty (especialmente cuando plantea el establecimiento de impuestos sobre el capital de modo concertado a escala internacional, al final del libro) pero no se puede negar que estamos ante una magna obra que puede leer cualquier persona con curiosidad en las áreas de economía, historia y política.
ResponderEliminarDesde luego, el libro impresiona por su rigor y claridad, y no se limita a constatar datos sino que ofrece alternativas que, en mi humilde opinión, van por el buen camino. Y quizá conviene insistir en que, a pesar del volumen, resulta bastante asequible para cualquier lector.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aportación. Saludos.
Excelente reseña, Carlos.
ResponderEliminarEl libro apetece, la verdad. Logras convencerme de que su temática y volumen no son agentes disuasorios.
Una pequeña reflexión: resulta desasosegante que todos los partidarios de la igualdad hablen de cambios cuya implantación no daría resultados verdaderamente satisfactorios hasta un futuro lejano. Sé que así es como ha progresado siempre la Humanidad, lentamente y con mucha tesón, pero ahora que hemos visto que el Progreso es un mito que no hay que dar por sentado, esta aproximación se me antoja insuficiente... Sea como fuere, creo que coincidiría a grandes rasgos con las ideas de Piketty.
Claro, Oriol, la clave está en las soluciones, porque el diagnóstico de la situación de desigualdad yo creo que nadie lo cuestiona. Y las soluciones propuestas, tanto por Piketty como por otros muchos teóricos, siempre son, como tú dices, a largo plazo.
ResponderEliminarHabría que ver si alguien se atreve a plantear cosas diferentes, cambios reales en el sistema que de verdad ateren las cosas y no caigan en recetas caducas. Difícil, eh? No sé si es que nadie es capaz de formular algo así o que lamentablemente hay que resignarse a que no existe
Saludos, colega.
¡Hola, de nuevo, compañero!
ResponderEliminarEn cuanto al diagnóstico sobre la desigualdad, te diría que no creo que sea tan unánime como nos gustaría pensar a algunos. Escucho a menudo reivindicaciones obscenas de la misma, gente legitimándola pese a sus consecuencias negativas...
Asimismo, conozco a pensadores que abogan por la extinción pacífica y voluntaria de la especie. Eso, combinado con una redistribución de la riqueza más justa durante las últimas generaciones humanas, sería una buena opción cortoplacista. Aunque entiendo que es utópica y que, probablemente, jamás se logrará implementar.
Gracias por el estimulante debate.