Título original: Glanbeigh
Año de publicación: 2015
Traducción: Celia Filippetto
Valoración: muy recomendable
Nada más lejos del Dublín del año 2005, del de los espectaculares beneficios fiscales para que multinacionales de todas partes establecieran servicios centrales, domicilios sociales, centros contables y back-offices sembrando Irlanda de billetes y puestos de trabajo. Glanbeigh está a unos 200 km. o así (difícil situar un pueblo imaginario), pero la distancia, en 2014, es estratosférica. Y esa distancia parece que sea cuesta abajo. Difícil, no rememorar la hondonada de Ray Pollock, pero lejos de los bosques de hoja caduca de Ohio, la verdor del condado de Mayo no parece presagiar nada mucho mejor.
Así que vayan saliendo por la puerta aquellos que esperen aquí glamour y sofisticación, porque, afortunadamente, no los van a encontrar aquí. Los personajes que nos presenta Colin Barrett son un grupo bastante heterogéneo en cierto aspecto. Su distancia del desastre más absoluto y la velocidad con la que se precipitan hacia él. Leo por ahí, "pasan demasiado tiempo en el pub". La existencia no parece muy excitante ahí y qué otro remedio que matar el día trasegando cerveza pagada con alguno de los subsidios de los que van malviviendo.
Y esa mortecina abulia tiene más efectos colaterales, no se vayan a creer. Los clásicos cuando la gente ha de buscarse la vida en un mundo que, a unas horas en coche o a unos clicks tiene una mala digestión de consumismo y exceso de endeudamiento. Trapicheos, pequeña delincuencia, embarazos no deseados, infidelidades, reyertas, crímenes casi sin querer, ajustes de cuentas, todo un desastre que es modesto y cutre hasta en su desarrollo. Uno se teme que esos tipos ni siquiera pueden hacer tropelías a lo grande. Que sus gestas merecerán, como mucho, cuatro líneas atropelladamente escritas en un periódico local. Como si todo fuera de poca monta. Criminales y víctimas, carne de cañón de esa Eurozona que iba a ser la panacea y no resiste una crisis que amenaza con resquebrajarla. Qué Unión Europea ni qué narices. Para lo que sirve, Para que Glanbeigh pueda ser cualquier pueblo europeo de esos que son escrupulosamente eludidos por las guías de viajes y las rutas de los autobuses turísticos, Uno de esos agujeros sucios y deprimentes que uno contempla desde el cielo, justo cuando tu avión empieza a aproximarse al aeropuerto de destino. Unos cuantos relatos con algunos personajes ligeramente coincidentes, todos ellos ya perdedores o futuros perdedores. Si Tom Waits fuera irlandés, pondría alguno de ellos en la portada de sus discos.
Y esa mortecina abulia tiene más efectos colaterales, no se vayan a creer. Los clásicos cuando la gente ha de buscarse la vida en un mundo que, a unas horas en coche o a unos clicks tiene una mala digestión de consumismo y exceso de endeudamiento. Trapicheos, pequeña delincuencia, embarazos no deseados, infidelidades, reyertas, crímenes casi sin querer, ajustes de cuentas, todo un desastre que es modesto y cutre hasta en su desarrollo. Uno se teme que esos tipos ni siquiera pueden hacer tropelías a lo grande. Que sus gestas merecerán, como mucho, cuatro líneas atropelladamente escritas en un periódico local. Como si todo fuera de poca monta. Criminales y víctimas, carne de cañón de esa Eurozona que iba a ser la panacea y no resiste una crisis que amenaza con resquebrajarla. Qué Unión Europea ni qué narices. Para lo que sirve, Para que Glanbeigh pueda ser cualquier pueblo europeo de esos que son escrupulosamente eludidos por las guías de viajes y las rutas de los autobuses turísticos, Uno de esos agujeros sucios y deprimentes que uno contempla desde el cielo, justo cuando tu avión empieza a aproximarse al aeropuerto de destino. Unos cuantos relatos con algunos personajes ligeramente coincidentes, todos ellos ya perdedores o futuros perdedores. Si Tom Waits fuera irlandés, pondría alguno de ellos en la portada de sus discos.
Pocas veces narrar las consecuencias del aburrimiento ha resultado tan estimulante.
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