Año de publicación: 2015
Valoración: muy recomendable
En un principio, no parece que Nacho Carretero vaya a ser el Roberto Saviano gallego. Eso espero, en lo que concierne a la amenaza constante, al miedo, a la sentencia de muerte en vida que supone el saberse objeto potencial de una represalia. Ello debería alegrarnos en cuanto a que el talante de ciertas redes de delincuencia sea un poco menos violento, un poco menos vengativo o, vaya usted a saber, un poco más comprensivo con la urgencia de la labor periodística.
Labor ingente, por cierto. En Fariña (vocablo gallego para "harina", y una de las múltiples expresiones que aluden a la cocaína), Carretero efectúa un exhaustivo (aunque, en el fondo, el mundo descrito parece inabarcable) recorrido por todo lo relacionado por el narcotráfico en Galicia. El ilustrativo fajín que adorna el libro lo aclara: Historia e indiscreciones del narcotráfico en Galicia. Y la cosa no puede ser más explícita. Carretero se ahorra valoraciones a lo largo de ese extenso camino; como buen periodista se limita a desgranar hechos, a relacionarlos uno a uno, a dejar que ese goteo cause efecto en el lector, a remarcar los regresos a primera plana de algunos protagonistas, a establecer sus vínculos (acertada mención a García Márquez, esto va de sagas, de clanes) y a esperar, paciente, que la realidad se visualice.
Recuerdo, años atrás, cuando prácticamente cualquier comercio despachaba tabaco, que solía darse a elegir entre el tabaco "legal" y el de contrabando. Ignoro si esa diferencia se notaba en algo al margen del precio, pero aquellos paquetes que carecían del preceptivo sello abonando los correspondientes impuestos iban de mano en mano entre aquellos que fumaban de entre mi entorno. Ese tabaco entraba, en su mayoría, a través de las costas gallegas. Galicia, dice Carretero en los primeros párrafos, dispone de una gran cantidad de kilómetros que dan al mar. En playas y costas, pero también en intrincadas rías de complicado acceso. Allí se efectuaban las "descargas", operaciones minuciosamente planificadas y rápidamente ejecutadas, rapidez relativamente necesaria, pues Carretero dibuja un panorama de permisividad absoluta, cuando no colaboración retribuida, por parte de fuerzas de seguridad locales y estatales, autoridades, políticos, empresarios, vecinos, familiares y toda la pléyade de "agentes" que deberían hacer cumplir las leyes o colaborar en su cumplimiento, y no.
Porque la sociedad que describe Carretero es una sociedad que ha asimilado el contrabando como algo normal, como una industria en que sustenta su economía, como un negocio que hay que preservar y defender usando todos los mecanismos a su alcance. Cuando se pasa del tabaco al hachís o a la cocaína, simplemente se está dando una vuelta de tuerca más, se está trocando riesgo por rentabilidad, se está tratando con otros socios, los carteles colombianos, más peligrosos y exigentes, por lo que hay que demostrar rigor y profesionalidad. Curioso el énfasis del autor en la seriedad de los clanes gallegos en la ejecución de su función. Cuando trafican, escrupulosos, cuando transportan, cumplidores y meticulosos, cuando simplemente usan esas formidables lanchas para descargar los barcos, rápidos y seguros. El arraigo y la respetabilidad, la normalidad, se muestran de las formas más variadas. Niños que quieren ser contrabandistas, como sus padres, vecinos que facilitan cobijo en momentos difíciles, narcos que se consideran a sí mismos como honrados y ejemplares, mujeres de narcos que se quejan de que la ciudad se ha llenado de yonkis...
Se lee casi de un tirón y no escatima diatribas a políticos, autoridades mal coordinadas o directamente pasivas, inhibición del gobierno central, el consabido laissez faire que se va de las manos, hasta que, porque los hay, aparecen los cadáveres, los ajustes de cuentas, las desapariciones, los cambios de bando, y una sordidez que no por no ser siciliana sino gallega, deja de ser sordidez. Gran libro, sí señor.
Recuerdo, años atrás, cuando prácticamente cualquier comercio despachaba tabaco, que solía darse a elegir entre el tabaco "legal" y el de contrabando. Ignoro si esa diferencia se notaba en algo al margen del precio, pero aquellos paquetes que carecían del preceptivo sello abonando los correspondientes impuestos iban de mano en mano entre aquellos que fumaban de entre mi entorno. Ese tabaco entraba, en su mayoría, a través de las costas gallegas. Galicia, dice Carretero en los primeros párrafos, dispone de una gran cantidad de kilómetros que dan al mar. En playas y costas, pero también en intrincadas rías de complicado acceso. Allí se efectuaban las "descargas", operaciones minuciosamente planificadas y rápidamente ejecutadas, rapidez relativamente necesaria, pues Carretero dibuja un panorama de permisividad absoluta, cuando no colaboración retribuida, por parte de fuerzas de seguridad locales y estatales, autoridades, políticos, empresarios, vecinos, familiares y toda la pléyade de "agentes" que deberían hacer cumplir las leyes o colaborar en su cumplimiento, y no.
Porque la sociedad que describe Carretero es una sociedad que ha asimilado el contrabando como algo normal, como una industria en que sustenta su economía, como un negocio que hay que preservar y defender usando todos los mecanismos a su alcance. Cuando se pasa del tabaco al hachís o a la cocaína, simplemente se está dando una vuelta de tuerca más, se está trocando riesgo por rentabilidad, se está tratando con otros socios, los carteles colombianos, más peligrosos y exigentes, por lo que hay que demostrar rigor y profesionalidad. Curioso el énfasis del autor en la seriedad de los clanes gallegos en la ejecución de su función. Cuando trafican, escrupulosos, cuando transportan, cumplidores y meticulosos, cuando simplemente usan esas formidables lanchas para descargar los barcos, rápidos y seguros. El arraigo y la respetabilidad, la normalidad, se muestran de las formas más variadas. Niños que quieren ser contrabandistas, como sus padres, vecinos que facilitan cobijo en momentos difíciles, narcos que se consideran a sí mismos como honrados y ejemplares, mujeres de narcos que se quejan de que la ciudad se ha llenado de yonkis...
Se lee casi de un tirón y no escatima diatribas a políticos, autoridades mal coordinadas o directamente pasivas, inhibición del gobierno central, el consabido laissez faire que se va de las manos, hasta que, porque los hay, aparecen los cadáveres, los ajustes de cuentas, las desapariciones, los cambios de bando, y una sordidez que no por no ser siciliana sino gallega, deja de ser sordidez. Gran libro, sí señor.
Qué bueno Francesc. No lo conocía pero tiene muy buena pinta y, siendo fan de Saviano, no puedo dejarlo pasar. Lo apunto en la lista de pendientes.
ResponderEliminarSaludos
Buenísima reseña, como siempre.
ResponderEliminarUn lujo leer a Francesc.
Saludos!
Bastante mejor escrito que Gomorra
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios y perdón por el retraso en contestar. La vida moderna es dura. Es un poco difícil no establecer el paralelismo, pero diría que Saviano enfoca más el lado de denuncia, y Carretero informa y deja que cada uno concluya.
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