Título original: Idiopathy
Año de publicación: 2013
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Valoración: entre recomendable y está bien
Aclaración para quien pueda preguntárselo: el término "idiopatía", que da titulo al libro, no tiene nada que ver con la idiotez. Es el término científico que se refiere a una enfermedad o infección de causa desconocida, y en esta novela hace alusión, en primer lugar, a una epidemia denominada "trance idiopático bovino" (una especie de mal de las Vacas Locas 2.0... No, tampoco es que se haya comido mucho el tarro, el amigo Byers...), que vuelve memo al ganado -al final va a resultar que la palabreja sí que hace referencia a la idiotez- y obliga a sacrificarlo.
Claro que título y epidemia no dejan de constituir una metáfora evidente de lo que les ocurre a los protagonistas de la novela: un trío de amigos treintañeros que se reúnen, después de un tiempo sin verse, cuando uno de ellos sale del centro psiquiátrico donde ha recibido tratamiento. Los tres, cada uno por sus razones, parecen sufrir una "idiopatía" que les impide ser felices: el que ha recibido tratamiento psiquiátrico, Nathan, porque arrastra un pasado politoxicómano que le condujo -en apariencia- hasta la autolesión. Los otros dos, Katherine y Daniel, que han sido pareja hasta un año antes, porque desde la separación se han embarcado en relaciones desquiciantes (ella) o simplemente aburridas (él). Se supone, además (por lo que he leído en las reseñas e incluso entrevistas con el autor que he consultado) que esta novela hace un retrato generacional de los llamados "millenials"; es decir, los que ahora tienen treinta y tantos, camino de los treinta y bastantes... La verdad, más allá de la adscripción de protagonistas y autor del libro a estas edades, yo no veo que se trate de un retrato generacional... Es más, las palabras que aparecen en la novela que más podrían inducirnos a considerarla como tal, las del padre de uno de los personajes a su hijo, diciéndole que pertenece (el hijo) a una generación de eternos adolescentes que lo han tenido todo, suenan como las que habrán pronunciado todos los padres a sus hijos desde los tiempos de los sumerios, como poco...
La novela, más bien, oscila entre una versión destroyer de la "chick-lit" (Katherine recuerda a una Bridget Jones pasada de vueltas), un estudio de penetración psicológica en los personajes -a veces excesiva- y un vodevil romántico. Y una novela de humor, por supuesto. Porque si de los párrafos anteriores alguien ha deducido un dictámen negativo sobre este libro, que sepa que no es así... y no lo es, sobre todo (aparte de la competencia literaria de Byers, muy ágil en los diálogos y magnífico en el empleo de la narración subjetiva) por la evidente vocación humorística que despliega su autor: utiliza la ironía, más o menos acerada, cuando trata a los personajes principales y directamente la sátira cuando muestra el entorno en el que se desenvuelven. Una sátira que acierta siempre en el blanco con suma eficacia, aunque también es cierto que los blancos no dejan de ser bastante facilones: las viscosas relaciones entre compañeros de oficina, la horterez de la clase media inglesa, el despropósito de los libros de "superación personal", los siempre risibles ecologistas y pijoflautas (aquí el que usa la ironía soy yo: que nadie se ofenda)... Elementos todos que le permiten a Byers lucirse y a sus lectores pasar un buen rato, aun teniendo la sensación de que este libro no llega a la altura de los mejores logros de la tradición satírica británica... ¿Quizá porque, al fin y al cabo, no deja de ser una historia romántica para un público que no admitiría nunca que le gustan las historias de ese tipo? ¿O porque para que una sátira sea realmente efectiva tiene que reírse, en primer lugar, de quien la perpetra, y aquí la generación de Byers (vale, ya sé que me contradigo con lo que he escrito antes...) no sale tan mal parada, después de todo?
En todo caso, y para finalizar, Idiopatía resulta ser una novela entretenida y hasta divertida, menos esclarecedora sobre las circunstancias y dinámicas de cierta juventud-cada-vez-menos-joven de lo que pueda parecer en un principio, pero apreciable. Aunque el hecho de que el personaje por el que, al final, uno llega a sentir más empatía sea el drogota autodestructivo debería hacerme reflexionar, como lector. Supongo.
Me parto de risa con esta reseña; te robo lo de pijoflautas.
ResponderEliminarHola Manuela:
ResponderEliminarTranquila, que la palabra no tiene copyright... y además creo que yo también se la robé a alguien... ; )
Un saludo y gracias por tu comentario.