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lunes, 26 de octubre de 2015

Sandrone Dazieri: No está solo

Resultado de imagen de no esta solo dazieriIdioma original: italiano
Título original: Uccidi il padre
Año de publicación: 2014
Valoración: Está bien


Me produce auténtica repugnancia cualquier relato, cinematográfico o del tipo que sea, que utilice a menores para producir morbo. A este llegué sin saber muy bien de qué iba y, en realidad, –advierto con toda la intención– no existe, ni en primer ni en segundo plano, ningún contenido escabroso. Pero la sospecha se mantiene durante toda la novela y aunque finalmente nos enteramos de que no van por ahí los tiros, el hecho de que se mantenga –creo que deliberadamente– esa idea en la mente del lector me molesta y mucho.

Una familia decide pasar un día en el campo. Horas después, el padre aparece en la carretera desorientado, fuera de sí, con un desaliño propio de alguien que no está en sus cabales, sin saber dar razón de lo ocurrido. Cuando se encuentra el cadáver de la esposa y se confirma la desaparición del niño, es considerado presunto autor de los hechos y se le arresta sin más. Este es el punto de partida de una trama que, más que policíaca, debe calificarse de thriller. Aunque con todos sus inconvenientes, muy pocas de sus ventajas y algunas pretensiones que se quedan en eso.

En cualquier serie televisiva, –que es a lo que se asemeja, nada que ver con los clásicos del cine– una acción trepidante agiliza el relato, pero eso mismo expresado en palabras convierte las escenas en tediosas descripciones de actos irrelevantes, que al acompañarse de insustanciales diálogos convierte al conjunto en un puñado de gestos vacíos. Porque, mientras una y otra vez –sin aportar absolutamente nada al argumento– Dante enciende cigarrillos y Colomba sufre crisis de ansiedad, el destino de los niños, el modus operandi del crimen, las peripecias y el proceso psíquico que atraviesa el verdadero responsable o la relación entre los miembros de la banda desde esa lejana fecha de su pasado militar quedan en la zona de sombra, de forma que las cerca de 600 páginas reflejan una acción intrascendente y lenta. Se encuentran, además, repletas de tópicos que alguna vez acuñó la literatura, recogió luego el cine y ahora mismo son patrimonio de los telefilms más mediocres: investigadores curtidos pero traumatizados, escépticos, poco ortodoxos, retadores y rebosantes de conflictos privados. Aburre tanto verlos una y otra vez que pasamos enseguida a otra cosa, y hasta dejamos de preguntarnos qué motivo induce a los autores a seguir poniendo semejantes artefactos en marcha.

El tempo literario, su adecuado manejo, es uno de lo índices fundamentales para medir la calidad de una obra. En el último cuarto de la novela, cuando tiene que preparar el desenlace, justo cuando se arresta al famoso Alemán y para compensar el tiempo perdido en detalles irrelevantes, el narrador comienza a dar las explicaciones pertinentes a todo gas, con poca elaboración previa.

Hasta la elección del punto de vista me parece poco afortunada. No creo que la omnisciencia resulte apropiada para este formato en concreto, pues eso de entrar en los pensamientos y sentimientos de todo el mundo presta un aire bastante irreal a cualquier narración de intriga. Quizá en otros relatos más cinematográficos no importe, pero si aparte de la acción existe tanta introspección, tanto análisis psicológico, sería más acertado expresarlo a través de una sola mirada, o de varias, alternativamente.

Las personalidades no son muy verosímiles. Cuatro rasgos mal escogidos componen un estereotipo, no un individuo con visos de existir. Rovere, sin ir más lejos, a quien se idealiza para convertirle en el héroe que se sacrifica altruistamente, y que no hay quien se crea como podemos ver en esta hipérbole:
“Rovere estaba dispuesto a pasar por un trepa envidioso y mezquino, con tal de implicarla en aquello. Si no hubiera muerto, Colomba habría abandonado el juego, pero ahora sabía que debía recoger su herencia, por muy pesada que esta fuera.”
Todo muy aleccionador, sí.

La figura de Rovere se sublima al morir se mitifica, adquiere connotaciones paternas. Un padre contra otro, el dios malo contra el bueno, que pierde su debilidad al morir y pasar a un plano supra-terreno. Pero este tipo de explicaciones dan todo masticado al lector en lugar de presentarlo directamente para que este saque sus conclusiones.
“Colomba había perdido a su padre cuando era pequeña a causa de un infarto y siempre se había sentido atraída por las figuras masculinas fuertes, que de algún modo ocuparan su lugar.”
Claro que, el apelativo Padre, así con mayúsculas, en nuestra cultura está reservado a dios y solo a él. Se trata de una treta ingeniosa para imprimir su omnipotencia en nuestra mente. El Padre es el dios que todo lo puede. Primero solo lo cree Dante, pero transcurridas unas cuantas páginas nadie lo duda, no solo los personajes, hasta el lector ha llegado a convencerse. Por fin, un poco después del ecuador, Dazieri aborda su figura directamente y no a través de las conjeturas del reparto.

Uno de los aciertos más destacables es ese: el progresivo convencimiento que imprime en el lector acerca de su existencia; pasamos de la absoluta incredulidad a la duda y luego a una certeza sin fisuras que incluso olvida haber cuestionado alguna vez el asunto.  O que todo el proceso se realice al compás de los personajes. O algunos giros argumentales sorprendentes. O que esa relación tan tópica, la de Colomba y Dante, no se concrete finalmente en nada. Pero lo que considero el plato fuerte es la temática: corrupción, asociación ilícita, traumas infantiles, el crimen reiterado con la excusa de hacer avanzar la ciencia, la psicopatía en su vertiente de dominio absoluto de personas y otras muchas cuestiones igual de relevantes.

El resultado es una obra entretenida con altas dosis de intriga y un conjunto de retratos –interesantes aunque con un punto incoherente– que habría podido alcanzar altas cotas si Dazieri, tras construir la complicadísima trama, se hubiese molestado en pulirla.

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