Año de publicación: 1626
Valoración: Imprescindible
Quevedo
nunca admitió la autoría de la obra por la que es más conocido, aunque sí
reivindicó con orgullo ser el padre de la hoy olvidada Vida del
bienaventurado Tomás de Villanueva. Si hay quien opina que fue por evitar
problemas con la censura, creo que se debería, más bien, a que en el canon
literario de su época era una obra considerada baja, tanto por los
personajes que intervienen como por sus acciones, que distan mucho de ser
sublimes, del mismo modo que el autor del Lazarillo calificaba su libro
de “nonada en grosero estilo” y tampoco lo firmó. Se considera obra de
juventud, aunque algún crítico dice que semejante perfección sólo puede ser
obra de un autor maduro.
El
segoviano Pablos es el hijo de un ladrón y una hechicera al que sus padres
envían a una escuela ― costumbre entonces más extendida de lo que ahora se cree ― y allí conoce al hijo de un
caballero y, desde ese momento, decide que quiere ser uno de ellos y hará lo
posible por conseguirlo. En su intento de alcanzar la nobleza, aunque sea
fingida, se topará con todos los tipos de su época, que, con las correcciones
necesarias, vendrían a ser los de todas las épocas. A todos despedaza sin
piedad y aunque alguno ha dicho que se salva la nobleza, lo cierto es que sólo
se salva de sus pullas, pero su antiguo compañero de escuela queda retratado en
la poca virtud de sus acciones. En cada época hay asuntos vedados, hoy día no
se puede caricaturizar a la monarquía del mismo modo que al resto de los
mortales, como bien supieron en sus carnes los dibujantes de El Jueves.
¿Qué
destacar de este libro magnífico? La sátira es tan perfecta que uno de los
criticados, Luis Pacheco de Narváez, que escribía libros para aprender esgrima
en casa, se sintió tan ofendido que de ahí hasta su muerte se convirtió en enemigo mortal de Quevedo y llegó a denunciarle a la Inquisición cada vez que se le
presentaba la oportunidad. La finura de las observaciones, como cuando dice del
soldado fanfarrón que “cuando hablaba a los de Flandes decía que había estado
en la China y a los de la China, en Flandes” o llama “músicos de uña” a los
prestamistas de la Corona. Y sobre todo, el dominio absoluto del lenguaje unido
a una inteligencia portentosa, de forma que habiendo materia en cada página
para reír a gusto, también la hay para pensar, porque un libro puede ser serio
y terriblemente divertido a la vez, y este es uno de los mejores ejemplos.
Borges,
gran lector, adoraba a Quevedo, del que decía que era un continente.
Andrés Trapiello no ahorra sus desprecios hacia don Francisco. Que cada quién
juzgue...
Firmado: Pedro
el Negro
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