Idioma original: inglés
Título original: The rage
Año de publicación: 2011
Traducción: Damià Alou
Valoración: muy recomendable
Llamadme superficial, pero os he de decir que me encantan los libros de Sajalín, para empezar, como objetos. Una estética espartana pero terriblemente atractiva. Me gustan mucho. Seré un papanatas, insisto, pero mirad esa imagen de la portada, en sobrio blanco y negro, pero, eh, la moto es moderna, los tipos van con sudaderas. Llevas el libro en la mano, lo abres en el aeropuerto, ese tacto contundente te hace sentir bien, y, mejor todavía, no engaña para nada. Para nada. Estética de marca, dicen los pesados de marketing, tipos enamorados de su oficio de editores, dice este pesado que firma más abajo. Pero claro, toda esta perorata esteticista no se sostendría si al abrir las páginas los textos no fueran lo abrumadores que es, por ejemplo, La furia, novela negrísima escrita por un periodista irlandés y premio no sé qué del año 2012; perdonadme, ahora no estoy para acordarme de nombres de premios, ni falta que hace.
Porque la historia en La furia me distrae, horas después de haber acabado la novela, de estas cosas. Tenemos muchas historias que confluyen, pero digamos que identificamos un protagonista: Vincent Naylor, matón de la peor estopa, tipo de esos a los que es mejor no cruzarse, pendenciero capaz de enzarzarse en una pelea por una mirada, pero que se convierte en una especie de anti-héroe cuando, a consecuencia de uno de esos trabajos en que todo se tuerce, su hermano muere tiroteado por un policía. Cuando llegamos a ese punto, más o menos a mitad de la novela, Kerrigan ha sido capaz de explicarnos con mucha habilidad el escenario de desarrollo de la trama. Una Irlanda rescatada, una Irlanda que se despierta del sueño de ser el país que atraía colosales inversiones por sus ventajas fiscales, y cuyo despertar, claro, es brusco y desagradable. El despertador de la realidad resuena con fragor. Recortes, paro, escándalos relacionados con banqueros y políticos corruptos que van surgiendo uno tras uno. Eh. He dicho Irlanda. También, porque La furia es una novela sobre círculos criminales, antiguos asesinatos no resueltos, cabos sueltos y coincidencias en las que la intuición no deja creer. Periodistas justicieros, policías atrapados entre complicadas balanzas de favores recibidos y pendientes, integrismo católico, novias ocasionales, traiciones y delaciones. Insisto: cómo Kerrigan esparce los detalles de la situación coyuntural es tan sutil como brillante. Porque el lector lo comprende todo. O sea, comprende que muchos de los actores de la trama tienen que reubicarse, tienen que cambiar su actitud ante los cambios del mundo que les rodea. Así que el policía veterano empieza a ver como sus arrebatos de intuición chocan con la limitación de recursos. El periodista ve puertas cerrarse tras la verdad, la monja quiere escapar de un turbio pasado, los propios círculos criminales parece que tienen que volver a sus antiguas pautas. Y la novela se desarrolla, y vemos las calles y los barrios, los bloques de viviendas sin vender, y en esas, la novela traspasa esas barreras de género que a otras las encorsetan, pero que a esta le ajustan como un guante.
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