Idioma original: inglés
Título original: The Little Red Guard. A Family Memoir
Año de publicación: 2012
Traducción: Juan Castilla Plaza
Valoración: muy recomendable
La casualidad, y no el feng shui, reordena mi estricta lista de lecturas de manera que leo a Wenguang Huang, escritor chino que escribe en inglés, a continuación de Tao Lin, de nacionalidad USA y estrella de internet. Y lo poco que tienen que ver el uno con el otro. Bueno, ¿por qué habrían de tener algo que ver? esa mentalidad nuestra tan arraigada que nos impide discernirlos de sus sacrificadas vidas tras mostradores de bazares y barras de bares de toda la vida que parecen capaces de prescindir de una persiana que bajar. Sí, señores, estamos cargados de preconcepciones y China es un enorme e inabarcable país cuyo misterio preferimos no desentrañar, o, mejor dicho, nos resulta mucho más cómodo.
Título original: The Little Red Guard. A Family Memoir
Año de publicación: 2012
Traducción: Juan Castilla Plaza
Valoración: muy recomendable
La casualidad, y no el feng shui, reordena mi estricta lista de lecturas de manera que leo a Wenguang Huang, escritor chino que escribe en inglés, a continuación de Tao Lin, de nacionalidad USA y estrella de internet. Y lo poco que tienen que ver el uno con el otro. Bueno, ¿por qué habrían de tener algo que ver? esa mentalidad nuestra tan arraigada que nos impide discernirlos de sus sacrificadas vidas tras mostradores de bazares y barras de bares de toda la vida que parecen capaces de prescindir de una persiana que bajar. Sí, señores, estamos cargados de preconcepciones y China es un enorme e inabarcable país cuyo misterio preferimos no desentrañar, o, mejor dicho, nos resulta mucho más cómodo.
El pequeño guardia rojo es una fascinante narración autobiográfica de un autor de esos que, generacionalmente, ha quedado a caballo entre la China de línea dura, la de Mao y su sangrienta revolución cultural, y la de hoy, entregada de forma manifiesta al capitalismo y con la quinta marcha puesta para seguir siendo la fábrica del mundo.
Wenguang Huang nos habla de la historia de su familia, una familia cuyo peso acarrea Padre (solo una vez se mencionará su nombre real) que, como único pariente varón vivo, asume la responsabilidad de seguir con la tradición secular de hacerse cargo, con un enorme plazo de previsión, de todo lo concerniente a la muerte de Abuela. Una cuestión que recorre toda la narración, de forma tragicómica. ¿O no lo es, que el Wenguang niño se vea obligado a dormir al lado del ataúd, preparado para el momento? Debido al férreo control político y a las estrictas condiciones encaminadas a erradicar toda tradición que se considere contrarrevolucionaria, la vida de Padre, que intenta mantener el equilibrio entre sus obligaciones familiares y sus obligaciones con el Partido.
Una narración a ratos triste y sórdida, casi opresiva ante la certeza de que lo que cuenta el autor no se ha exagerado en lo más mínimo. Depuración, delaciones, miseria, choque mal resuelto de mentalidades, una crueldad que se blande en nombre de la igualdad y que, a veces, nos incomoda. Pues tan justo es equilibrar el reparto de la riqueza como incómodo respaldar que este reparto se haga a base de incautaciones y represalias indiscriminadas. Si es que no sabemos lo que queremos. La crueldad del maoísmo, decisión tras decisión encaminada a erradicar burguesía, capitalismo, especulación, sentido de lo privado, aquí se manifiesta de formas variadas. No nos gusta un pelo. No le vemos grandes diferencias con el otro extremo. Como en todos lados. Una jerarquía beneficiada y ajena a las penurias que atraviesa la mayoría. Un control de la información, un sesgo constante de las evidencias que caen por su peso y no convienen a la finalidad común. Y la apertura que ya conocemos, una apertura más hacia la cartera que hacia el corazón de Occidente.
Mucho más que un ejercicio de exotismo perfectamente escrito, más bien una guía que nos permite asomarnos, un poco, a la mentalidad de prácticamente uno de cada cinco habitantes que nos acompañan en en este planeta.
Wenguang Huang nos habla de la historia de su familia, una familia cuyo peso acarrea Padre (solo una vez se mencionará su nombre real) que, como único pariente varón vivo, asume la responsabilidad de seguir con la tradición secular de hacerse cargo, con un enorme plazo de previsión, de todo lo concerniente a la muerte de Abuela. Una cuestión que recorre toda la narración, de forma tragicómica. ¿O no lo es, que el Wenguang niño se vea obligado a dormir al lado del ataúd, preparado para el momento? Debido al férreo control político y a las estrictas condiciones encaminadas a erradicar toda tradición que se considere contrarrevolucionaria, la vida de Padre, que intenta mantener el equilibrio entre sus obligaciones familiares y sus obligaciones con el Partido.
Una narración a ratos triste y sórdida, casi opresiva ante la certeza de que lo que cuenta el autor no se ha exagerado en lo más mínimo. Depuración, delaciones, miseria, choque mal resuelto de mentalidades, una crueldad que se blande en nombre de la igualdad y que, a veces, nos incomoda. Pues tan justo es equilibrar el reparto de la riqueza como incómodo respaldar que este reparto se haga a base de incautaciones y represalias indiscriminadas. Si es que no sabemos lo que queremos. La crueldad del maoísmo, decisión tras decisión encaminada a erradicar burguesía, capitalismo, especulación, sentido de lo privado, aquí se manifiesta de formas variadas. No nos gusta un pelo. No le vemos grandes diferencias con el otro extremo. Como en todos lados. Una jerarquía beneficiada y ajena a las penurias que atraviesa la mayoría. Un control de la información, un sesgo constante de las evidencias que caen por su peso y no convienen a la finalidad común. Y la apertura que ya conocemos, una apertura más hacia la cartera que hacia el corazón de Occidente.
Mucho más que un ejercicio de exotismo perfectamente escrito, más bien una guía que nos permite asomarnos, un poco, a la mentalidad de prácticamente uno de cada cinco habitantes que nos acompañan en en este planeta.
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