Año de publicación: 2004
Título original: O Senhor Brecht
Traducción: Rita Da Costa
Valoración: está bien
Empiezo aclarando que leo este libro como entremés de otra lectura de Tavares. La mera curiosidad me lleva a este librito que no llega a las 70 páginas las cuales, encima, se trata en algunos casos de un par de frases que no van más allá del mero apunte ya no de trama (este no es un libro con personajes) sino de pura idea a desarrollar. Y no es que la lectura me decepcione hasta el punto de descartar acometer una novela de más de 400 páginas. Pero sí me deja muy descolocado.
Un texto que se despacha en apenas media horita al que el autor (y, por supuesto, la editorial) ya otorga la consideración de libro, el precio de libro, la entidad de libro. Un poco osado para la escasa enjundia. Ideas centrales (pues parece que todo va un poco en relación con la figura de Bertoldt Brecht, que debo admitir que no conozco demasiado) serían un poco la relación del individuo con el poder, la desesperación, y alguna cosilla que se me habrá escapado (pero no voy a incidir en una segunda lectura), todo con un tono surrealista, algo proclive a lo cruel (curioso como hay cierta reincidencia en el trueque de miembros), en una dinámica de generar desconcierto en el lector parecida a la de la brillante pero extraña obra Ultraviolencia de Miguel Noguera. Pero, en cualquier caso, un bagaje que encuentro algo rácano dada la, dicen, buena fama del autor. Supongo que la cuestión de la publicación de un libro o no es un acuerdo entre dos partes, pero El señor Brecht acaba pareciéndome algo más cercano al experimento, a la antología ya no de artículos sino de retazos, no a un todo sino a una parte. Si el contenido estuviera encuadrado en un volumen, acompañado de textos con otros perfiles y estilos, seguro que mi sensación sería distinta. Pero no puedo evitarlo: aislado en su austeridad, este libro no llega en ningún momento a ser memorable.
Dudo, por la insistencia que leo en otros medios sobre el autor, que sea representativo y vamos a otorgarle, ya no solo por su escaso número de páginas, la generosa y condescendiente consideración de obra menor.
Este libro es hermano gemelo de otro titulado: El señor Henri.
ResponderEliminarSi acaso es una piedra de toque, una muestra minimalista del ingenio, de la visión personal e intransferible de un autor que aspira a desarrollar un mundo propio.
Que haya sido publicado en pasta dura por Mondadori yo lo veo como parte de una apuesta decidida y de largo recorrido por el autor por parte de la editorial.
Para ayudar al lector de la reseña a hacerse una idea quizás hubiera estado bien -aprovechando su brevedad- incluir algún ejemplo del tipo de situaciones y de reflexiones que apunta Tavares en el libro.
Autor portugués extremadamente interesante (aunque quizás sea injusto emitir tal calificativo en relación a otros), nacido en Luanda, aunque a diferencia de Vieira, Pepetela o Agualusa no consta como angoleño. En su momento, el insigne Saramago fue su valedor, esperando de él que se constituyera en un incentivo, un esperanzador reclamo de las modernas letras lusas. De hecho, ha cultivado prácticamente todos los géneros con gran acogida.
ResponderEliminarHay una obra en particular de este autor, Jerusalén, laureada, entre otros, con el premio José Saramago, que nos regala y nos brinda unos pasajes omniscientes y unas metáforas entre corpóreas, luminiscentes y temporales (o tal vez debería decir atemporales) francamente extraordinarias.
Me permito citaros una pequeña muestra:
"Kaas se imaginaba un hacedor de catástrofes a través de la imagen que en aquel momento se le ocurrió: la introducción extraña, inesperada, de una sola de sus largas pestañas en aquel otro universo aparentemente separado y mecánico: las agujas que indicaban la hora, los minutos y los segundos. Una pestaña minúscula que fuese capaz de trastocar el tiempo y el funcionamiento normal de los días.
Apartó el ojo. Las agujas se mantenían intactas, protegidas por un cristal estúpido. Kaas se levantó de la cama y abrió la puerta de la habitación. Una luz en el salón, pero nadie. La habitación del padre permanecía cerrada."
Siento el desencuentro con dos lectores, a los que agradezco el contrapunto. El libro me ha parecido, dentro de su minimalismo, algo justito como obra.
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