Fecha de publicación: 2013
Valoración: está bien
Desaires metropolitanos (El Gaviero, 2013) de la madrileña Paz Cornejo plantea un viaje de ida y vuelta a través de una gran
urbe y su periferia, a la que la autora bautiza en su blog como una corteza-costra que cubre la gran ciudad.
Los personajes que viven a las afueras han de realizar ese viaje de
retorno, en un constante ida y vuelta. En una efímera lucha de pertenecer y,
sin embargo, no ser nunca un ciudadano de pleno derecho de la ciudad que se
vende en los souvenirs[1].
El
poemario se divide en tres secciones que coinciden, acertadamente, con las
fases del viaje, aunque los títulos escogidos para la primera y la última no
resulten muy originales; “Estación de origen”, “Es necesario poseer título de
transporte válido” y “Final de trayecto”. El comienzo del itinerario viene
marcado por una cita de Pablo García
Casado, “estar en las afueras también
es estar dentro”, que se enlaza con la observación final, rotunda,
ofreciendo así una estructura circular, como si de una línea de metro se
tratara: “el círculo constata su tiranía:/
o estás dentro o estás fuera,/ a pesar de los esfuerzos burocráticos”. La
autora es tajante: en lugar de presentar una odisea en la que desciframos una
gran verdad o llegamos al final de un camino determinado, tanto el viaje como
el destino en sí (el retorno al extrarradio, a la ciudad dormitorio casi fosas comunes, / con nichos
intercambiables/ y muebles de Ikea) nos dejan perplejos, desubicados,
sumidos en el desconcierto.
Convertidos
en individuos canjeables por otros que corren de manera idéntica en su camino
concéntrico, transitamos “lugares no
elegidos/ para crear la interminable rutina de los días”. De esta forma, el
individuo intenta reconstruir la superficie, unir sus fragmentos, pero la voz
de Cornejo dictamina: “Tanta cartografía
resulta inútil”, porque los torniquetes del metro y sus escaleras mecánicas
nos contabilizan como modernos esclavos. Caemos de manera constante y volvemos
a partir, de manera que el viaje carece de sentido en una “urbe que vomita estadística/ engreída en su volumen”.
Y
es que “nada extraordinario/ ni
auténtico/ a lo que desafiar”. No hay esperanza ni actitud crítica cuando
incluso el viaje, convertido en rutina de camino al trabajo, llega a carecer de
sentido. Sólo la belleza que reposa en la maraña que apreciamos desde la
ventana del cercanías, “Cuatro inodoros
como perlas oceánicas. Más de veinte chabolas, refugios de piojos y miseria.
Colillas, envoltorios de plástico, litronas: desperdicios de ocio urbano. […]
Alguna amapola ruge por florecer.”, el
estallido de una amapola que se alza en mitad de un solar o la hierba que se
abre paso y agrieta el suelo de un polígono parecen rebelarse y rugir cuando el
ser humano no lo hace.
Es
así como “Mejestuosas en la nada/ las
grúas se erigen como obeliscos/ de una generación perdida./ Hacia el horizonte
se descubre/ que los solares,/ sedientos en su aparente apatía,/ rebeldes a
pesar de la estadística,/ no han dejado de criar amapolas y anidar a los
pájaros./ Sin consagrar hemos dejado/ el testimonio de nuestra torpeza.”
Torpes,
con el alma inerte, padecemos la “poética
de la elección,/ de la libertad exagerada de las cosas”, el ataque
constante de los productos dispuestos en las estanterías del supermercado, de
los vasos personalizados del Starbucks o de las múltiples variantes de
hamburguesas del McDonald’s, adolecemos “de
penumbra periférica” y ya no somos sino diminutos renacuajos en el
extrarradio de una charca.
Por
último, en cuanto a la unidad del poemario, ésta viene dada por un empleo del
verso corto y preciso, así como por la estructura arriba citada. No se trata de
un verso revolucionario en el sentido de que no presenta una ruptura formal que
podría relacionarse con el estupor o desconcierto experimentado por los
individuos de sus poemas y es verdad que imágenes como las de ciudades
dormitorio con muebles de Ikea, los chalets adosados o las de poemas más flojos
como “Intimidad”, “Holidays” o “Rock Stars” no son muy originales y se pierde
un poco la fuerza en el terreno de los lugares comunes. Sin embargo, pese a la
irregularidad encontrada en este sentido, en Desaires metropolitanos hay poesía. Hay versos de gran belleza con
una voz propia y nada impostada. Paz Cornejo no se queda en el poema efectista.
La reflexión y la crítica se combinan con la poesía de una manera inteligente y
coherente y es ahí donde algunos de sus poemas vibran.
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