Idioma original: inglés
Título original: When I was five I killed myself
Año de publicación: 1981
Traducción: Marcelo Cohen
Valoración: recomendable
¿Pero no ha quedado ya algo atrás la semana del terror? Vaya, pues yo no voy a esperar al año que viene para recomendar esta novela. Para nada. Su autor, Howard Buten, anda atareado el hombre: psicólogo, músico, clown y escritor de enorme éxito en Francia, su país de adopción. Este libro, publicado hace más de 30 años y que ahora nos presentan los de Blackie Books, resulta como una especie de ejercicio de algunos de esos aspectos profesionales.
Niños malos. Vaya: niños que ni esperan a tener la apariencia física de un adolescente como el de Tenemos que hablar de Kevin para sacar a pasear al monstruo que alberga en su interior. Menuda la que ha montado Burton con sólo ocho añitos. Por eso está metido en un Centro de Internamiento Infantil, dedicado a pasmarse de lo que han hecho sus compañeros, a robar al mínimo descuido las notas de trabajo de los psicólogos que, desorientados, lo tratan y, claro, seguro, cómo no, a avanzar en el proceso de su curación y a colaborar en ello. Después de todo, cómo va a ser uno malo, ya para siempre, con ocho tiernos añitos.
Y de eso trata esta novela: de la vida como niño en el Centro, donde sus travesuras suelen ser malinterpretadas en clave de maldad, algunos capítulos dedicados a su vida anterior (anterior al misterioso incidente que parece alzarse en ser el misterio del libro), y alguna reflexión cercana al informe psicológico profesional. Demasiado prolongado ese crescendo, para mi gusto, que nos hace llegar a ese momento cumbre, no exento de cierta poética naif, que esperamos a lo largo de todo el libro, ese misterio sobre qué narices era tan grave. Misterio que cuando se desvela cuadra la novela, sí, cuadra el mensaje, sí, justifica la lectura, sí.
Y de eso trata esta novela: de la vida como niño en el Centro, donde sus travesuras suelen ser malinterpretadas en clave de maldad, algunos capítulos dedicados a su vida anterior (anterior al misterioso incidente que parece alzarse en ser el misterio del libro), y alguna reflexión cercana al informe psicológico profesional. Demasiado prolongado ese crescendo, para mi gusto, que nos hace llegar a ese momento cumbre, no exento de cierta poética naif, que esperamos a lo largo de todo el libro, ese misterio sobre qué narices era tan grave. Misterio que cuando se desvela cuadra la novela, sí, cuadra el mensaje, sí, justifica la lectura, sí.
A pesar de lo cual creo, que a este libro le sobra algo de academicismo científico para llegar a ser una novela que apasione. Creo que el bagaje profesional de su autor, esa especie de credibilidad que necesita no quedar en entredicho, le impide mojarse a fondo y apostar por un relato de ficción. Howard, es eso: estás escribiendo ficción, narices. Y eso es un obstáculo, no un gran inconveniente pero sí un obstáculo, porque quizás en otras manos no tan letradas, esta historia hubiera ganado en intensidad y fuerza, hubiera sido una fantasía en vez de ser un caso clínico inventado. Hubiera tenido ese puntito de terror que esperamos y no aparece, ese sentido de la tragedia inexorable que aquí queda en el más completo suspense.
Qué vergüenza atreverse a criticar un libro sin haberlo entendido...
ResponderEliminarQuerido anónimo: creo que lo que querías decir es "Qué vergüenza atreverse a criticar un libro sin haberlo entendido de la misma manera que yo".
ResponderEliminarHombre: yo no acabo de interpretar si el niño es autista, especial, un poco travieso, o ha expermientado circunstancias que le han perjudicado. Pero creo que es que el libro lo que quiere dejar claro es que es un niño. Entonces el amago es que pasó algo gordo. Y no.
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