Idioma original: castellano y náhuatl
Fecha de publicación: 1986
Valoración: imprescindible para interesados
Hay que avisar de entrada: esta no es una lectura recomendable para quienes anden buscando algún libro con que entretener las siestas de mediados de agosto. Más aún, tiene páginas que dormirían a cualquiera que no esté haciendo una tesis sobre la presencia de invertebrados en los sitios arqueológicos de Mesoamérica. Pero, con todo, se trata de un libro peculiar, utilísimo para especialistas (supongo), pero también apasionante para un público interesado. Habla del Templo Mayor de México-Tenochtitlán, quizá uno de los lugares más peculiares sobre la Tierra.
El Templo Mayor era una enorme pirámide escalonada que ocupaba el centro ceremonial de la antigua capital azteca y constituía un verdadero eje del mundo en su cosmovisión. En su cima se hallaban dos pequeños templos, uno dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, y otro a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Allí se celebraban las ceremonias de entronización de los gobernantes aztecas, pero también los célebres sacrificios humanos masivos que tanto habrían de impactar a los conquistadores españoles. No sorprende que su demolición hasta los cimientos fuera una de las primeras preocupaciones de Hernán Cortés y su gente, dispuestos a borrar los signos legitimadores del antiguo poder y sustituirlos por los nuevos. La catedral de la Ciudad de México, de hecho, empezó a construirse justo al lado del solar que ocupara el templo.
Eduardo Matos Moctezuma, que es todavía el principal responsable de los trabajos arqueológicos en el Templo Mayor, reúne en esta compilación las principales fuentes históricas sobre el mismo, así como algunos protocolos de las principales excavaciones. Las fuentes históricas sobre la fundación y las distintas etapas constructivas del templo se deben sobre todo a informantes aztecas cuyo testimonio fue recogido tras la conquista por religiosos como Fray Diego Durán. Una excepción la constituye el relato que ofrece Hernando de Alvarado Tezozómoc en su Crónica Mexicáyotl: nieto del huey tlatoani Motecuhzoma (Moctezuma o Montezuma para los españoles), él mismo escribió en náhuatl una historia del pueblo azteca, deseoso de reivindicar los derechos de su aristocracia. (Sí, vale, aquí el fragmento de la Crónica Mexicáyotl se publica directamente traducido al castellano y no en el original, pero me hacía ilusión incluir la etiqueta "libros en náhuatl"...) En cuanto a las fuentes de la destrucción, qué mejor que los propios conquistadores, por vía de Bernal Díaz del Castillo.
Las páginas de protocolos arquelógicos pueden resultar pesadas, pero no dejan de contener algunas sorpresas. Sobre todo, la de hacerse plenamente consciente de que los habitantes de la Ciudad de México, no tuvieron ni idea durante más de cuatro siglos de dónde se había alzado exactamente el Templo Mayor. Cuando las excavaciones sacaron a la luz (ya en los 70) los estadios más primitivos de su construcción justo al lado de la Catedral, en el corazón mismo del catolicísimo México, tuvo que ser todo un shock para muchos. De hecho, los primeros indicios arqueológicos de la presencia del Templo Mayor, la célebre Piedra del Sol y la Coatlicue, hallados por azar en 1790, causaron tal revuelo en su momento que la segunda (de aspecto más "diabólico") fue enterrada por los dominicos en el patio de la Universidad durante unos cuantos años.
Me imagino llegando gente de otro continente a Europa y destruyendo la Sagrada Familia. ¡Destruir toda una cultura! que pena.
ResponderEliminarUna humilde sugerencia: ¿podrían incluir una ficha bibliográfica completa de lcada libro que reseñan? Sería muy útil. Gracias
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