Por una de esas cosas que pasan en la vida sin que uno espera que pasen, me he visto de repente convertido en "productor teatral" de una obra de micro-teatro co-organizada por el Centro de Estudos Comparatistas: Nana, de la autora española Itziar Pascual, que estará en cartel en el Teatro Rápido de Lisboa durante todo el mes de mayo. Aunque soy espectador habitual de teatro, sobre todo desde que vivo en Lisboa, esta ha sido mi primera incursión en el mundo del teatro desde el otro lado, desde las bambalinas. Y está siendo toda una experiencia.
En primer lugar, me está sirviendo para comprobar en la práctica eso que tantas veces se dice en la teoría: que el teatro no es solo texto, que el proceso de escenificación añade, modifica, completa las intuiciones e indicaciones del autor. La obra realmente gana cuerpo a medida que pasan los ensayos, a medida que se construye el escenario y se afinan las interpretaciones. Las decisiones del director y de los actores pueden añadir o subrayar ideas que no estaban en el texto, o que solo estaban en forma de potencialidades. Todo esto, claro, es de sobra conocido por quienes se dedican al teatro, pero es demasiado frecuentemente olvidado por el público, y también por los propios críticos.
Otra particularidad de esta experiencia es que se trate de una obra de micro-teatro. ¿Y qué es el micro-teatro? Pues es el equivalente de los cortometrajes del cine: obras cortas, de quince minutos aproximadamente, que desarrollan una idea, una trama o un personaje. No es que sea una idea absolutamente original: ya existían, por ejemplo, los "pasos", los "sainetes" o, en el siglo XIX, el "teatro por horas". En su encarnación contemporánea, el microteatro, ya con una larga tradición en Estados Unidos y Europa, ha llegado primero a Madrid y, hace exactamente un año, también a Lisboa.
Y esto también ha sido una revelación. Confieso que era algo escéptico sobre el modelo, sobre las posibilidades de desarrollo de una experiencia teatral en solo quince minutos; pero estos prejuicios son injustificados, basados en la tradición y en la costumbre: de la misma forma que un cuento puede ser tan conmovedor, sorprendente o inspirador como una novela (y a veces, mucho más intenso), una obra de microteatro puede también concentrar una historia, una inspiración estética o un monólogo poderoso. De la misma forma que no renegamos a priori del relato como género, no deberíamos renegar a priori del micro-teatro.
Aconsejo, a quienes se animen a probar el microteatro en la ciudad que sea, que intenten, si es posible, ver el conjunto de las obras ofrecidas en cartel, en el mismo día o en días consecutivos. Así se percibirán mejor las posibilidades del género micro-teatral, y el modo en que distintos proyectos, con distintos autores, directores, actores y medios técnicos y económicos, han conseguido aprovechar las limitaciones del género (aunque "aprovechar las limitaciones parezca una contradicción no es necesariamente así). Por poner un ejemplo, de las cuatro obras representadas en el Teatro Rápido en el mes de abril, una era una experimentación Beckettiana; otra era un monólogo cómico; la tercera era una reflexión metateatral sobre el paso del tiempo, y la cuarta una escena realista con un toque social.
Merece la pena por lo tanto olvidar ciertos prejuicios y probar el microteatro; es una experiencia diferente pero potencialmente muy satisfactoria...
Fotografía: Miguel von Driburg para Teatro Maizum.
¿Teatro por horas? ¿De qué me suena a mí esa expresión? Por cierto, me ha encantado la entrada (no la había leído hasta hoy y sí, es para fustigarme), pero la he encontrado superinteresante sobre todo en lo referente a cómo ve el teatro una persona del mundo de la literatura. A lo mejor la menciono en mi tesis como bibliografía. Un saludo, Santi
ResponderEliminarPos nada, Alejandro, yo encantado de que me cites :) Ah, y gracias por descubrirme el "Teatro por horas" ;)
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