Me resulta difícil hablar de Versión Celeste
sin hablar de mí mismo. La poesía y la prosa de Juan Larrea me han
acompañado durante muchos años, pero este libro en concreto, que reúne
toda su obra poética, ha sido protagonista en algunos de los momentos
más importantes que he vivido. Sergio Oiarzabal, gran poeta y amigo de varias
de las personas que formamos este blog, tenía a Larrea como uno de los mayores creadores de todos los
tiempos, y son incalculables las conversaciones que mantuvimos al hilo de sus poemas, sus reflexiones críticas y su teoría de la literatura: de ahí que pensar en Juan me lleve inevitablemente a pensar en
Sergio; de ahí que, también, los pocos párrafos que pueda dedicar a Versión Celeste
en esta entrada sean de antemano un intento pueril, pobre, de lo mucho
que debería decirse sobre este libro, y también de lo mucho que yo
podría decir. Pero no haberlo reseñado todavía es una falta que
trataremos de enmendar con este primer acercamiento.
Larrea
nace en Bilbao en 1895. Se licencia en Letras en la Universidad de
Deusto en 1915. Valora la posibilidad de ingresar en el seminario. Escribe poemas, viaja. Llega a Paris en 1923. Participa en la vida cultural y se relaciona con casi todos los grandes
autores que, como él, llegaron a la capital francesa durante aquellos
primeros años veinte. Conoce a Vallejo. Publica poemas en revistas, convive con la Generación del 27. Se traslada a Perú en 1930. En 1932 deja de escribir poesía y se dedica
exclusivamente a la prosa. Sigue viajando. Acompaña a Picasso cuando Picasso comienza a
pintar el "Guernica". Está con Buñuel durante la redacción de muchos de
sus guiones. Vuelve a España solamente una vez después de la Guerra. Publica diversos libros. Muere en 1980.
La
obra poética de Juan Larrea es difícil de situar y de ordenar: durante
los años de redacción de la mayor parte de sus poemas, estos apenas
fueron publicados en unas pocas revistas francesas y españolas, y en las dos
famosas antologías que llevó a cabo Gerardo Diego en 1932 y 1934.
Tenemos que esperar a 1934 para encontrar una primera edición de su
libro Oscuro dominio, publicado en México con una tirada mínima; más de tres décadas después, en 1969, verá la luz Versione Celeste, edición italiana a cargo de Einaudi, y por fin, en 1970, Versión Celeste,
en España. La edición que manejo habitualmente es la llevada a cabo por
Miguel Nieto para Cátedra, de 1989, cuya portada ilustra esta entrada, y
que recoge de manera excelente todos los poemas de Larrea. Su obra en
prosa, formada principalmente por crítica de textos poéticos y de artes
plásticas, estudios culturales diversos y análisis de la arqueología
precolombina, se publicó de una forma más normalizada.
En
cuanto al idioma original, es importante señalar que Larrea escribió casi todos sus
poemas en francés (al contrario que su
prosa, siempre en español). El propio Larrea, Gerardo
Diego, Luis Felipe Vivanco, Carlos Barral y otros nombres necesarios de la literatura en nuestro país fueron los traductores. La razón por la
que Larrea escribió la mayor parte de su obra poética en francés tiene que ver con el significado profundo que para él tenía la Poesía y las cualidades que, a su juicio, la definían.
Usando sus propias palabras, Larrea defiende la sacrosantidad de la poesía, su significancia espiritual. Para él, la poesía se diferencia de la literatura en la cualidad visionaria de aquella. Poesía es visión, videncia, profecía: escarba en el sentido del mundo y desvela la verdad profunda de las cosas. El poeta, por tanto, es un vidente, un profeta llamado a revelar todo aquello que la vida sugiere y, sin embargo, permanece oculto. Llega Larrea a este punto de iluminación a través de numerosas crisis de identidad, de una muy personal vivencia del sufrimiento y de una concepción del Lenguaje (con mayúsculas) entendido como religión, como único motor de la imaginación (que no fantasía) capaz de traducir la intimidad. Un juego de vasos comunicantes entre lo que sucede dentro de uno mismo y lo que sucede fuera.
En su búsqueda del "resplandor" que la visión poética ofrece, Larrea decide "expatriarse del Verbo" y escribir en francés, una lengua que conoce y habla notable pero no perfectamente, y de este modo intentar disgregar más fácilmente su propio sistema lingüístico (originalmente, el español), alcanzando así el punto exacto de distancia que considera necesario para romper los modelos gramaticales y, finalmente, proponer una poesía lúcida, mística, dominada por una fuerza superior al poeta.
Creacionista, ultraísta, surrealista... Larrea fue todo eso y mucho más. Adentrarse en Versión Celeste es un trabajo complejo, extenuante, porque sus poemas tienden al laberinto, a una sintaxis descompuesta que se vuelve a montar a ciegas, a la magia de la revelación: el verso provoca antes que en la mente un estallido en la mirada, como si el poeta jugase a las sombras y las luces. Y leído y releído al final del poema uno tiene la sensación de que hay muchas más líneas de las que pueden verse en esa página, y Larrea se queda siempre a varios metros de distancia, lejano, observando nuestra cara de asombro, como en aquel verso inolvidable que afirma:
Usando sus propias palabras, Larrea defiende la sacrosantidad de la poesía, su significancia espiritual. Para él, la poesía se diferencia de la literatura en la cualidad visionaria de aquella. Poesía es visión, videncia, profecía: escarba en el sentido del mundo y desvela la verdad profunda de las cosas. El poeta, por tanto, es un vidente, un profeta llamado a revelar todo aquello que la vida sugiere y, sin embargo, permanece oculto. Llega Larrea a este punto de iluminación a través de numerosas crisis de identidad, de una muy personal vivencia del sufrimiento y de una concepción del Lenguaje (con mayúsculas) entendido como religión, como único motor de la imaginación (que no fantasía) capaz de traducir la intimidad. Un juego de vasos comunicantes entre lo que sucede dentro de uno mismo y lo que sucede fuera.
En su búsqueda del "resplandor" que la visión poética ofrece, Larrea decide "expatriarse del Verbo" y escribir en francés, una lengua que conoce y habla notable pero no perfectamente, y de este modo intentar disgregar más fácilmente su propio sistema lingüístico (originalmente, el español), alcanzando así el punto exacto de distancia que considera necesario para romper los modelos gramaticales y, finalmente, proponer una poesía lúcida, mística, dominada por una fuerza superior al poeta.
Creacionista, ultraísta, surrealista... Larrea fue todo eso y mucho más. Adentrarse en Versión Celeste es un trabajo complejo, extenuante, porque sus poemas tienden al laberinto, a una sintaxis descompuesta que se vuelve a montar a ciegas, a la magia de la revelación: el verso provoca antes que en la mente un estallido en la mirada, como si el poeta jugase a las sombras y las luces. Y leído y releído al final del poema uno tiene la sensación de que hay muchas más líneas de las que pueden verse en esa página, y Larrea se queda siempre a varios metros de distancia, lejano, observando nuestra cara de asombro, como en aquel verso inolvidable que afirma:
vivir resulta el racimo imposible de alcanzar.Para quienes deseen acercarse más a este personaje fundamental de la poesía española, recomiendo los trabajos de J.M. Díaz de Guereñu, David Bary, Robert Gurney o Félix Maraña, entre otros.
Una reseña preciosa, Iván.
ResponderEliminar¡Uf, uf, qué malos tiempos corren para la poesía! Me refiero a leer poemas. A componerlos no, el caos y los reveses son los abrevaderos de muchos vates; y si algo hay en el mundo es eso.
ResponderEliminarNo sé, no leí demasiada poesía de él pero recuerdo que algunas de sus composiciones me resultaban tan empalagosas e insufribles como las de tantos otros. Pero si a ti te pone y te puso...
Extraordinario poeta teje laberintos los cohesiona entre asombrosas metáforas indudablemente creó un nuevo orbe en la poesía universal tanto como el poeta y amigo César Vallejo.
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