Año de publicación: 2012
Valoración: Se deja leer
Algunos proyectos nacen viciados desde el principio. Eso es, me temo, lo que le ha pasado a esta novela, producto de un interés demasiado racional que, quizá, hubiese llegado a mejor término si se hubiese convertido en biografía o en obra de investigación histórica con la figura del psicoanalista Carl Jung como núcleo. Su autor confiesa haber encontrado la figura de Christiana Morgan, a la que convierte en protagonista, cuando seguía el rastro de un tal Kaczynski, terrorista y presunto perturbado, que fue discípulo del amante de esta. Tras consultar un par de biografías y varios documentos gráficos, el interés de Volpi se convirtió en compromiso ineludible.
Reconozco que suelo desconfiar de las novelas que utilizan personajes y hechos históricos. Me molesta un poco no ser capaz de distinguir lo real de lo puramente imaginario y no estar segura de si los hechos se han tergiversado en bien del interés narrativo o no. Pero aquí, además de esto, y paradójicamente tratándose de una obra de ficción, la recreación de la realidad apenas existe. Volpi se limita a esbozar lo que supuestamente ocurrió sin definir con soltura a los protagonistas ni escenificar las situaciones debidamente. En lugar de construir un auténtico relato, se sirve de ese factor mítico que, tanto la memoria colectiva como los documentos existentes, han puesto a su disposición. Volpi utiliza la fascinación que, imagina, van a sentir sus lectores ante nombres como Carl Jung, la Universidad de Harvard, los experimentos psicoanalíticos llevados a cabo en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX y demás elementos que la crónica le sirve en bandeja. Y no solo nombres propios o evocaciones románticas, ya que una parte del material de la novela consiste en fotografías de los implicados y en unos cuantos dibujos en los que la verdadera Christiana intentó reflejar su subconsciente. Se diría que con este material gráfico Volpi intenta suplir sus deficiencias, pero al lector no se le engaña fácilmente, le consta que toda la expresividad del personaje se percibe a través de una simple foto. Hechos y descripciones quedan difuminados y en un segundo plano de principio a fin, un procedimiento excesivamente cómodo e impropio del género novela, cuyo genuino material son las palabras.
Mediante una sucesión de frases huecas, alardeando de una profundidad que se reduce a meras cursilería y jactancia, el autor construye lo que debería ser un argumento y no es otra cosa que, en un principio, la presentación escueta de unas cuantas escenas, tan tópicas como típicas, a las que se exponen los integrantes de un cuadrángulo amoroso y en las que actúan como simples marionetas sin ninguna entidad, que, más adelante, derivará en una única relación destructiva repleta de situaciones tormentosas que tampoco se recrean con detalle. Todo ello conforma un producto cargante y absolutamente prescindible.
Paralelamente al relato del narrador omnisciente se presenta un pretendido e inverosímil diario personal de Christiana. Inverosímil porque nadie escribe un diario – ni siquiera una autobiografía que piensa dar a la imprenta – de una forma tan distante e impersonal, porque en ningún momento se individualiza al personaje, porque tanto el estilo como las opiniones son los del novelista, porque ni lenguaje ni mentalidad pueden, razonablemente, atribuirse a una mujer de principios del siglo XX. Todo esto se debe a que Volpi no ha hecho el menor esfuerzo por ponerse en la piel de quien habla, es más, su descuido narrativo puede rastrearse en los anacronismos que aparecen, no solo en el diario, sino a lo largo de todo el texto. Sin ir más lejos, en un momento dado, ¡¡se menciona una autopista!!
No voy a comentar las referencias al psicoanálisis ni la fantasiosa relación que se establece entre Christiana y Jung. Respeto demasiado la figura del eminente psicólogo – igual que la del resto de pensadores que ha dado la historia – como para tomarme en serio esta ingestión de doctrina en cómodos comprimidos adulterados mezclada en la batidora con algunas dosis de morbo barato. El que decida aventurarse a leerlo ya se formará su propia opinión,
Sin mencionar que, tras las maravillosas novelas de adulterio escritas en el S. XIX, atreverse con el tema, y más aún cuando este se ha convertido en anécdota trivial, no tiene mucho sentido. A no ser que el autor – que tenía una excelente oportunidad para construir un drama que superase la anécdota histórica y relatase las íntimas miserias del hombre – se concentrase en la tortura mental de los consentidores o en cualquier otro aspecto capaz de interesar al público de hoy en lugar de irse por las ramas de lo pretendidamente culto, pero al no haber hecho suyos a los personajes nada de esto es posible. Resumiendo, una narración puede estar viva o momificada y esta es un ejemplo de lo segundo, pues no revela preocupaciones reales, solo un egocéntrico afán de impresionar. Sí, he conseguido llegar a la última página pero solo por pura tozudez.
Después de leer el libro, debo decir que estoy de acuerdo con el comentario que ustedes han publicado. Gracias por plantearlo de una manera tan clara para alguien que como yo, no es experta en novela
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Amparo, y un saludo.
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