Reseña premiada en el I concurso ULAD
Idioma original: español
Año de publicación: 2010
Valoración: Muy recomendable
Tres ataúdes blancos (Premio Herralde de Novela), del colombiano Antonio Ungar, es mucho más que una sátira política de América Latina. En un país ficticio llamado Miranda, José Cantoná, joven obeso y ensimismado, se ve envuelto en un absurdo complot contra el tirano Don Tomás Del Pito. El parecido físico del (anti-)héroe de este relato con el del candidato de la oposición de Miranda, el asesinado Pedro Akira del izquierdista Movimiento Amarillo, desencadena toda una serie de situaciones dignas de una novela de aventuras con aires de thriller, en las que a las escenas de secuestros, explosiones, fugas e intrigas de poder se suma una historia de amor tan profunda como pasmosa.
Tres ataúdes blancos retoma, con una alta dosis de cinismo, la tradición de las novelas de dictador en América Latina. Pero, en esta ocasión, el tirano no es el centro del relato, sino que aparece como un símbolo indirecto. La novela de Ungar retoma de El otoño del patriarca el gusto por la suplantación, materializado en esta última en la figura de Patricio Aragonés, doble del dictador. La situación de impostura en cabeza del improvisado redentor hace que el verdadero blanco de la sátira sea el poder, o la pretensión de alcanzarlo. Ni la derecha al mando en Miranda, ni la opositora izquierda Amarilla, pasando por las Guerrillas Estalinistas y los paramilitares mercenarios del gobierno, sin olvidar a la prensa, escapan a la mirada cáustica del narrador con cara de mártir de la patria y cien kilos de peso.
Asimismo, en Tres ataúdes blancos subyace una profunda reflexión sobre la falsedad, envuelta en una urna negra de humor. La novela gira en torno a varias figuras de la usurpación: Suplantación, antes que nada, de la realidad histórica (América Latina, el caudillismo, los regímenes totalitarios por todo el mundo) por una realidad ficcional absurda porque lamentablemente cruel (Miranda, su magnánimo Líder, los desplazamientos de Cantoná y los demás conjurados). Usurpación, en segundo lugar, de la identidad de un personaje público. Cantoná no sólo es un falsario dentro del enredo de poder en el que se ve envuelto. Es, también, un acaparador de la palabra. Substitución, igualmente, de la figura paterna. El padre, apacible coleccionista de estampillas e insectos, ejerce su verdadera función tutelar desde la ausencia o el silencio. El epílogo de la novela revela una última faceta de la simulación, urdida desde lo más hondo del proyecto de escritura. Bajo la forma epistolar, las máscaras de la ocultación van cayendo, aunque no por completo: Miranda no es Miranda, claro, pero tampoco llegamos a saber el nombre verdadero del país de las desventuras, ni tampoco el del todopoderoso Tomás Del Pito, pues las menciones permanecen protegidas por una mancha de tinta negra que no es otra cosa que una autocensura.
Por su condición precaria, en esta novela el simulacro alcanza hasta los presupuestos de la escritura, y la dolencia del sentido acaba por sumergir al lector en el Unheimliche freudiano de los Tres ataúdes blancos.
Autor: Felipe Cammaert
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