Fecha de publicación: 2001
Valoración: Muy recomendable
Hace casi diez veranos, servidor hizo en La Rochelle un curso de francés. Fue una chica que conocí en este curso la que, meses después, instalados ya en casa y en la rutina invernal, me recomendó que leyera esta novela porque su historia le hacía recordar las experiencias que habíamos vivido aquel verano. Y bueno, le hice caso, y el libro me gustó, sí, pero lo cierto es que no encontré paralelismo alguno entre aquel agradable y burgués verano de estudio en La Rochelle y lo que cuenta La canción de las cerezas.
Esta novela narra la dura vida en París, a finales del siglo XX, de una veinteañera española desorientada, hipersensible, depresiva y con ínfulas de escritora, las curisosas gentes que la rodean y las impactantes experiencias que vive, entre ellas, la de prostituirse de forma gratuita, escalón final al sótano de la degradación personal y la locura al que parece estar condenada.
Pero la esperanza y el amor también conviven con lo sórdido en estas páginas, y el París más seco, desagradable e inclemente (con los emigrantes especialmente) no logra anular del todo la luz de los buenos sentimientos. La protagonista encuentra la amistad y el amor, sí, aunque el drama y la desolación parezcan fluir constantemente y sin piedad por su entorno.
Escrita por la joven (La Coruña, 1970), preparada (su CV declara que durante un tiempo fue directora ejecutiva del Instituto Cervantes de Alburquerque) y premiada escritora Blanca Riestra (con esta novela ganó el Ateneo Joven de Sevilla en 2001), La canción de las cerezas es un libro recomendable que muestra que sí podemos tener confianza en algunos de los miembros de la nueva hornada de escritores españoles, más allá de funestas campañas de marketing y atrevimientos estériles varios.
No he leído nada más de Riestra, pero no me disgustaría hacerlo en el futuro.
El argumento se parece basntante a Nada de Laforet, ¿no?
ResponderEliminarUn poco trillado...
Hombre, sí..., pero tiene su lógica, ¿no?
ResponderEliminarLo que quiero decir es que los escritores son seres muy sensibles que, por lo general, desde bien jóvenes tienen tendencia a la introspección, a sentirse diferentes y/o desubicados,y a rechazar, ya sea con violencia o con pasividad, las reglas que rigen el mundo real.
Es por esto por lo que, frecuentemente, cuando se ponen frente a la hoja en blanco se decantan por novelas iniciáticas en las que narran sus sensaciones y experiencias de juventud, la etapa existencial más idolatrada y añorada por los artistas.